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Una guerra con devastadores 'daños colaterales' para España

13 españoles murieron en Irak y España quedó situada en la diana de Al Qaeda

ALICIA GUTIÉRREZ

Cuatro años después de haber lanzado a España a la guerra de Irak, José María Aznar habló así el 7 de febrero de 2007: 'En Irak no había armas de destrucción masiva. Eso lo sabe todo el mundo y yo también lo sé, ahora. Tengo el problema de no haber sido tan listo de haberlo sabido antes'.

Justamente ahí, Aznar vio interrumpida su conferencia por un estruendoso aplauso. Con la ovación, el auditorio congregado en Pozuelo de Alarcón (Madrid) celebraba el estilo de su líder histórico, esa nota de mofa que repiqueteó cuando dijo que no había sido tan listo como para, antes de mandar a su país a la guerra, saber que no había armas.

Cuatro soldados, siete agentes del CNI y dos periodistas cayeron en Irak

En las palabras del ex presidente no asomó ni un gramo de arrepentimiento. Ni de desazón por haber secundado, so pretexto de unas armas que resultaron inexistentes, una invasión que situó a España en la diana de Al Qaeda. O, lo que es lo mismo, en la antesala del 11-M, el peor atentado en la historia del país. En la masacre de Madrid murieron 192 personas. En Irak, 13 españoles: cuatro soldados, siete agentes del CNI y dos periodistas, el reportero Julio Anguita y el cámara José Couso.

El de Aznar fue un enroque secundado por el PP en su conjunto antes y después de la retirada de los 1.300 militares ordenada por Zapatero el 18 de abril de 2004. De hecho, el PP condenó la salida de las tropas, prometida en campaña y con la que el líder socialista se estrenó como presidente. Tres años después, los conservadores insistían en que la retirada había sido 'ignominiosa'.

Pertrechado en una sólida mayoría absoluta y subyugado por la idea de ser socio preferente de George W. Bush la foto de Las Azores habla por sí misma, Aznar despreció todos los avisos previos a la invasión. Despreció a quienes, desde la derecha europea, recalcaban que los inspectores no habían hallado rastro de armas de destrucción masiva y que un eventual ataque se haría en contra de la ONU. Y, sobre todo, despreció no sólo a la oposición parlamentaria sino a los más de tres millones de ciudadanos que, el 15 de febrero de 2003, tomaron las calles para evitar que España marchara tras el pabellón estadounidense.

Cuando el 14 de marzo de 2004, tres días después de la matanza de Atocha, Zapatero ganó en las urnas, el PP cambió el desprecio por la furia. Y se aferró a la teoría de la conspiración: aquella que, pese a la demoledora sentencia judicial que acreditó la autoría yihadista del 11-M sin género de dudas, seguía sosteniendo que el atentado había sido obra de ETA. El objetivo de la masacre, afirmaba Aznar aún en 2007, fue 'cambiar el curso político de España'. A esa teoría se abrazaron el PP y su constelación mediática hasta que la nueva derrota de 2008 forzó a Rajoy a congelar el asunto. Ayer, ningún dirigente conservador valoró la retirada de las tropas de EEUU. Irak, opina ahora el PP, es agua pasada.

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