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Viaje violeta por La Mancha

La floración del azafrán, entre octubre y noviembre, es la excusa perfecta para acercarse a pueblos cargados de historia que han hecho de este delicado producto una seña de identidad.

CARMEN V. VALIÑA

Entre los meses de octubre y noviembre, las delicadas rosas del azafrán, de un color entre lila y morado, surgen con sus hojas largas y estrechas y sus estigmas rojizos. Un tapiz delicado inunda entonces los campos del interior de Toledo, Cuenca, Ciudad Real y Albacete. Campos que trazan un itinerario de pequeños pueblos alejados del turismo masivo en los que la historia se hace patente a cada paso y se escribe teñida de violeta.

Esa historia nos habla de un pasado refinado en el que el azafrán se introdujo durante el período musulmán y fue durante siglos patrimonio exclusivo de la clase alta andalusí. Tantos años de cultivo no han podido por menos que terminar con la aparición de múltiples manifestaciones culturales que tienen a este producto como protagonista. El toledano maestro Guerrero le dedicó una zarzuela, La rosa del azafrán, y con el mismo nombre se celebra el último fin de semana de octubre una fiesta en Consuegra. Declarada de Interés Turístico Regional, la Fiesta de la Rosa del Azafrán se instauró en 1963 y se desarrolla bajo la presencia de Dulcinea y de sus damas de honor, escogidas entre las jóvenes de la ciudad.

Los lugares por los que construir una ruta del azafrán guardan en sus nombres un regusto evocador y en sus trazas elementos de La Mancha más tradicional. Es el caso de Minaya, en Albacete, 'camino abierto y visible' en árabe. Aquí podemos detenernos en la Iglesia de Santiago el Mayor y en el antiguo Parador, que acogió a Fernando VII o a María Luisa de Parma, quien con 14 años vino a España para contraer matrimonio con su primo, el futuro rey Carlos IV. En La Solana (Ciudad Real), la plaza mayor es el mejor lugar para admirar la localidad, y una obra artística en sí misma.

Quienes quieran moverse dentro de la misma provincia para descubrir los pueblos azafraneros, Toledo es la mejor opción. Aquí se concentran una serie de núcleos en los que el tapiz violeta de los campos se combina con molinos de viento, folklore y hasta un tramo del Camino de Santiago, el que pasa por Villanueva de Bogas y que recorren aún hoy los peregrinos que viajaban a Santiago de Compostela desde tierras valencianas. Ajofrín fue la tierra natal de Jacinto Guerrero, el autor de la zarzuela La rosa del Azafrán, y hoy, su vivienda acoge un museo dedicado al autor. El azafrán tiene también el suyo propio, en Madridejos. El centro recoge todo el proceso de cultivo del producto, así como su venta y variados usos. Y que La Mancha es una tierra de sorpresas lo deja bien claro Villafranca de los Caballeros, en cuya llanura sorprenderán al caminante sus lagunas, declaradas Refugio de Caza y Reserva de la Biosfera.

El recorrido azafranero podría terminar, si lo que queremos es llevarnos una estampa de esas que se recuerdan, en Consuegra. Aquí, además de poder acudir, si llegamos en buen momento, a la fiesta de la Rosa del Azafrán, sus once molinos de viento abren la vista a los amplios (y violetas) horizontes manchegos.


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