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Una crisis económica sin parangón ensombrece el camino hacia el Congreso del Partido Comunista de China en otoño

La cuestionable política de 'Covid Cero' con los daños derivados del aislacionismo, la crisis inmobiliaria, el altísimo paro juvenil y la presión geoeconómica de Estados Unidos amenazan este otoño el éxito del mayor cónclave de poder del gigante asiático.

El yuan, moneda del país, bajo la bandera de China.
El yuan, moneda del país, bajo la bandera de la República Popular de China. Reuters

China afronta con muchas incertidumbres, sobre todo económicas, la recta final ante el Congreso de otoño del Partido Comunista, la monolítica formación que rige los destinos de ese país desde 1949. En ese Congreso Nacional (celebrado cada cinco años) se espera renovar por tercera vez el mandato del actual presidente, Xi Jinping, y al tiempo mostrar que en las próximas décadas China es la potencia que tiene mayores posibilidades de sustituir a Estados Unidos al frente de la hegemonía global. Al menos esa es la hoja de ruta del Congreso, aunque la realidad es tozuda y se empeña en mostrar los pies de barro del gigante chino. 

Grietas económicas, Covid y riesgos sociales ante el XX Congreso Nacional del PCCH

Graves problemas estructurales, desaceleración del crecimiento, una altísima tasa de desempleo entre los jóvenes cercana al 20 por ciento y una economía demasiado dependiente del exterior, a pesar de los esfuerzos proteccionistas desplegados con el pretexto de la contención de la pandemia, podrían provocar una respuesta social capaz de hacer tambalear el régimen comunista si éste no responde adecuadamente. En este sentido, el Congreso del PCCH será político, pero sobre todo debería ser económico y social.

Los números se empeñan en quitar protagonismo a un Xi Jinping cada día más empoderado de sí mismo, pero desafiado por una economía que se niega a despegar, dañada en parte por las propias políticas draconianas del 'Covid Cero'. El confinamiento y la paralización del país propugnados directamente por el presidente chino para atajar la pandemia produjeron grietas muy profundas a la estructura productiva china que aún son difíciles de apreciar en su justa medida.

Y no solo. Si bien, no se puede negar que el encierro y el control extremo sobre la población han tenido éxito para atajar la difusión del virus, el fracaso en las campañas de vacunación, especialmente en el ámbito poblacional de los mayores de sesenta años, apunta a que el Covid y sus perniciosos efectos aún tienen mucho que decir en China. Mientras que en buena parte del mundo el coronavirus ha sido en buena parte superado y asumido, en China sigue siendo una espada de Damocles. Una eventual propagación del virus en una China que no ha aprendido a convivir con él asestaría un golpe económico y sanitario del que el gigante asiático podría no recuperarse con facilidad.

Son muchos los hándicaps. El primero es la caída del sector inmobiliario, que casi llevó al colapso de la constructora China Evergrande, una de las empresas más importantes del país. Los prestamos bancarios para la compra de viviendas se han desplomado ante los impagos de hipotecas de pisos en bloques de apartamentos que no se han terminado de edificar por los confinamientos. Con mucha razón, los chinos se niegan a pagar lo que no pueden recibir.

Muchas dudas sobre la fuerza real del comercio exterior chino

El mayor potencial chino, el comercio exterior y las exportaciones, es mirado con lupa en estos momentos. De hecho, los últimos datos de crecimiento del sector (en julio se incrementaron las exportaciones en un 18 por ciento respecto al mismo mes del año pasado) son atribuidos a causas temporales que no podrán mantenerse. La desaceleración de la economía mundial prevista para los próximos meses, en parte consecuencia de la crisis energética provocada por la invasión rusa de Ucrania, reducirá también el consumo mundial de bienes chinos, especialmente en uno de los principales clientes de China, esa Europa asfixiada por la inflación creciente y las catapultadas tasas de interés. A su vez, la disminución en el consumo de bienes chinos morderá con fuerza la ya en declive industria manufacturera del país asiático.

Sin el escudo de las exportaciones, China se verá afectada con mucha más fuerza por los efectos de las restricciones de la política 'Covid Cero', la contracción de las manufacturas, el paro juvenil, la citada e imparable crisis inmobiliaria y el alto riesgo de desestabilización social derivado del boicot hipotecario. ¿Dará respuesta sobre estas cuestiones el Congreso Nacional del PCCH en apenas unos meses? Parece poco factible. Como se muestra también muy difícil de alcanzar el objetivo de crecimiento calculado para este año en un 5,5 por ciento.

