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Georgia y el magnetismo de Stalin

Un viaje por Georgia obliga a repensar el concepto de memoria histórica y el tratamiento de la figura más conocida del país.

4/3/24 Estatua de Stalin en el museo dedicado a su memoria en la ciudad de Gori.
Estatua de Stalin en el museo dedicado a su memoria en la ciudad de Gori. B. S.

Las pistas se desparraman por todo el territorio. En escondidos rincones o en ostentosos altares. Hay un hilo invisible que fluye por Georgia y sobre el que flirtean la ironía y lo grotesco. Entenderlo se vuelve una parte esencial del viaje, porque significará también vislumbrar dónde está realmente este país: en que momento histórico y en que hemisferio político.

A lo mejor, la respuesta no es tan significativa para los georgianos, o no será más que una ínfima parte de la complejísima realidad de este pedazo del Cáucaso meridional. Pero, sea por puro morbo histórico o por falta de mayor contexto, el visitante precisará resolver el significado de esta desconcertante presencia.

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Cobra distintas formas y colores a lo largo de todo el país, sin un comienzo ni un fin marcados. Por escoger un lugar representativo, podemos comenzar en la capital, en Tbilisi, al lado del Parlamento. Ondea, presumida, la bandera georgiana junto a la de la Unión Europea, elemento de decoración cotidiana (y difícil de explicar) en los aeropuertos y otros edificios oficiales.

Algo más allá, avanzando por la espectacular Avenida Rustaveli, los soportales de un edificio de estilo soviético-stalinista acogen numerosos puestos de objetos de segunda mano: juguetes, camisetas, sombreros, inocentes recuerdos turísticos, imanes con las más variadas estampas, cuadros del pintor local Niko Pirosmani, alguna cantante folclórica, un paisaje caucásico y un tipo bigotudo que parece Stalin... Y que de hecho es Stalin.

Stalin, estrella pop

Allí, animoso, sonriente, bien podría ser un músico de rock cualquiera, un actor o un icono religioso. Toda una estrella pop, envuelta en un humilde uniforme y con una mueca satisfecha, como de haber comido un cocido. Listo para adherirse a la nevera del turista.

Mientras pienso en lo correcto o no de comprar ese imán, unas protestas comienzan, como casi cada atardecer, frente al Parlamento. En esta ocasión son bielorrusos exiliados, que añaden al popurrí de banderas la blanca y roja de la Bielorrusia presoviética: unos dicen que es la auténtica bandera del país libre; otros, la de los colaboradores nazis. En un muro más lejano, unas letras grandes dicen: "Rusia asesina".

Nuestro hilo se convierte en una espiral difícil de descifrar. Los símbolos y significados pueden no ser los mismos que traigo aprendidos de casa. En consecuencia, tampoco los mapas y, a lo mejor, ni siquiera el tiempo.

Por cierto, sobre el tiempo: Víctor Hugo escribió que no hay mejor testimonio del tiempo que la arquitectura, y la de Tbilisi es propia de un cuento. Pequeñas calles se remueven en el casco histórico, entre centenarias iglesias ortodoxas, casas tradicionales caucásicas, las termas que habían enamorado a Pushkin y la muralla de la ciudad, hasta llegar al río.

4/3/24 Sanatorio abandonados en Tskaltubo.
Sanatorio abandonados en Tskaltubo. B. S.

Allí, semiabandonadas e inertes, están las futuristas construcciones de la Georgia de Mikheil Saakashvili como fruto de un episodio onírico nacional. A ambas orillas del lecho del río Kura, cientos de edificios tambaleantes muestran la herencia de la Rusia zarista, escondidos entre los densos árboles cuyas raíces destrozan las aceras. Ese toque encantado, como de jungla inexplorada, se desvanece en las amplias avenidas de corte soviético, que extienden la ciudad a lo largo del valle.

Son edificios ya desgastados, continuamente despreciados, pero que moldean por completo los paisajes urbanos en toda la región. De hecho, así parece verse hacia Moscú, con una mezcla de hastío, miedo y respeto. Quedan algunas hoces y martillos. Monumentos cósmicos y comunistas decoran las colinas que ponen fin a la ciudad. Sí, folclore socialista para el turista, pero, ¿qué es para los georgianos?

