Público
Público

Josep Gironès, el boxeador que formó parte de la escolta de Companys y murió en el exilio perseguido por una calumnia

Ídolo de los años veinte y treinta, integró el cuerpo de seguridad de Lluis Companys, fue perseguido por el régimen franquista y desapareció en México durante cuarenta años.

El boxeador Josep Gironès, en una imagen de archivo.
El boxeador Josep Gironès, en una imagen de archivo. Cedida

Lo llamaban El crack de Gràcia. También El Bulldog y El Canario, porque era rubio y no dejaba de silbar. Pero cuando Josep Gironès ingresó en un campo de concentración francés ya no era ese boxeador vitoreado por las calles de Barcelona, el púgil que había lucido en crónicas y carteles. A principios de 1939, como tantos otros exiliados, Gironès huía del país para evitar una condena definitiva. No imaginaba que no volvería ni vivo ni muerto. Su vida es una de esas historias que ya conciernen a la literatura.

Nació el 28 de agosto de 1904, en el número 29 de la calle Llibertat de la Vila de Gràcia, inaugurando así una prole de cuatro hermanos. Su nombre completo era Josep Joan i Gironès, pero se le conocería por el apellido materno. Su madre se ocupaba del trabajo de la casa. El padre vendía aves de corral en el mercado. En su adolescencia temprana, Gironès comenzó a trabajar en un taller manejando un torno, mientras desarrollaba las aptitudes deportivas que lo subirían al ring.

Por aquel entonces, el boxeo era un deporte al alza en la ciudad. Pese al pistolerismo, las huelgas y la Primera Guerra Mundial, un conflicto que dificultaba la llegada de boxeadores extranjeros, Barcelona pronto se convirtió en una capital del combate. En 1921, el Ateneu Enciclopèdic Popular acogió la creación de la Federación Española de Deportes de Defensa. "El boxeo no tiene que ser un espectáculo más, sino un medio de apartar a nuestra juventud del alcohol", recogía el acta fundacional. En una velada de aquel mismo año, Gironès conoció a Ángel Artero, su entrenador y manager, impulsor del Punching-ball Club de Gràcia. Allí también entrenó Carles Flix, quien sería asesinado por el régimen franquista.

En 1929, ganó el título de campeón de Europa de peso pluma en Montjuic, frente a 40.000 espectadores

Primero peso mosca, luego gallo, finalmente pluma. En 1924, Gironès obtuvo su primera gran victoria contra Lluis Vallespín, apodado El Macho. Vendrían muchas otras. En el teatro Olympia, en la plaza La Monumental o en el frontón Nuevo Mundo. En 1929, ganó el título de campeón de Europa de peso pluma en Montjuic, frente a cuarenta mil espectadores. Para esas fechas, ya estaba casado y esperaba una hija. Conservó el título durante siete años.

"Salía muchísimo en los diarios. Y si hace diez años preguntabas a la gente, había quien se acordaba de él", afirma Joan López Lloret, director del documental 138 segons. L'enigma Gironès. "En 1929, boxeó once combates con las principales figuras internacionales. Brillaba en todo el continente europeo", recoge el escritor y ex árbitro Juli Lorente en el libro El crack de Gràcia, ídol pugilístic del segle XX.

Sus éxitos no alteraron su carácter sobrio. Gironès esquivaba las entrevistas y aparecía en las fotos con cara de preferir estar en cualquier otro sitio. En un artículo de 1935, el periodista Josep María Planes perfila al luchador como "un chico modesto, tímido, gris, compendio de virtudes austeras y caseras, hombre de su barrio, de su calle, paradójicamente una de las vedettes del país, nuestro primer as deportivo". "El deporte, entre otras cosas mejores, es una escuela de vanidad, y él es un pésimo alumno", escribe Joaquim Roglan en el libro Combat a mort. Gironès i els boxejadors perseguits pel franquisme.

Sin embargo, hay derrotas que aplastan por razones íntimas que, desde fuera, son difíciles de entender. Fue el 12 de febrero de 1935 en La Monumental. Ese día, como siempre hacía antes de cada combate, Gironès engulló dos yemas de huevo mezcladas con un trago de cava. Poco después, subió al ring y, en lugar de calentar, esperó a su rival sentado en su taburete, expuesto al frío y a los nervios, durante unos minutos eternos. Cuando Freddie Miller, extraordinario campeón estadounidense, ascendió al cuadrilátero, empezó un espectáculo que duraría 138 segundos. Bastó un solo gancho al hígado para que Miller tumbara al mito barcelonés.

Se hizo un silencio en la plaza que, como el propio boxeador, ya no remontó.

