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El cantante "El Cigala" regresa a México por la puerta grande

EFE

El maridaje entre jazz latino y flamenco de Diego "El Cigala" regresó anoche a México por la puerta grande del Auditorio Nacional capitalino, en un velada donde el cantaor sirvió en garganta de planta los mil y un dilemas del querer.

Fina cadena de oro al cuello y sudor reluciente en el pecho, "El Cigala" puso fin a un larga ausencia y salió al escenario con alma de cazador, fuertemente armado de poemas y sonrisa canalla, para cobrarse las 7.000 presas agazapadas en el patio de butacas.

El equipo que normalmente le acompaña en sus cacerías contaba la baja del pianista -un problema de visado-, pero el cantaor supo jugársela fuera de la rutina, ayudado por miradas, leves gestos de cabeza y pequeñas indicaciones.

Apenas contrabajo, guitarra, cajón flamenco y teclas blanquinegras bastaron para preparar el festín; morenas manos anilladas que batieron palmas y la paloma de Alberti, que salió cantada como por arte de magia de la boca de "El Cigala", hicieron el resto.

El eclipse musical que opacó para los asistentes cualquier otra cosa que no fuese un revuelto de duende andaluz y jazz se prolongó dos horas. Letras que hablaban de lo difícil que es querer y haber querido se ganaron los aplausos de un público que conoce bien el tema, a través de sus propios juglares.

Venía para enseñar "Dos lágrimas", pero no se fue sin mostrar "Picasso en mis ojos" y gran parte de la cocina de fusión que es su discografía. Conjuró manantiales de palabras, que intentaron romper el hechizo que el calor había lanzado sobre el Distrito Federal, transformándolo en desierto.

"El Cigala" acechó como experto los solos instrumentales de sus músicos, para lanzar una y otra vez el golpe de gracia con su voz justo en el momento preciso.

Había una sombra sobre el ambiente, sin embargo, y era el ansia por escuchar "Lágrimas negras", aunque no fuera con Bebo Valdés al piano. "El Cigala" lo sabía a la perfección -tantas noches había visto lo mismo- y jugó a guardársela para el apoteosis.

Se echó su trago a la salud del Auditorio, celebró su vuelta a la parte del mapa que tanto quiere y compartió a gusto la gloria del directo con la guitarra y el cajón, el contrabajo y el piano. Y el respetable, en el fingido final, lució satisfecho, atrapado en la red de Diego.

El ritual de la caza exigía un amago de retirada; el cantaor emergió de la sombra y concedió el premio, sus famosas y codiciadas lágrimas oscuras: "Aunque tú me has echado en el abandono / aunque ya has muerto todas mis ilusiones / en vez de maldecirte con justo encono / en mis sueños te colmo de bendiciones".

Con último ademán de respeto y beso etéreo, "El Cigala" se llevó por la puerta su arte, impecable, elegante y sonriente, hasta la próxima vez.

Fuera, la noche derrochaba agua, calmada pero firme, como si el sortilegio de sequía hubiera sido ahuyentado por el caballero flamenco. Ya que él había concedido sus lágrimas, el cielo cedió también, y la ciudad pudo respirar.

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