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De Jaén a Aranda de Duero y Tarragona, y vuelta a empezar

Esta es la historia de cómo hacer dos conciertos en menos de 12 horas, y de cómo hacerlo en ciudades tan dispares

JOSÉ CHINO

Esta es la historia de cómo hacer dos conciertos en menos de 12 horas, y de cómo hacerlo en ciudades tan dispares como Aranda de Duero (en el festival Sonorama) y Tarragona viniendo desde nuestro pueblo, Baeza (Jaén). De cómo dejarse la espalda en una furgoneta a través de más de 1.500 kilómetros en un día de agosto, a más de 35 grados a pleno sol y menos de 15 en medio de las noches burgalesa y tarraconense.

Todo empieza en la oficina. ¿Cómo decir que no a un festi? '¡Hay que hacer bolos, chavales! ¡Hacer callo!', nos dice Erni, nuestro mánager. '¿Hay valor para hacerlo?' A lo que todos respondemos con un '¡SÍ!' rotundo y nervioso: es una locura, pero estamos empezando y es el momento de hacerlas. El punto de partida es el ya cerrado Café Mercantil de Baeza a las seis de la mañana, en plenas fiestas patronales, donde nos cruzamos con nuestros amigos que vienen de vuelta de las casetas de feria, perjudicados y dándonos 'ánimos'. Nos quedan cinco horitas largas de carretera y es mejor no perder el sueño, una técnica que algunos de la banda hemos desarrollado a la perfección a lo largo de esta gira: se trata de ir lo más zombi posible hasta la furgoneta y, una vez en el asiento, pegar bien la frente a la ventanilla y volver a dormirte.

'Siempre pasa igual: cuando tocas los primeros acordes de la primera canción, ya puedes hacerte una idea de cómo va a ir el resto del concierto'

Lo siguiente que recuerdo es entrar a Aranda para acreditarnos en el festival: ya estamos en el Sonorama, es nuestro primer festi y tocamos en el escenario Bodegas, en la Plaza del Trigo, un lugar increíble por el que han pasado grupos como Vetusta Morla o Russian Red, y 'lo han petado', en palabras de Javi, nuestro colega, director del Sonorama.

A la una del mediodía, el sol ya pica en la plaza y, aunque los conciertos ya han empezado, la gente sigue en las bodegas desayunando cerveza, que por lo visto es lo mejor para la resaca. En cuestión de minutos, la plaza está hasta arriba. No podemos creernos que hayamos generado tanta expectación. Últimos tragos a las latas, grito de guerra en la parte de atrás del escenario... ¡y a tocar! Y siempre pasa igual: cuando tocas los primeros acordes de la primera canción, ya puedes hacerte una idea de cómo va a ir el resto del concierto y ese día sonaron a gloria para nosotros. La gente levantó los brazos y vimos cientos de bocas gritando a muerte aquello de '¡Como un impulso eléctrico!'.

16.00 horas. La plaza y las calles de alrededor están completamente vacías, el escenario recogido y aún no hemos comido nada. Nos traen unas hamburguesas, que devoramos. Cinco minutos de digestión y otra vez a la furgoneta. ¡Vamos para Tarragona!

Los viajes por la tarde se nos hacen el doble de pesados. Son otras seis horas y media, y a la segunda ya estamos desesperados. Jaime, guitarra del grupo, empieza a quejarse del cuello. Pasadas las 23, hacemos la entrada en el hotel de Tarragona y advierto de que a partir de aquí todo lo que os cuente es lo que me han contado los demás, porque mi cabeza se desconectó y puse el piloto automático.

El dolor de cuello de Jaime se transformó en un pinzamiento que no le dejaba mover ni la cabeza ni el brazo. Buscamos la caseta de la Cruz Roja para que le intervengan de urgencia: pinchazo, antinflamatorio y ¡listo! Más bocadillos y entramos al recinto. Allí están Love of Lesbian, a los que nos habíamos encontrado por la mañana desayunando en el hotel de Aranda y que están un poco más descansados. Empieza el concierto sin prueba de sonido. Creo que esa noche no nos movimos del metro cuadrado en el que cada uno estaba. El concierto no ha ido como queríamos, pero lo hemos sacado con dignidad y garra. Son las cinco de la mañana, el bolo ha terminado, las cosas vuelven a estar en la furgo y a nosotros hay que recogernos de allí con cucharilla. Volvemos al hotel. 24 horas después, a la hora de volver a Baeza, paradójicamente, las caras son las mismas: de sueño.

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