Muchos seguidores culpaban a su manager por haber dejado que se resfriara mientras aguardaba a Miller

Tras aquella humillación, no salió de su casa en ocho días. En los clubes y en las calles comenzó un baile de especulaciones. Muchos seguidores culpaban a su manager por haber dejado que se resfriara mientras aguardaba a Miller. "Mi padre tenía un grano en el brazo y pocos días antes lo habían operado. Todo el mundo que vio ese combate notó enseguida que no estaba en condiciones y que tenía frío, pero Artero y los empresarios no quisieron suspender el combate porque habían vendido todas las entradas", atestigua la hija de Gironès, Lolita, en palabras recogidas por Roglan.

"Trece años que esperaba este combate....", le deslizó Gironès al periodista Carles Sentís pocos días después del KO. Y aunque el enfrentamiento no sentenció nada, y las ofertas y contratos continuaban llegando, el púgil de Gràcia, El Canario, El Bulldog, no volvió a boxear.

De ídolo a proscrito

Con el anuncio de la guerra civil, las autoridades catalanas ofrecieron a Gironès, a Carles Flix, y a otros deportistas, la posibilidad de ingresar en el Cuerpo General de Policía. Las principales fuerzas políticas e instituciones habían dedicado a Gironès un álbum por su retirada del ring. El antiguo campeón comenzó a trabajar como escolta de segunda línea del presidente Lluís Companys y, posteriormente, de Joan Casanovas. Era la mejor opción para no ser destinado al frente.

Pero su fortuna no sería mucho mejor. A principios de 1939, poco antes de que cayese la ciudad, el bando sublevado divulgó que dos boxeadores habían torturado a prisioneros en las checas de Barcelona y de Sabadell, lugares creados a semejanza de los centros de la policía política soviética.

"Se vierten más acusaciones contra los excampeones de boxeo Flix y Gironès por su papel como torturadores en los centros de detención del bando rojo. Actuaban canallescamente con extrema maldad contra ciudadanos que han ayudado a la liberación de España de la horda comunista", afirmaba la propaganda franquista.

Flix, apodado El Bohemio, no soportó que arrastraran sus nombres por el barro. Poco antes de salir del país, dio media vuelta y regresó a Barcelona para desmentir la calumnia. "Nunca he pegado a nadie fuera del ring y nunca he estado en una checa", aseguraba, según el libro de Roglan. El régimen dictó sentencia en marzo de ese mismo año. Carles Flix, de 31 años, fue fusilado en el Campo de la Bota y enterrado en una fosa común.

Gironès entró en el campo de concentración de Bram, en los Pirineos Orientales

Gironès consiguió llegar a Francia y entró en el campo de concentración de Bram, en los Pirineos Orientales, por el que pasarían miles de refugiados. Allí fue retenido varios meses, antes de trasladarse a Marsella, donde trabajó de lavaplatos. Tres años más tarde, se embarcó hacia México. Tras su huida de Barcelona, su mujer, Dolors Vilella i Junyent, fue detenida y su piso fue incautado.

Hoy, una columna del Fossar de la Pedrera de Montjuic homenajea a Carles Flix. El Bohemio y Gironès no fueron los únicos boxeadores que padecieron la represión del régimen. Enrique Alzamora Casanovas, militante de la CNT, también fue fusilado en el Campo de la Bota. A Francesc Ros i Murtra, otro mosquetero de Artero, se le perdió la pista en un campo de concentración. El propio Artero fue torturado en los cuartelillos franquistas, donde le rompieron las muñecas para que revelase el paradero de Gironès. Pere Saez murió exiliado en Rusia. Victor Ferraz en París. Y el crack de Gràcia falleció en Ciudad de México el 9 de febrero de 1982. Fue enterrado en una tumba anónima.

El boxeador Josep Gironès, con su hija en el zoo en una imagen de archivo.
El boxeador Josep Gironès, con su hija en el zoo en una imagen de archivo. Cedida

Hacia el olvido absoluto

En México, Gironès vivió en una soledad buscada, mientras en España el régimen lo desterraba del recuerdo colectivo. Trabajó hasta el final de sus días en una fábrica de galletas que abrió su hermano Camil. Pocas veces se dejó caer por el Orfeu Català, lugar de reunión de los republicanos exiliados. "Todos le preguntaban y él contestaba lacónicamente. Nos pareció muy afable, muy recóndito, como si dijéramos hombre en permanente intimidad", afirma Claudi Esteva Fabregat, antropólogo y exiliado, en el reportaje 138 segons.

"Le aseguró que nunca he pegado a nadie que no fuera con guantes puestos y en un ring", declaró Gironés en una entrevista en 1968

Con motivo de los Juegos Olímpicos de 1968, el periodista Josep Morera i Falcó lo buscó y lo entrevistó para El Correo catalán. A la obligada pregunta sobre la acusación de torturas, el hombre contestó: "Ya lo decían cuando yo estaba allí. Sé que la leyenda se ha mantenido. Le aseguró que nunca he pegado a nadie que no fuera con guantes puestos y en un ring (...). Vivo tranquilo con mi conciencia, que es lo que me importa".

