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Cildo, un artista cero dólar

El brasileño Cildo Meireles recibe hoy el Premio Velázquez de Artes Plásticas a manos del rey. Su obra, transgresora y rupturista, combina denuncia social y discurso estético

BERNARDO GUTIERREZ

'No trabajar más con la metáfora de la pólvora, sino con la pólvora misma'. Es una frase de Cildo Meireles, que hoy recibe el Premio Velázquez de Artes Plásticas. Una de las más citadas. Frase-máxima. Frase-declaración de principios. Frase-pólvora. La sentencia, casi siempre, viene precedida de otra frase complementaria: 'Quiero trabajar siempre con esa posibilidad de transgredir lo real: hacer trabajos que no existan simplemente en un espacio sagrado y que no acontezcan al nivel de una tela'.

Cildo (Río de Janeiro, 1948) encarna como pocos el poliarte made in Brazil. El arte deconstructor, crítico y sincrético que desde los años sesenta explota-renace en el gigante suramericano. Un arte plástico que se huele, se palpa y se nos escapa de las manos por la sencilla razón de que está fuera del cuadro-tela. Más allá, acá, entre las piernas y la vida, casi dentro de nosotros. La realidad intervenida. El ready made (lo ya hecho que se transforma en objeto artístico). Vida-arte desordenada y palpitante. Vida a palo seco.

En las obras de Cildo Meireles todo puede ser arte. Un sello. Una botella de Coca Cola. Un balón de baloncesto. Un aparato de radio. Un periódico. Un billete. Un cordón de zapato. De hecho, la carrera de Cildo tiene una relación íntima y recurrente con los objetos cotidianos. Quizá sea El proyecto Coca Cola (1970) el que mejor resuma la esencia de la provocación artística de Cildo. Meireles escribió Yankees go home en botellas de Coca Cola. Después, las reintrodujo en el mercado. Arte-contrainformación en el mismísimo canal de distribución.

Estampar la frase ¿Quién mató a Herzog? en billetes falsos de cero dólares o cero cruzeiros (antigua moneda de Brasil), o sustituir en ellos la cara de personajes famosos por un indio o un enfermo psiquiátrico y ponerlos en circulación podría parecer una gamberrada adolescente. Pero es la esencia del arte de Cildo. Por lo menos la del Cildo politizado de la década de los setenta, la del artistas-activista que luchó frontalmente contra la dictadura.

El Cildo político es apenas uno de los Cildos Meireles. Uno entre la multitud de yos del genio Meireles. Las intervenciones en la realidad del artista -sutiles, eficaces, nada planfetarias- son parte de sus señas de identidad. Pero Cildo, decíamos, es más que Cildo. Y muy imprevisible.
Su dilatada y heterogénea carrera está repleta de fotografía, instalaciones, pintura, ambientes, performances, esculturas...

Y siempre con el común denominador (aquí va otra gran característica de su obra) de confundir a la percepción. Engañar a los sentidos. Sedarlos. Ilusionarlos. Frustrarlos. En Mallas de libertad (1976), Cildo puso en jaque la visión euclidiana y newtoniana del espacio, creando una construcción ambigua y aparentemente ilógica. En el fondo de la obra, como casi siempre, la política: libertad y represión tras la construcción de hierro y vidrio.

¿Se podría encuadrar en un solo estilo o corriente a Cildo? Complicado. Imposible, mejor dicho. La googlecracia, sin ir más lejos, le encajona en variopintísimos habitáculos-estilos: neoexpresionismo, neoconstructivismo, política, intervención, investigación de soportes, ready made, etc.

Innegable, eso sí, es la influencia y relación de Meireles con el movimiento neoconcretista brasileño incluido de alguna forma en el Tropicalismo. La corriente que coronó a artistas como Amílcar de Castro, Lígia Clark y Lígia Pape le brindó a Cildo una de sus llaves creadoras: la obra de arte que excede a su formato, el juego sensorial (cuadros con sabores, olores).
Y sin olvidarnos de Tropicalia (1967), de Hélio Oticica, la mega instalación que introdujo la vida en el arte, la favela y la exuberancia del trópico en el museo. De hecho, Cildo Meireles, postropicalista a su manera, reniega o rehúye de la tela, el formato-cerrado e incluso del museo.

Su majestuosa obra Fontes -realizada para la Documenta de Kassel en 1992-, sintetiza en parte el 'excedetelismo' de Cildo: una sala amarilla decorada con 1.000 relojes amarillos de pared. La vida dentro de la obra. O al contrario. El arte, insistentemente, más grande que la vida y su formato.

Su más reciente Babel (2001) prueba que la obra de Cildo, también, es más grande que ella misma. En esta instalación decenas emisoras se solapan caóticamente. De sus entrañas brotan distintos idiomas. Babel es Cildo. Cildo es Babel. Lo global. Lo local. Lo no-uniforme. La reflexión. La percepción aturdida. La meditación sobre la globalización con formato de radios destartaladas.

El premio Velázquez de las Artes Plásticas le llega a Cildo en el cénit de su carrera. Sus obras ya han pasado por el MOMA de Nueva York, la Tate Modern de Londres o el Macba de Barcelona.

Velázquez, como coincidente boomerang, es una de las referencias del artista brasileño. En unas declaraciones recientes, Cildo el Rompe Espacios, como no podía ser de otra forma, destacaba un detalle del genio sevillano: 'Velázquez me remite a Las Meninas, al momento en el que por primera vez la pintura sumerge al espectador en la escena, como si fuese una toma de conciencia y de reflexión del acto de ver una pintura'.

El vanguardista e innovador Cildo Meireles, en su vida personal, es un artista chapado a la antigua. Reniega de la modernidad. De la tecnología. No tiene carné de conducir. Ni teléfono móvil. Ni fax. Ni siquiera correo electrónico.

Cildo Meireles, eso sí, es un artista apasionado por la vida. Ama el fútbol. Siempre fumó compulsivamente (40 cigarrillos por día, nada menos).  Y es un fanático del equipo de sus sueños, el Fluminense de Río de Janeiro. Cildo, humilde y sencillo, tiene un pequeño atelier en el popular barrio de Laranjeiras, lejos de los escaparates lujosos de Copacabana o Ipanema. Laranjeiras, un recanto bohemio e histórico, se podría resumir a la perfección. En Laranjeiras se dan cita casas coloniales, espontáneas ferias de chorinho –una especie de ancestro de la samba– y varias favelas que caen bruscamente en el asfalto.

Vida popular entremezclada, indisolublemente, con la creación. En su estudio de Laranjeiras surgió, de la forma más espontánea, su aclamada obra A través (1989), un laberinto de redes, telas y rejas. El trabajo nació cuando Meireles dejó caer un pedazo de papel celofán en la papelera. El papel, aseguraba Cildo después de la inauguración, “parecía vivo, emitía sonidos y movimientos”. La vida, arrugada  e imprevisible, invadiendo el arte. O todo lo contrario.

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