Este artículo se publicó hace 16 años.
Un clásico con la actualidad en el primer plano
“Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo”, escribió Italo Calvino, y mira por dónde, es eso, precisamente eso, lo que evoca la lectura de las memorias de André Schiffrin, porque, como afirma el autor italiano, “los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual”.
Jacques Schiffrin, padre de André, fue el fundador en 1922 de Éditions de la Pléiade, que tuvo entre sus grandes apoyos a André Gide. Después de una década de éxitos notables, la necesidad de financiación llevó en 1933 a
Jacques Schiffrin a pactar con Gastón Gallimard, su entrada en la gran editorial francesa, Gallimard, y La Pléiade se convirtió en una de las colecciones del grupo. El 5 de noviembre de 1940, dos meses después de la ocupación alemana de París, Gastón Gallimard despidió a Jacques y a otro empleado. Eran judíos. Jacques, su esposa y su hijo de seis años, André, emigraron con la ayuda de Gide a EEUU, vía Casablanca.
André Schifrin conocería más tarde, en los años sesenta del siglo pasado, en la universidad inglesa de Cambridge, Reino Unido, a la que sería su esposa: María Elena de la Iglesia. Era la hija de un oficial de estado mayor del ejército republicano que huyó a Londres al finalizar la guerra civil española.
Aunque Schiffrin titula sus memorias Una educación política, quizá debió optar al clasicismo total de Una educación sentimental.
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