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Conde, empresario o banquero: por qué pensamos que la violencia machista no la ejerce un hombre rico

La respuesta se encuentra en los estereotipos y prejuicios de género, una serie de mitos construidos socialmente que se adhieren a nuestras creencias porque las hemos incorporado desde la más tierna infancia.

Fernando González de Castejón, en declaraciones a Telemadrid el 17 de marzo de 2015.
Fernando González de Castejón, en declaraciones a Telemadrid el 17 de marzo de 2015. Telemadrid

Este lunes los medios de comunicación se hacían eco del doble asesinato machista ocurrido en Madrid. Según las informaciones, el autor era el conde de Atarés y marqués de Perijaa, que usando un arma de fuego acabó con la vida de su mujer y con la de una acompañante que se encontraba con ella en ese momento. Posteriormente se suicidó. Si bien los detalles sobre cómo se producen estos crímenes y qué características tiene el agresor no son realmente relevantes ni deseables en la manera de tratar periodísticamente un asesinato machista, la descripción no deja interpelar al lector sobre hechos que, al menos en teoría, parecen contradictorios.  

Conde, marqués y calle Serrano (la más cara de Madrid y en la que se acumula la mayor cantidad de tiendas de marcas de lujo por metro cuadrado), no parecen casar bien con violencia de género. Pero esta afirmación no es cierta. 

Todos los estudios realizados a lo largo de las últimas décadas hacen hincapié en algunas cuestiones claves a la hora de entender la violencia que sufren las mujeres. Por un lado, que no existe una víctima tipo de la violencia machista
 y que tampoco existe un patrón en el que encajen los maltratadores. Que los asesinatos machistas son el mayor exponente de la desigualdad que existe en la sociedad entre hombres y mujeres y que esta violencia es estructural. Es decir, que atraviesa a todas las clases sociales, nivel educativo o económico y cualquier otra categoría social que se quiera pensar. El único factor común en esta violencia es el machismo. 

Miguel Lorente: "los maltratadores comparten únicamente tres características comunes: ser hombre, varón y de sexo masculino"

El de la calle Serrano no varía del resto los cerca de 1.150 asesinatos de mujeres por violencia de género que se han registrado en nuestro país desde que en 2003 se comenzaran a recopilar oficialmente los datos. No tiene relevancia el arma que se utilice para cometer el crimen, ni cómo sea el hombre que la ejerce. Si viste bien, mal, si es correcto en el trato, desagradable, una persona afable o introvertida. Si es buen vecino, si da los buenos días al cruzarse con personas de su edificio, si usa corbata, si habita en una vivienda unifamiliar de 600 metros en un barrio acomodado o en un  piso pequeño de de una ciudad dormitorio en los suburbios... Ninguna de estas características o descripciones dicen nada sobre la posibilidad de un hombre de ser maltratador o de la posibilidad de que acabe con la vida su mujer. Tal como afirma Miguel Lorente, médico forense y exdelegado del Gobierno contra la violencia de género, los maltratadores comparten únicamente tres características comunes: ser hombre, varón y de sexo masculino. Es decir, "sólo se necesita ser hombre y decidir usar la violencia".

La influencia de los estereotipo y mitos

Entonces, ¿por qué tendemos a pensar que la violencia ejerce un hombre con menos recursos, menos educación y con alguna tara? La respuesta se encuentra en los estereotipos y prejuicios de género. Una serie de mitos construidos socialmente que se adhieren a nuestras creencias porque las hemos incorporado desde la más tierna infancia. 

"Los estereotipos son un sistema de creencias, atributos y comportamientos que se piensan propios, esperables y adecuados a determinados grupos de personas o situaciones. No son neutrales, su definición está basada por el sentido que la cultura da a cada una de esas situaciones, puesto que su objetivo es integrarlas en la sociedad como parte de la realidad con el significado otorgado", explica Lorente a Público.

Este experto añade que cuando entre los mitos que forman parte de nuestra cultura tenemos el de la "mujer mala y perversa" y el del "hombre bueno", la violencia que ejercen los hombres contra las mujeres hasta asesinarlas no resulta creíble bajo su verdadero significado. Es decir, "que pueda existir una libre decisión de un hombre que decide maltratar o matar". Y no resulta creíble, explica, porque precisa integrar dos conceptos difíciles de asimilar: la gravedad de los hechos (homicidios o agresiones graves) y la normalidad de los mismos, puesto que, según afirma la Macroencuesta sobre violencias machistas elaborada por el Ministerio de Igualdad, existen alrededor de 600.000 casos de esta violencia anualmente

Por eso, añade Lorente, esta violencia se intenta presentar, no como un problema social, "sino como la obra de determinados hombres" que para evitar que sean considerados como "normales", los estereotipos y los mitos "tratan de situarlos en los márgenes de nuestros valores".

"Por eso se habla de alcohólicos, drogadictos, hombres con problemas mentales, hombres marginados, extranjeros… Cualquier elemento que los aleje del hombre medio es válido. Cuando más se aleje de ese polo marginal menos creíble y esperable será entender que es un hombre maltratador y asesino. Es lo que ocurre con el caso del marqués de Perijá y conde de Atarés, pero ocurriría de la misma forma para cualquier hombre con cierto estatus que se salga de los estereotipos", añade Lorente.

Victimas que no encajan en los patrones

De la misma forma que existe un estereotipo social de agresor, existe otro que define a la víctima perfecta, una realidad que como en el caso de los maltratadores sólo habita en el imaginario colectivo, pero no en la realidad. Mujeres que por tener estudios superiores, responsabilidades empresariales, trabajos cualificados o poder económico, no son consideradas como víctimas de malos tratos o al menos susceptibles de haberlos evitado.

Casos como el de Carmiña Ordóñez hace más de 20 años o como el de Rocío Carrasco, son vistos como mentirosas y su testimonio tenido como falso. Ordoñez, por ejemplo, denunció la violencia que sufría por parre de su tercer marido, sin embargo la jueza no consideró que cumpliera con el prototipo de mujer maltratada. También se la criticó por tardar mucho en denunciar, un hecho que muchos juzgados consideran como la consecuencia de una mentira o una venganza. 

La realidad, tal como demuestran diversos estudios realizados en los últimos años por el Ministerio de Igualdad, es que las mujeres tardan de media casi nueve años en denunciar la violencia de género que sufren y este plazo incluso se alarga si se añaden otras circunstancias como depender económicamente del maltratador o tener hijos en común por el temor a que sufran violencia. 

Tal como refleja la Macroencuesta realizada por Igualdad en 2019, solo un 21% de las víctimas de violencia de género denuncian a sus maltratadores y se calcula que algo más del 70% de las mujeres que salen de una relación violenta, lo hacen mediante la separación, por lo que existe un enorme cantidad de violencia nunca declarada. Según el mismo estudio, las mujeres que en menor medida reconocen haber sufrido violencia física por parte de su pareja son las que tienen estudios universitarios. 

La tardanza en denunciar, tal como ha afirmado el Tribunal Supremo en varias sentencias que sientan jurisprudencia, no puede "suponer una merma en la credibilidad de las víctimas" que lo silencian "por miedo, temor a una agresión mayor, o a que las maten". 

El ciclo de la violencia (una rueda que pasa por momentos de agresiones, luna de miel y nuevas agresiones) y la indefensión aprendida (un proceso de sometimiento de la víctima que acaba creyendo que haga lo que haga va a ser inútil), no sólo retrasan la búsqueda de salidas, sino que en muchas ocasiones impide la denuncia. ​

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