Y Estados Unidos hurgando en la herida taiwanesa en el peor de los momentos

El nerviosismo ante los datos que no acaban de cuadrar cunde en el politburó chino y ese nerviosismo se ha visto reflejado en el reciente pico de tensión con Estados Unidos por la visita a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes de ese país, Nancy Pelosi, y un posterior viaje también a Taipéi de una delegación del Congreso estadounidense. China respondió con unas desmesuradas maniobras militares que volvieron a dejar claro que una eventual guerra para recuperar la isla desgajada de la China continental en 1949 si bien es improbable, no es imposible.

Esta tensión ha incrementado el temor de los inversores extranjeros en China y Taiwán a que se pierdan los nervios y un conflicto caliente acabe de asestar el golpe definitivo a la economía mundial, tras los desastres financieros, comerciales y productivos relacionados con la pandemia del Covid y la guerra en Ucrania. Estos días han proliferado las noticias sobre las dudas que tienen compañías como Apple a seguir operando algunos de sus negocios de producción de tecnología punta en China y su creciente interés en países del sudeste asiático menos proclives a una repentina desestabilización.

También las empresas multinacionales centran su atención en las directrices que puedan salir del cónclave comunista de otoño. Si no hay cambios que disipen las dudas, 2023 podría contemplar una desbandada de muchos de esos consorcios extranjeros. La reafirmación del aislacionismo sanitario, la dureza de la política estatal sobre Hong Kong, el militarismo creciente por la crisis de Taiwán y un acercamiento a Rusia que exceda el área económica siembran muchas de esas dudas que deberán ser observadas en el XX Congreso del Partido Comunista Chino.

Las miradas están, por tanto, puestas en este magno evento de la nomenclatura china, a celebrar entre octubre y noviembre seguramente. Xi Jinping será reelegido como 'Gran Timonel' de esa formación y del poderoso complejo militar. Y pocos dudan de que Estados Unidos, con su agresiva diplomacia hacia China en este verano, le ha dado a Xi un espaldarazo que el líder chino se apresurará a aprovechar.

Si Estados Unidos está presionando en la forma en la que está haciéndolo, es porque sabe que China no puede responder. Y si responde, su capacidad de acción estará muy limitada, si es que no quiere desatar una ola de protestas que serían muy difíciles de acallar. Los años de confinamiento forzado por la pandemia han preparado a las autoridades para ese control de la población indispensable en caso de una crisis semejante. Y ha imbuido en el pueblo chino un sentido de obediencia que ha sido eficaz, pero que, sin embargo, es a la vez muy frágil, con la juventud y sus altas tasas de paro como el espectro social más inestable.

Incrementar el control social y de los medios para acallar las protestas

Este verano, el Gobierno chino lanzó una campaña para incrementar el control sobre las redes sociales y las plataformas de transmisiones en directo, con el pretexto de minimizar el daño que internet estaba teniendo en los menores de edad. En realidad se trataba de 'limpiar' el espectro internauta de cara al Congreso Nacional del PCCH, purgando las redes de 'informaciones no deseadas' y detectando y abortando la posible coordinación de protestas juveniles a través de los medios.

Pero una cosa es acallar a las redes y otra dar trabajo a millones de jóvenes y garantizar el acceso de las familias a los alimentos y a la vivienda. Y si hasta ahora, el aislacionismo y el confinamiento habían ayudado a mantener la calma desde el silencio, el ruido de los problemas económicos chinos ya traspasan sus fronteras.

Esta vez la solución a la crisis mundial no será China

Ante la crisis global derivada de medio año de guerra en Ucrania, con las subidas de los precios de los carburantes y el desabastecimiento alimentario que aún no han tocado fondo, algunos economistas habían vuelto a mirar hacia China como eventual salvador in extremis ante el desastre, como ya ocurrió en parte con el caos financiero de 2008. Sin embargo, catorce años después la situación es muy diferente. Ni la economía china está en plena expansión como entonces ni existe la confianza internacional para depositar en Pekín esperanza alguna.

Tampoco ayuda que Estados Unidos, temeroso del desafío chino a su proyecto de hegemonía global, haya incluido a Pekín en un flamante remedo de aquel 'eje del mal' trazado tras el 11-S. Una demonización que falla de base, pues China, con todos sus errores y dificultades, sigue siendo en estos momentos la columna que sustenta el sistema económico globalizado. Si esa columna se hunde, el desplome de todo el edificio financiero y comercial mundial está asegurado. China no es ya la solución al problema. Es parte del problema.

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