Posibilidad de un nido

Contra el maternalismo pedagógico hacia los hombres

Las jugadoras de Suecia y España posan con una pancarta en la que se lee "Se Acabo, nuestra lucha es global", en Gotemburgo (Suecia) a 22/09/2023. EFE/ Juan Carlos Cárdenas.
Las jugadoras de Suecia y España posan con una pancarta en la que se lee "Se Acabo, nuestra lucha es global", en Gotemburgo (Suecia) a 22/09/2023. EFE/ Juan Carlos Cárdenas.

Es como con la criatura cuando es pequeña y aún no tiene mucho entendimiento, como con el niño que te tira del borde del jersey mientras mantienes una conversación, para que le hagas caso, como cuando estás hablando por teléfono y requiere tu atención en voz alta, interrumpiendo. Es el crío que empieza a golpear la lata con un palo en medio de la siesta, como cuando decide cagarse en el salón de casa en plena fiesta. Es la mosca en el libro, la mosca que no cesa. Es el "mamá, pis, mamá, caca" en plena travesía, el "¿cuándo llegamos?" en el momento más dulce de la ruta. Es el dedo en el ojo para hacerse el gracioso, con el ojo pintado. Es la bola de helado de chocolate sobre el vestido nuevo. Es la cucaracha en el cabecero de la cama en el momento del sexo más enamorado. Es que se te cague una gaviota en la cabeza en pleno beso al borde de la costa.

Es esta sensación de estar viviendo algo deslumbrante, feliz, hermoso, enorme y que la interrumpan con sus idioteces. Eso es. Ni más ni menos.

Las jugadoras de fútbol españolas están movilizando al mundo entero, las mujeres empezamos a narrar de nuevo las agresiones sexuales a las que nos hemos visto sometidas toda nuestra vida. Las mismas que ahora mismo, mientras usted lee esto, se están produciendo en cada calle de cada barrio de cada ciudad de este país. Un grupo de mujeres jóvenes, valientes y enconadas ha dicho "Se acabó" y su gesto está recorriendo España entera, cruzando fronteras, protagonizando encuentros internacionales.

Las redes sociales se llenan de relatos donde volvemos a explicar cómo nos violentan en el metro, en los hospitales, en la calle, en el colegio o en casa, sobre todo en casa. Los medios de comunicación no tienen más remedio que hablar del asunto, decir la palabra consentimiento, defender la idea. No tienen más remedio.


Y en medio de todo esto, se oye la voz de un hombre que dice que se siente "perplejo" por lo que está pasando, "incómodo", se ofende. Se oye la voz de otro hombre que se queja de que esto no puede ser "una guerra", de que se están "levantando muros" y habla de "dos bandos" al referirse a hombres y mujeres, como los que hablan de "dos bandos" al describir la Guerra Civil. Dos bandos iguales, se supone, en su cabecita de "mamá, pis". Se oye aún la voz de un tercero que dice que volverá a España cuando Rubiales y Jenni Hermoso puedan besarse.

En este punto, me sale la madre que llevo dentro y les diría: "Vete a la cama ahora mismo y déjanos trabajar a las mayores, que tenemos que entregar un trabajo muy importante y tú, mocoso, nos estás distrayendo todo el rato con tus caprichos y reclamando atención". Es una tentación, sin duda, la de tratar a los hombres como criaturas. Fuera de mí. "Necesitan pedagogía, y no enfrentamiento", oigo comentar a algunas compañeras. ¿Piensan que son tontos? ¿Piensan que no pueden, igual que nosotras, leer a Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Kate Millet, Butler, Despentes, Chollet, Lijtmaer o a Wiener? 

Me dice el diccionario de la Real Academia Española que el término maternalismo no existe. Pues queda inaugurado. Observo perpleja el maternalismo (que es el paternalismo ejercido por las mujeres hacia los señoros, los jóvenos y los lerdos en general) con el que una parte del feminismo enfrenta lo que está sucediendo. Lo que está sucediendo: que las mujeres avanzamos con fuerza en la denuncia de los atropellos y la lucha contra la violencia y por la igualdad, mientras los hombres, en el mejor de los casos, asisten pasmados al fenómeno, preguntándose si "ahora se podrá ligar como antes", como "toda la vida". Lo que está sucediendo: que las mujeres construimos una sociedad mejor, más justa, que las muchachas jóvenes se movilizan para poner patas arriba la injusticia y la barbarie, mientras señoros y señoritos se lamentan porque ahora no saben si pueden dar dos besos al saludarnos


Cuando esto sucede, me sale la madre y les mandaría a lavarse las manos y a la cama, lejos de donde las adultas. Pero lo rechazo, lo rechazo mucho. Porque no son críos, porque no son tontos, porque no son sordos, porque no son lerdos. Porque podrían haber leído tanto como nosotras, haberse interesado por la vida de todas tanto como nosotras, haberse mirado al espejo tanto y tan dolorosamente como hemos hecho nosotras. Porque podrían estar narrándose a sí mismos con el mismo dolor esencial con el que nos narramos nosotras. 

Sencillamente, no les da la gana. Ignoro por qué le damos tantas vueltas a este asunto. Hay libros, hay voces, hay relatos, hay vídeos, de todo hay para empezar a entender y hacerse cargo. Como hemos hecho nosotras. Y solo me queda pensar que no lo hacen porque no les sale del forro. 

Así que, por mi parte, solo me queda decirles: por favor, apártense en la medida de lo posible, que nosotras vamos con prisa y disparadas. Y a la que quiera hacer de madre y acunarlos, que le vaya bien.


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