Este artículo se publicó hace 15 años.
General Motors, en quiebra tras no llegar a un acuerdo con sus acreedores
Se trata de la mayor bancarrota industrial de la historia de los Estados Unidos
Isabel Piquer
Ha caído un gigante. La industria automovilística estadounidense no volverá a ser la misma. La quiebra largamente anunciada de General Motors , la mayor de una empresa industrial estadounidense, fue acogida el lunes como el final de toda una época, una era en la que los gigantes de Detroit representaban la iniciativa puntera y el motor de un país en constante crecimiento, una vida de suburbios, autopistas infinitas e inagotable gasolina.
Irónicamente le tocó al Gobierno salvar uno de los bastiones del capitalismo. Al inyectar 30.000 millones de dólares, que se sumaron a los 20.000 que había aportado antes, Washington se convirtió en el accionista mayoritario de la compañía esperando recuperar, tras el proceso de bancarrota controlada, lo mejor y más rentable del fabricante de coches que, tras cien años de historia, se había convertido en un dinosaurio.
Pese a que con la operación el Estado asume la propiedad de más del 60% de la nueva compañía, el presidente Barack Obama subrayó que no se trata de una nacionalización y que su equipo no tiene intención de convertirse en empresario. "Actuamos como accionistas reticentes", resaltó el presidente al confirmar oficialmente una noticia de la que se llevaba hablando desde hacía semanas. "No nos interesa dirigir GM. Los ejecutivos de la compañía serán los que tomen las decisiones (...) Nuestra meta es salir de esto lo más rápidamente posible".
Al igual que Chrysler , que se declaró en quiebra hace un mes y el lunes confirmó su alianza con Fiat, GM llevaba desde principios de este año al borde del colapso. Sobrevivía gracias a la financiación del Gobierno, mientras un grupo de trabajo en la Casa Blanca, preparaba los planes de una amplia reorganización. La solicitud para acogerse al capítulo 11 de la Ley de Quiebras de Estados Unidos fue presentada ayer a las ocho de la mañana en un tribunal de Manhattan y previsiblemente generará una reacción en cadena en toda la industria.
En el marco de este proceso, cederá sus activos en Norteamérica a una nueva sociedad en la que participarán el Tesoro estadounidense (60,8%); los gobiernos de Canadá y Ontario (11,7%); el sindicato United Auto Workers (17,5%); y el resto de sus acreedores (10%). La nueva empresa saldrá de la situación de bancarrota en un plazo de entre 60 y 90 días, según el plan.
Los cambios, anunció Obama, exigirán sacrificios "para las futuras generaciones". "Será doloroso", resaltó el presidente. El ajuste supondrá el cierre o la suspensión de 17 plantas y centros de componentes y se traducirá en la pérdida de entre 18.000 y 20.000 empleos, según las estimaciones del vicepresidente de GM Norteamérica, Tim Lee.
El plan preparado por el Gobierno también contempla el cierre o venta de cuatro de sus marcas: Pontiac, Saturn, Hummer y Saab para seguir con tan sólo Chevrolet, Cadillac, Buick y GMC.
El presidente de GM, Fritz Henderson, auguró un nuevo futuro para el fabricante, más pequeño y más competitivo, con unas finanzas más saneadas, tras sufrir cuantiosas pérdidas desde 2005. "La crisis económica ha provocado un enorme colapso en la industria del automóvil, pero se nos presenta la oportunidad de reinventar nuestro negocio".
Pese a los esfuerzos voluntaristas de optimismo, la quiebra causó un auténtico terremoto, la confirmación de que la recesión provocará profundos cambios en los hábitos de consumo. "¿Los estadounidenses van a poder vivir sin el permanente olor a coche nuevo?", se preguntaba The New York Times.
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