En este punto la trama se complica. A Morera i Falcó le llegó el rumor de que existía otro Gironès. Un púgil valenciano, de mismo apellido y similar semblante, que tras años a la sombra del triunfador intentaba hacerse pasar por él aprovechando la confusión que envolvía su nombre. Morera se citó con el valenciano en un bar de Girona. En un nuevo artículo, el periodista retrata a un tipo ambiguo, que no puede dar detalles de sus grandes logros, que se contradice en datos como su origen, que no conoce la vida que dice haber protagonizado.

"Tiene toda la pinta de que éste era el que torturaba en las checas", apunta López Lloret. "Para hacer este tipo de faenas en las guerras lo normal es que se coja a gente que ya está en el mundo delictivo. A este hombre lo habían sacado de su casa porque era violento", afirma el director. El impostor, además, había formado parte del Servicio de Información Militar en una comisaría de Sabadell donde, casualmente, también trabajó Gironès pasando denuncias a máquina. Ambos se exiliaron a México.

Morera escribió: "El caso Gironès debería merecer la atención del señor Samaranch", entonces delegado de Deportes. Una atención que no consiguió.

Treinta años más tarde, un hombre enviará a Lorente, autor de los dos volúmenes de Historia de la Boxa catalana, una carta en la que manifiesta que su padre había hecho el servicio militar en 1917 con "un tal Gironès boxeador" que luego volvió a ver en una checa de Vallmajor. En 1917, el campeón tenía 13 años, por lo que, de ser cierta la historia, no podía ser el mismo hombre.

Josep Joan i Gironès no volvió a pisar Catalunya. Su mujer y su hija nunca viajaron a México.

Durante un tiempo se carteó con su hija, hasta que ésta le anunció un noviazgo y él no volvió a escribirle. Posteriormente, le envió cinco cartas a su nieto, Antoni Sastre. Dice en una de ellas: "Querido nieto. Me perdonarás no haberte escrito antes porque escribir es un poco difícil. Porque no sé qué decirte. Mi vida aquí es un poco sonsa y gracias al trabajo me olvido de muchas cosas. No me pesa, lo hago como si fuera un deporte. Me sirve para no pensar mucho en lo que pasó". En otra asegura: "Tengo ganas de conocerte y platicar contigo. Espero que algún día se realice". Nunca llegarían a verse.

"Lo más raro de todo es que desapareciera", señala López. "Hasta los noventa no se comenzó a hablar de la Guerra Civil, la gente durante muchos años tuvo la sensación de que en cualquier momento podía pasar algo, así que él, aunque estuviese en el exilio, se debió de proteger de esta manera. Era una persona marcada, siempre podrían haber enviado un sicario. Pero aquí hay algo más, de carácter. Llevó hasta el final la desconexión. Por lo que he leído en las entrevistas de los años treinta, creo que era una persona bastante básica, que hacía un análisis del entorno bastante simple", considera el documentalista.

Placa conmemorativa en el número 29 de la calle Llibertat del barrio de Gràcia
Placa conmemorativa de Gironès en el número 29 de la calle Llibertat del barrio de Gràcia. Wikipedia
Una multitud de vecinos inauguró una placa conmemorativa en el número 29 de la calle Llibertat del barrio de Gràcia en el año 2000

A finales de los años noventa, el cronista Joan de Sagarra volvió a recuperar su nombre en una serie de artículos, sorprendido de que no apareciera en la Gran Enciclopèdia Catalana. Después de que Sagarra publicase la última pieza, Josep Gironès o el orgullo del boxeo catalán, una multitud de vecinos inauguró una placa conmemorativa en el número 29 de la calle Llibertat del barrio de Gràcia. Fue el 11 de julio del 2000.

El exboxeador sigue hoy enterrado en una tumba sin lápida y sin nombre del panteón español de la Ciudad de México. Nada más que tierra. "Nosotros descubrimos cuál era mirando los archivos del cementerio", apunta López Lloret. "Quizás sea el final de una vida de vacío, pero particularmente no me gusta", afirma Sastre en el documental 138 segons.

La segunda vida de Josep Joan i Gironès es la crónica de una ausencia. Los libros sobre su figura se detienen en el mismo punto, mientras los archivos y hemerotecas conservan los triunfos deportivos que, poco a poco, emergen del olvido. "Dicen que era el mejor", deja caer un personaje del libro Un día volveré de Marsé. Ya muerto, el campeón ha vuelto a ser el crack de Gràcia.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias