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Animación descafeinada, retazos y novias fantasmas

Estrenos de 'Número 9', 'El Mejor' y 'Los fantasmas de mi ex'

EULÁLIA IGLESIAS / GONZALO DE PEDRO / RUBÉN ROMERO

Número 9Animación descafeinada

Director: Shane Acker
Género: animación
Guión: Shane Acker, Pamela Pettler
Duración: 79 minutos

Número 9’ parte de un corto del mismo director, Shane Acker, e idéntico título original, ‘9’, que fue nominado al Oscar en 2006. Y algo de pieza mal alargada tiene ‘Número 9’. En el mismo tono de las últimas películas de animación, que no miran a través de un cristal de color rosa, ‘Número 9’ propone una oscura fábula retro pos apocalíptica en la que unos extraños seres, una suerte de C-3PO de cuerpo informe tejido con arpillera, intentan devolver el alma a un mundo tomado por las máquinas. El filme resulta más efectivo en el dibujo del contexto que en el de los personajes y el argumento, demasiado planos y previsibles. 

El elenco vocal reúne a intérpretes conocidos. Elijah Wood intenta otorgarle personalidad al protagonista y Jennifer Connelly a su brava compañera. Crispin Glover se encarga de hacer hablar al muñeco más bizarro y Martin Landau al veterano. Aunque es Christopher Plummer quien esboza al más interesante, un anciano que aprovecha el miedo al exterior para dominar a sus colegas...

El mejor

Director: Shana Feste
Género: drama
Reparto: Susan Sarandon, PiereB rosnan
Duración: 99 minutos 

Hay cineastas que han hecho del montaje de imágenes ajenas todo un arte: Chris Marker, Alan Berliner, o Jay Rosenblatt, por poner tres de los muchos ejemplos. Sin rodar apenas un plano, han sido capaces de construir películas que forman parte de la historia del cine (quizás no de la oficial, pero desde luego sí de la sumergida). Auténticos ejemplos del montaje como verdadero guión y organizador de sentido.

Otros directores de cine, en cambio, ruedan secuencias que parecen extraídas, sin querer, de bancos de imágenes (gratuitos o no). Y podemos jugar a imaginar que existe una gran biblioteca audiovisual donde los cineastas acuden y alquilan las imágenes que necesitan para su película. Un coche que choca contra otro. Un entierro en un bello cementerio verde (y en día lluvioso preferiblemente, con muchas personas cariacontecidas y vestidas de negro). Un variopinto grupo de autoayuda. Alguien velando a otra persona en la habitación de un hospital privado. Y una casa frente a una larga playa (siempre la misma, da la impresión) donde uno puede meditar y retirarse del mundanal ruido.

‘El mejor’, de la directora debutante Shana Feste (Los Ángeles, 1976), es uno de esos filmes que podrían existir sin pasar por el pesado trámite de un rodaje, porque parecen construidas a base de retazos de otras películas. Imágenes e ideas rutinarias para una exploración, que se pretende entre emocional y divertida, de los caminos del duelo, el dolor y la ausencia de un ser querido.

La historia de una familia que pierde a su hijo adolescente en un accidente de coche y ha de aceptar en su seno a su novia embarazada, enfrentándose así a sus propias heridas, miedos y mentiras, reúne todos y cada uno de los elementos básicos de los dramas tradicionales: padres que se alejan a raíz de la muerte del hijo, hermano que no asume la pérdida de quien era su guía vital, ruptura familiar y posterior epifanía en la que todo el universo conspira para que la armonía reine de nuevo, asumiendo el dolor y la pena, las contradicciones, y la belleza de una nueva vida que se acerca al mundo.

Estrenada en la última edición del festival de Sundance, ‘El mejor’ no es sólo un producto congelado y en oferta, sino que funciona como una buena muestra de la domesticación de un festival que nació para impulsar el mal llamado cine independiente y que ha terminado, como el mismo modelo alternativo que quiso impulsar, completamente fagocitado por las grandes corporaciones del entretenimiento y los productos de consumo rápido.

‘El mejor’ es una película inocua, en el peor sentido de la palabra, más que previsible y que ofrece al espectador un juego perverso: el de ir adelantándose a su historia para intentar adivinar cuál será el siguiente tópico, la siguiente trampa de guión, la próxima secuencia previsible y mil veces vista. 

Para descubrir la impostura de este tipo de películas, bastaría con sustituir a sus dos célebres protagonistas –Susan Sarandon y Pierce BrosnaN– por dos de esos intérpretes que pueblan los telefilmes de relleno que vemos los domingos por la tarde. Así, liberada la historia de las sólidas figuras de dos estrellas de renombre, saldría a relucir la verdadera cara de una película que ya existía mucho antes de que la rodaran.

Los fantasmas de mis ex novias

Director: Mark Waters
Género: Comedia
Reparto: Matthew McConaughey, Michael Douglas
Duración: 100 minutos

¿Cuándo se hará justicia con este renovador del cine mundial que es el actor Matthew McConaughey? Él solito ha generado un subgénero para el que ni siquiera es necesario contar con un intérprete. Ríete tú de los mundos virtuales de James Cameron: si Steve Reeves descubrió con sus peplums el cine pectoral, Matthew ha hecho lo propio con el abdominal.

Rizando el rizo, con esa ingenuidad que proporciona la ignorancia supina (o los anabolizantes en cantidades ingentes), en ‘Los fantasmas de mis ex novias’ tiene la osadía de hacer lo inimaginable: juntar el ‘Men’s Health’ con Charles Dickens, en su particular versión de ‘Cuento de Navidad’. Suena delirante, pero no lo es tanto como que las mujeres pierdan los huesos por él, un misterio trinitario que tiene a los varones en un sin vivir. Por fortuna, siempre nos podemos agarrar al secundario Michael Douglas, difunto que resucita en el clásico personaje-guía dickensiano de Marley para salvar al filme si no del olvido futuro, ni de los tópicos pasados, sí de la ruina presente.

Si algo aclara ‘Los fantasmas…’ es que Mark Waters no es, como algunos afirmaban tras ‘Chicas malas’ (2004), el nuevo John Hughes. Amamantado en las ubres de Disney, demostró habilidad para rodar comedietas amables tipo ‘Ponte en mi lugar’ (2003). Eso sí, a la que le quitas lo paranormal, como en el caso que nos ocupa o la vergonzante ‘Ojalá fuera cierto’ (2005), se pone de un cursilón que asusta al miedo. 

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