La cuestión lingüística puede ayudar a entenderlo. El ruso sigue siendo la lengua más útil para viajar por la región. Su enseñanza fue obligatoria hasta los noventa, por lo que la mayor parte de la gente mayor de treinta años habla ruso con fluidez. Que un extranjero hable el idioma de Moscú es motivo de orgullo para los ancianos, pero el cuento cambia entre los más jóvenes: muchos de ellos perciben una connotación política en la lengua y prefieren evitarla a pesar de que sea la única herramienta de comunicación.

Tbilisi, como cualquier otra capital, es el lugar menos acomodado para interpretar las aspiraciones y sentimientos más hondos del país. Así que es mejor seguir tirando del hilo en los trenes y autopistas. En uno de esos trayectos, reaparece la cuestión del tiempo, cuando doy con un artículo sobre las ruinas soviéticas, que habla sobre la fuerza del "pathos del tiempo". Emplea el sintagma con naturalidad, como si hubiera sido sido "el sabor del pan", pero ¿qué querrá decir?

La descomposición de edificios y monumentos

El texto aborda la fascinación que a muchos les (nos) produce asistir a la descomposición de estos edificios y monumentos, que representa, a su vez, la desarticulación de algo mucho más amplio: la URSS, para el caso. Pero la expresión no acaba de encajar. Me fastidia la intelectualidad del autor, que no especifica en la medida que el término exige. Pathos: "Afecto vehemente del ánimo", según la Real Academia Española (RAE).

Que un extranjero hable ruso es motivo de orgullo para los ancianos, pero el cuento cambia entre los más jóvenes

¿Es eso? Pero pathos, en estética, es la emoción que suscita una obra por sí misma. Entonces, ¿el tiempo es la obra? Pathos es lo que se siente, un sufrimiento natural, una pasión. En esta expresión, ¿puede ser el tiempo quien siente y padece? ¿O será lo contrario del eros? ¿O es esa trampa retórica que acaba suscitando la empatía en la forma más patética? La expresión es tan vaga que flota en el texto para que cada uno se apropie de ella.

Y así, en las tres semanas de viaje, los cientos de kilómetros recorridos de norte a sur y de este a oeste serán suficientes para entender que ese pathos, en Georgia, es la mezcla de todo eso. Esa fortísima huella del tiempo, de muy distintas épocas, en la morfología del país y en la mentalidad. Es la honda impresión que esta huella causa en los testigos. Es un hilo argumental dúctil, una fuerza de amor y de manía, de nostalgia y esperanza; a veces, patética. Aquí, el tiempo parece tener una correspondencia geográfica: un pasado ruso, un futuro europeo. En una época donde manda la nostalgia, Georgia no es el único país enredado en este pathos, pero sí es un país útil para reflexionar sobre él.

4/3/24 Rascacielos en la ciudad de Batumi, en el mar Negro.
Rascacielos en la ciudad de Batumi, en el mar Negro. B. S.

En primer lugar, hace falta no dar por hecho que el tiempo es la historia. El futuro puede marcar más que el pasado. Así es, por ejemplo, en la ciudad de Batumi, donde un delirio de rascacielos fluorescentes que acuchillan la hermosísima costa oriental del mar Negro. Allí los acantilados están cubiertos por una vegetación propia de los trópicos. Salvajes hoteles kitsch devoran las callejuelas y cafés turcos alrededor de los que creció la ciudad.

En su ansia por despegarse del pasado, Batumi deja que una pobre idea de futuro se imponga a todo lo demás. Es como un laboratorio urbano, un paisaje fálico de erectas luces, sin significado ni contexto. Sé que el contrapunto más drástico está en esta misma costa, unos kilómetros al norte: parto hacia Sukhumi, la capital de la autoproclamada república de Abkhasia, que Georgia reclama como propia pero que, como Osetia del Sur, irguió una frontera con el resto del país, ayudada por Rusia. Rechazan todas mis tentativas de obtener un permiso de entrada, así que decido rebuscar sobre la historia de Abkhasia en otro lugar.

Tskaltubo es el vestigio más impresionante que puede existir del auge y caída de la URSS.

