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Omepete, en el lago Nicaragua

La isla de Ometepe, en el lago Nicaragua, es un lugar tranquilo al pie de dos volcanes. Las playas de agua dulce, los bosques, los pueblos tradicionales y misteriosos petroglifos desperdigados por el campo completan la imagen de la isla.

ÁNGEL M. BERMEJO

Hay veces que, al navegar por el inmenso lago Nicaragua, los volcanes de la isla Ometepe parecen dos pirámides perfectas; otras, en cambio, sus cimas se pierden entre un manto de nubes altas, y se diría que éstas han quedado prendidas en sus cumbres afiladas. Como ocurre en las laderas de los volcanes en tierra tropical, el suelo es rico y produce una mancha en la que alternan todos los tonos del verde.

Vista sobre el mapa, se aprecia perfectamente que Ometepe es una isla formada por la unión de otras dos, cada una con un volcán. Sus erupciones, en tiempos lejanos, fueron acumulando tales cantidades de lava que las dos islas crecieron hasta juntarse. El istmo mide cinco kilómetros de anchura. Ahora Ometepe es una de las islas lacustres más grandes del mundo.

A Ometepe se puede ir con el ánimo de subir a cualquiera de estas cimas, pero también para perderse por caminos en los que habitan las leyendas, los restos de antiguas culturas precolombinas o, simplemente, para reposar en un lugar tranquilo. El lago es tan extenso que a veces parece un mar. El que haya oleaje y tiburones (Carcharhinus leucas) ayuda a aceptar esta idea, pero los caballos abrevando en la playa vuelve a convencer a cualquiera de que estamos en un lago. Los nicaragüenses también lo llaman Cocibolca o Mar Dulce.

Moyogalpa es el puerto de entrada para la mayoría de los viajeros, pero los que buscan sentir de verdad la isla prefieren tomar Altagracia o San Ramón como su base de operaciones. Más allá del inusual perfil de sus volcanes y de la abundancia de fauna salvaje que habita en sus laderas boscosas, Ometepe atrae por su historia y su cultura, que se descubre al buscar los yacimientos arqueológicos y los petroglifos diseminados por las islas y al atisbar unas formas de vida que durante siglos han permanecido prácticamente ajenas al resto del mundo.

Altagracia es la principal población de la isla. En la plaza, junto a la iglesia, hay un grupo de estatuas precolombinas, tal vez las más interesantes de todo el país, que representan seres con formas humanas y animales. Tienen unos 1.200 años de antigüedad. Un pequeño museo explica la historia y la etnología isleña. Un camino serpentea por el bosque y llega hasta la cumbre del volcán Concepción. Muy cerca, la playa de Santo Domingo ofrece una escapada alternativa. Desde aquí, la vista de la otra mitad de la isla, con el volcán Maderas, tiene un punto de irrealidad.

Si esta primera mitad de la isla da, en ocasiones, la sensación de ser una esquina olvidada del mundo, en la otra mitad esta idea se convierte en realidad. Es una experiencia extraordinaria subir hasta la cumbre del Madera para ver el panorama del lago y, también, observar la laguna que se esconde en el cráter y sólo fue conocido por el mundo exterior en 1930.

Y para adentrarse de verdad en otro tiempo, nada como rodear esta parte de la isla tras la pista de los petroglifos que aparecen desperdigados por todas partes. Son el recuerdo de una antigua cultura que habitó esta isla desde hace unos 3.500 años. Los chorotegas actuales son sus descendientes, y son la mayoría de la población de Ometepe.


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