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El cómic se hace mayor

El Salón del Cómic de Barcelona rinde homenaje al italiano Gipi, un dibujante que vive alejado de los tópicos del género y abre el género a un nuevo público

TONI POLO

Gianni se mueve con tranquilidad por el Salón Internacional del Cómic de Barcelona. Alto, muy delgado, desgarbado, muy caricaturizable. Parece un tanto ajeno al bullicio de la zona de prensa. Como si todo eso no fuera con él. Pero sí. Es Gian Alfonso Pacinotti, Gipi (Pisa, 1963), un autor de referencia en el género, que ha abierto las puertas a lectores con ganas de otro tipo de aventuras. Va para las dos décadas de profesión y admite sin contemplaciones, casi con orgullo, que empezó en esto por lo que para él fue un 'mal rollo': la primera victoria electoral de Berlusconi. 'Me sentó fatal y empecé a dibujar mal, con textos y dibujos descuidados', recuerda. Era su manera de contar ese tipo de cosas. ¿Un momento propicio, fecundo para la crítica, la ironía, la sátira? En absoluto: '¡Un desastre para todo! Un desastre que con los años ha acabado siendo un superdesastre'.

Han pasado los años. Gipi ha ido dibujando sus libros, publicando viñetas en La Repubblica, trabajando en su productora de vídeo, y ese sentimiento de desasosiego no lo ha abandonado. Todo en su obra está impregnado de esa irritación: 'Soy tan terriblemente italiano y estoy tan dolido, que me sale continuamente un tipo de personajes que sólo buscan la ganancia personal'

Gipi es un contador de historias que le salen de dentro, historias puras y terriblemente sinceras. Su estilo no bebe de nada ni de nadie. No puede ser de otra forma. 'No leo cómics; si acaso los de los amigos. También leo muy poca literatura. Sí, soy un poco salvaje, un poco bestia, en este sentido'. Para redondear el blindaje emocional, cuando desarrolla una idea se encierra literalmente en su casa: 'Tengo miedo de que me llegue una idea más potente que la que yo esté desarrollando', dice.

Pepe Gálvez, crítico y guionista de cómics, alaba esta originalidad en toda la obra de Gipi: 'Sorprende su capacidad de crear universos. Necesita muy pocas páginas para situar al lector en un panorama narrativo que no conoce pero en el que entra enseguida. Uno se imagina perfectamente los trozos de vida que describe', analiza el periodista. Gipi corrobora esta opinión: 'Transformo mi experiencia lo justo para hacerla interesante y el lector, a menudo, encuentra en ella un universo paralelo que a mí se me escapa'.

Los temas de Gipi son casi todos autobiográficos por una razón muy sencilla (y aquí topamos de nuevo con la sinceridad del autor): 'Creo que no tengo tanta fantasía', admite Gipi. 'No me veo capaz de inventarme una historia así, de la nada. En parte, porque me apasiona la realidad'. Y recurre a las palabras de alguien a quien considera mucho más despierto que él, como Shakespeare, para justificarse: 'Hay más cosas entre cielo y tierra que las que pueda imaginar la filosofía'.

Gálvez lo ve clarísimo: 'Su libro Apuntes para una historia de guerra (Sins Entido), nos lleva a pensar en la guerra de Bosnia porque está sacado de esa experiencia real'. Pero si tiene una obra autobiográfica, ésa es Mi vida mal dibujada (Sins Entido), en la que cuenta su pasado más turbulento, con viajes psicodélicos, problemas de salud, intento de suicidio... 'Todo es, básicamente, verdadero. Hay pasajes transformados, pero creo que no interesa saber cuáles. Utilizo a un personaje ficticio que me representa a la perfección', comenta Gipi.

El resto de personajes del dibujante italiano también surgen de la realidad. 'Son, normalmente, jóvenes o adolescentes que van a contracorriente pero se mantienen alejados de la épica', observa Gálvez. Nada de héroes. En efecto, el propio autor asegura que si algo da por sentado en sus personajes es que no son héroes y puede que tampoco sean lo contrario: 'El concepto antihéroe no deja de ser una definición, una etiqueta, y prefiero hacer cosas que se alejen de las definiciones'.

Huye de muchas otras tesis impuestas, como la de buenos y malos. A pesar de la crudeza en la técnica y en el argumento de muchas de sus obras, Gipi considera que en la vida real no existe la maldad absoluta y, por lo tanto, no acaba de traslsadarla a sus cómics: 'Si excluimos a Hitler y a la Lega Nord, en Italia, no hay gente completamente mala. Como tampoco la hay completamente buena', dice, con una sonrisa amarga en los labios.

Este riguroso realismo confiere a los personajes una credibilidad innegable, como apunta Gálvez: 'Son cotidianos, a veces rebeldes sin causa, pero nunca mitificados'.

La obra que ha traído a Gipi a Barcelona es S., sobre la que se hace una pequeña exposición en el Salón y que trata de la muerte por enfermedad de su padre. Por una vez, no pensó en los lectores a la hora de escribir, algo que hace siempre. 'Esta obra fue absolutamente para mí. Sentí la necesidad de escupir sobre el papel todos mis recuerdos, desordenadamente, como me venían. De la manera más sincera posible'. Le costó. Tanto que no consiguió escribir Sergio, el nombre de su padre, sin llorar. Lo dejó en una inicial que, además, le permitió despersonalizar al personaje. Lo más difícil fue huir de la lágrima fácil. 'Ése era un riesgo gigantesco: no habría soportado aprovechar el dolor de mi pérdida'. La solución fue un cambio en sus esquemas. Gipi se impuso escribir los textos directamente en página, tal como le salían del alma. No corrigió ninguno. Fue el triunfo de la sinceridad sobre la sensiblería.

 

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