En la región central de Imericia está Tskaltubo, el vestigio más impresionante que puede existir del auge y caída de la URSS. Algunos edificios restaurados indican que la vida continúa, pero son una excepción entre los árboles y la maleza que devoran los caminos y las estropeadas esculturas. Es como ver los cimientos de una ciudad de la Grecia clásica. El ejercicio de recrear el pasado es tan necesario como inevitable. Se antoja que esta es la madeja de la que nace el hilo que tanto me intriga. Tskaltubo es una no-ciudad, un no-tiempo, un no-país. La astilla de una civilización que no explotó todas sus potencialidades.

Con unas aguas terapéuticas ya documentadas en el siglo VII, fue en el siglo XX cuando la zona experimentó un ánimo definitivo para convertirse en la ciudad balneario soviética por excelencia. Llegó a acoger la más de 125.000 visitantes anualmente, que descansaban en las decenas de sanatorios que ahora se desparraman por estos densos montes. Son vetustos y barrocos edificios construidos bajo las doctrinas del imperio estalinista.

Ornamentación

Además de un componente de pastiche, los resistentes materiales y el nivel de detalle en la ornamentación guían una mirada por balaustradas neoclásicas y las escalinatas art decó, hasta marmóreos capiteles de estilo imperio y espacios comunes más asimilables al constructivismo de las vanguardias rusas. Un eclecticismo que redunda en una impresión de incontestable grandiosidad. Ahora, saqueada y abandonada, nos pregunta qué fue lo que ocurrió aquí, qué pecado natural se cometió en este paraíso de portentosa naturaleza y divina arquitectura.

Algunos sanatorios, en apariencia tan abandonados como los demás, están, sin embargo, custodiados. Los perros ladran con más fuerza cuando me ven y algunas puertas y ventanas están cerradas con candado o atrancadas con tablas. Ese morbo inicial, mezcla de la fascinación y de la intriga, se vuelve de pronto tristeza y vergüenza: se hiela la sangre al comprender que este abandono está habitado. Desde el conflicto regional de Abkhasia, en los 90, millares de sus habitantes fueron reubicados en esta ciudad de manera temporal. Temporalidad que llega hasta hoy y que revela una de las caras más oscuras de la realidad caucásica.

Algunos prisioneros de la nostalgia siguen pasando sus vacaciones en Tskaltubo, como rechazando la caída  de la URSS

Hartos de curiosos como yo, estos residentes rechazan la conversación, pero la ciudad aún tiene mucho que decir sobre el pathos del tiempo: entre estas vidas atrapadas en el pasado, son también algunos prisioneros de la nostalgia los que siguen pasando sus vacaciones en Tskaltubo, como rechazando la desaparición de la URSS. Lo entiendo al preguntarle a un paseante por el sanatorio Metallurg. Al identificar mi acento ruso extranjero, se presenta: es azerbaiano, de 70 años, expolicía soviético. Lleva treinta veranos consecutivos tomando las aguas en la casa de baño número 6, la única que sigue operativa. Me ofrece acompañarlo para mostrarme algo muy especial.

La instalación está concurrida por gente de la región y algunos turistas. Mi improvisado guía conoce el lugar como la palma de su mano, cojea rápido por los corredores, impaciente. Ya tiene confianza con las recepcionistas, las fisioterapeutas, los guardias... "Aquí hay un turista extranjero, podemos pasar, ¿no?".

4/3/24 Un expolicía azerbaiano muestra la antigua sauna de Stalin, en Tskaltubo.
Un expolicía azerbaiano muestra la antigua sauna de Stalin, en Tskaltubo. B. S.

Sin esperar la respuesta, abre la puerta a un tesoro. De nuevo, al tesoro del tiempo. No a otra época, sino al propio tiempo como fenómeno. El barullo de los baños enmudece. El hilo se vuelve a enredar en tres salas contiguas, bañadas de luz natural y marginadas del resto de los impolutos baños. Aquí volvemos al polvo, al óxido, a los escombros, al abandono: "Pasa, pasa, esta era la sauna personal de Stalin: es una triple sala para invitados de alta categoría. Hay una puerta para emergencias, que no es la original, pero seguramente, el propio Stalin se sentó en estas poltronas".

