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Por el timo de la estampita no pasan los años

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

En 2009 se cumple medio siglo del estreno de Los Tramposos, aquella película española en la que Tony Leblanc y Antonio Ozores daban vida a dos pícaros. En su escena más célebre, Leblanc se hacía pasar por disminuido físico para engatusar a un pueblerino y arrebatarle, con la ayuda de su compinche listo, todo el dinero que llevaba encima a cambio de un sobre lleno de recortes de periódico. Era la versión cinematográfica del timo de la estampita, una estafa tan conocida que parece imposible que aún hoy haya delincuentes que la pongan en práctica y, sobre todo, personas que piquen. Y, sin embargo, los hay y muchos. Policía y Guardia Civil detienen cada año a un buen número de estos delincuentes que saben jugar con la avaricia de los timados para desplumarlos. Un ejemplo: el pasado mes de febrero eran detenidos en Santander un feriante y su hijo acusados de timar a 9 personas en diferentes ciudades de España con el timo de la estampita y su versión lotera del tocomocho. En total, habían conseguido sacar a sus víctimas 93.680 euros. Todas ellas eran mujeres de avanzada edad. ¿Dónde estaban cuando estrenaron Los Tramposos?

Estampita y tocomocho son sólo los dos timos más conocidos de una larga lista que incluye otros clásicos como el nazareno, los triles, la mancha, el billete marcado o la enciclopedia. También han surgido en los últimos tiempos versiones actualizadas de los mismos, como el negativo, los billetes manchados, las patentes y el Rip Deal. Y, por supuesto, los hay nacidos al calor de Internet. ¿Quién no ha oído hablar del phising, esos correos electrónicos que intentan sonsacar a uno sus secretos bancarios con mil y una artimañas? ¿Y de las cartas nigerianas, que prometen una gran fortuna simplemente con adelantar unos cuantos miles de euros?

Como se ve, algunos son sofisticados. Otros, de una simpleza apabullante. Incluso los hay que rozan el absurdo. Como el ideado por un curandero asturiano que se hacía llamar mister Rocco y que consiguió convencer a tres hombres de que sus males de amor tendrían solución si se sacrificaba a un guacamayo. Todos ellos pagaron al tal Rocco, que decía ser un lama reencarnado, aunque al final ninguno vio ni al pájaro ni sus deseos cumplidos ni, por supuesto, el dinero.

No le iban a la zaga los tres guineanos que durante meses estafaron a tiendas de electrodomésticos de la provincia de Madrid haciéndose pasar por el futbolista Samuel Etoo. Los estafadores compraban a crédito que nunca pagaban aparatos eléctricos de lujo que luego revendían y no idearon mejor manera para vencer los posibles recelos de sus víctimas que presentar documentación falsa a nombre del célebre jugador. A pesar de que los timadores eran bajitos, rechonchos y no se parecían en nada a Etoo, salvo en el color de la piel, fueron varios los que picaron. Parece que aún hay gente que intenta dar la razón a Phineas Taylor Barnum, un empresario circense norteamericano del siglo XIX que se hizo célebre, precisamente, por sus múltiples engaños y al que le adjudican la paternidad de la frase: 'Cada minuto nace un bobo'. Que se lo digana Tony Leblanc.

 

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