Señala dos butacas de cuero marrón, con una silueta humana estampada: las piernas, las nalgas, la espalda... Tan marcadas que parecen acomodar aún una solemne presencia. La calma, el silencio y el aire pesado sugieren un santuario intocable: quién sabe si por sagrado o por maldito.

"Aquí, Stalin tomaba los baños en aguas de radón. Sí, aquí se bañaba el señor Dzhugashvili, un hombre de verdad"

Pasamos a la segunda estancia, de amplias ventanas que rodean una gran bañera cubierta de típicos motivos soviéticos, en mosaico cerámico. "Aquí, Stalin tomaba los baños en aguas de radón. Sí, aquí se bañaba el señor Dzhugashvili, un hombre de verdad", dice, mientras muestra la ornamentación cerámica de los años treinta: "Mira, mira qué calidad".

"Por aquí pasamos a un pequeño cuarto, donde también está el inodoro del presidente del Partido Comunista, del presidente de la Unión Soviética", se recrea con su ruso oxidado. "Perdona, que olvido algunas palabras... Pero mira, lo más interesante es este agujero en el suelo, que debía de ser una salida de emergenci"», explica.

No es la primera referencia que escucho al sistema de corredores subterráneos que se atribuye la esta ciudad. (La madeja del hilo, pienso).

Exaltación stalinista

En cualquier otro lugar, habría considerado una broma esta exaltación stalinista. Pero mi nuevo amigo, sin dignarse a desenredar el hilo, se despide de la manera más abrupta, con un efusivo convite a la azerbayana. Tiene cita en diez minutos para un masaje subacuático y me recomienda finalizar el día en la dacha de Stalin. Tras media hora monte arriba, llego a una pequeña garita metálica, donde dos vigilantes hacen café y pelan unas manzanas.

Cuando parece evidente que no me dejarán pasar, el más grandullón se acerca y dice: "Ten minutes". Ahora sí, definitivamente, comienza el más absurdo ejercicio de memoria histórica que se pueda imaginar. El hombre, ahogado en su uniforme, coge el teléfono y escribe en el traductor: "Ésta era la antigua dacha de Stalin, se la muestro".

Tengo presente que Stalin era georgiano, que no desaprovechaba la menor oportunidad para descansar en su república, que valoraba estas montañas como una parte de su cuerpo... Pero no imaginaba semejante servicio público de resurrección de viejas glorias. "Estoy aquí para tu seguridad; los edificios pueden derribarse", leo.

4/3/24 Manifestación de ciudadanos bielorrusos frente al Parlamento de Georgia.
Manifestación de ciudadanos bielorrusos frente al Parlamento de Georgia. B. S.

Seguimos entre la maleza, siempre hacia arriba. La dacha es una pequeña ciudad, con un primer edificio de tres plantas dedicado a los kagebéchniki (agentes del KGB), aquí apostados para la seguridad personal del dictador, conocido por sus paranoias. "Son 28 hectáreas, con muchos árboles frutales y viento fresco" escribe. "Cuando los árabes lo compren, construirán aquí un paraíso", matiza.

Seguimos el ascenso hasta un pinar, sombrío, donde están las instalaciones de la cocina y comedor. "Es una de las dos cocinas de Stalin. Allí, el comedor de Stalin. Al fondo, puedes ver la casa de Stalin". Una casa de dos plantas, mediana y sobria. Mi nuevo guía sonríe, me pide mi cámara. Me proponen sacarme fotos de recuerdo en el jardín, frente a la entrada de la dacha, que le inspira tanta ternura como a mí temor.

Por la escalinata que algún día subió Stalin aparece una gigantesca vaca,  como un gran cetáceo en el océano del pasado

Eso es lo curioso: convertir la dacha del temible Stalin en un inocente photocall turístico. A lo mejor, es lo que llamaban socialismo de rostro amable. O quizás sea la máxima expresión del olvido: la permanencia de símbolos completamente desposeídos de su significado.

En ese rato comienzo a desenredar este hilo georgiano y comprendo mejor qué es, en el fondo, Tskaltubo: un territorio lobotomizado, una ciudad que no sobrevivió a los cambios, que se hundió con una civilización. A espaldas del guía, por la escalinata que algún día subió Stalin aparece una gigantesca vaca, lenta, marrón, que surca el espacio como un gran cetáceo en el océano del pasado.

Desde el olvido cojo un tren hacia el recuerdo y el homenaje. A unos cientos de kilómetros de Tskaltubo está la pequeña villa de Gori, conocida por haber visto nacer a Stalin y por protagonizar las más cruentas batallas entre el ejército ruso y el georgiano en 2008.

En las cuatro horas de trayecto, entre montañas y ríos, consigo situar las historias del escritor abkhasio Fazil Iskader, una especie de Álvaro Cunqueiro caucásico que retrata como nadie las formas de vida, costumbres e idiosincrasia de las distintas etnias georgianas.

Figura mística

En sus relatos de la segunda mitad del siglo XX, llenos de humor, a todas horas aparece un hombre bigotudo a caballo, una figura mística, legendaria, que pasó de infundir terror y admiración entre los montañeros para hacerlo, con el tiempo, a un nivel mundial, cuando sucedió a Lenin como secretario general del PCUS.

En Gori, un museo rinde homenaje a las hazañas de este bigotudo, que resulta ser el mismo que había encontrado en los imanes y recuerdos de la avenida Rustaveli.

4/3/24 Rascacielos y el paisaje urbano en la ciudad de Batumi, en el mar Negro
Rascacielos y el paisaje urbano en la ciudad de Batumi, en el mar Negro. B. S.

El Museo Estatal de Stalin es el último desafío a la idea de memoria histórica que me ofrece Georgia. No oculta sus intenciones. En ningún momento se presenta como centro documental, como punto de información y reflexión sobre la vida de uno de los personajes más crueles de la historia. Es un altar para la exaltación de su figura.

El edificio preside la principal avenida de Gori y conserva intacto el esplendor barroco de los 50, cuando fue construido en estilo estalinista (cómo no). Vidrieras, mármol, estatuas, alfombras y adornos rococós en las columnas.

Mediante un recorrido cronológico, traza un relato que no escatima en la dramatización de la vida de Ioseb Besarionis dze Dzughasvili, una historia repleta de tragedias y superación. Compila testigos de sus allegados, sus primeros poemas e ideas revolucionarias, sus épicas huidas de la represión zarista, su ascenso al poder y magníficas victorias bélicas. Todo centrado en esta emotiva trayectoria de un hombre con principios... Eso sí, con unos principios que no se especifican.

El comunismo se reduce al folclore de su imaginería, a una ideología nominal, a un lema para uno nuevo país. Sin reparar en estas motivaciones, puede que tampoco tenga sentido atender a las consecuencias: en el museo apenas se menciona que durante el mandato de Stalin (y en ningún caso, que se ejecutó bajo sus órdenes) murieron varios millones de personas fruto de la represión.

Para algunos georgianos, Stalin es la orgullosa historia de éxito de un pobre chaval de las montañas

Avanzo por este templo y escucho cómo las guías, con la seguridad de expertas historiadoras, entretienen los visitantes con anécdotas de la vida de Stalin, a quién se refieren con reverencia o con sus cariñosos apodos: Soso y Koba. Observamos los ukazi (decretos) firmados de su puño y letra, objetos personales, retratos de todos los tipos, la reconstrucción de su despacho en el Kremlin, la casa en la que nació y hasta su tumba, que pone fin a la visita con una efectista solemnidad.

Cuanto más intento desenredar este hilo invisible del pasado, más confuso me parece. Al maldito pathos del tiempo se le aplica un filtro posmodernista, que limita todo a la imagen, que elimina los significados y los reduce a las formas.

"Gerente eficiente"

Una vez más, de tan amplios, los significantes, los símbolos aboyan en el aire para que cada uno los interprete como más le convenga: para algunos georgianos, el bigotudo es la orgullosa historia de éxito de un pobre chaval de las montañas; para muchos rusos, un "gerente eficiente" (según se enseña en las escuelas) y la viva imagen del imperialismo zarista...

Y para otros, como me hartaré de escuchar ya de vuelta en Galicia, un icono exento de cualquier pecado por haber luchado contra el imperialismo occidental. Tanto tiene si emplea la misma medicina. El hilo comienza a aclararse: los símbolos, cuanto más abstractos, más poderosos serán. Por eso los imanes de Stalin parecen también cada vez más magnéticos.

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