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La Guerra Fría en un tablero de ajedrez 

El dramaturgo Juan Mayorga retrata en su última obra, 'Reikiavik', la mítica partida entre Bobby Fischer y Borís Spaski.

Foto de la obra teatral 'Reikiavik'.

ALFONSO ÁLVAREZ-DARDET

MADRID.- A veces, la mentira del teatro puede decir verdades. Es lo que ocurre con obras que están basadas en sucesos clave de la historia que se repiten en nuestra imaginación y que intentamos recrear inventando pasajes y conversaciones, que si bien pudieron tener lugar, no podemos demostrar que así sucedieron. En Reikiavik, el último trabajo creado y dirigido por el dramaturgo Juan Mayorga, ocurre algo parecido.

La obra recrea, entre otras vicisitudes, el enfrentamiento producido en 1972 entre los dos jugadores de ajedrez más grandes del momento: Bobby Fischer (Estados Unidos) y Borís Spaski (Unión Soviética). La función, además, es la encargada de abrir temporada en el teatro Valle Inclán, donde se representa hasta el 1 de noviembre.

Mucho se ha escrito sobre este encuentro, los entendidos del ajedrez lo definen como la partida del siglo, pero sobre todo, su enfrentamiento es un símbolo de la Guerra Fría. "El único interés de Fischer era el ajedrez. Ninguno de los dos estaba politizado, sin embargo ambos fueron señalados como representantes de las ideologías de sus respectivos países", explica Mayorga.

Lo curioso de esta historia es que ambos acabaron renegados por su patria. El ruso adoptó la nacionalidad francesa y el norteamericano acabó perseguido por los suyos. Fischer desobedeció la orden de no jugar, años después, contra el propio Spaski una partida de ajedrez de exhibición en la República Federal de Yugoslavia. El motivo era que el país tenía ciertas restricciones en el comercio impuestas por la guerra de Bosnia. Finalmente terminó sus días como ciudadano islandés.

Foto de la obra teatral 'Reikiavik'.

El relato de Mayorga bebe de estos acontecimientos, pero su principal historia la protagonizan Waterloo y Bailén, dos hombres que tienen una extraña sociedad secreta y que se reúnen para jugar a ser Fischer y Spaski. "Cada día uno hace de uno y al siguiente cambian sus roles. Reconstruyen la partida y se meten en la piel de todos los actores que intervinieron en ella. ¿Por qué? Porque consideran que en esta historia se encuentran todas las historias".

En Reikiavik hay un tercer relato, el de un muchacho que se detiene a mirar cómo juegan estas personas, aunque esa es otra historia. Para Mayorga, los grandes conflictos de la humanidad ya se han planteado, ahora solo queda darle forma con distintos personajes y en diferentes situaciones. "De algún modo, los griegos escribieron todas las grandes historias, y después vino Shakespeare y expuso todas las posibilidades de la existencia mundana. Hay que tener humildad para reconocer que aunque lo importante ya se ha escrito, es necesario volver a contarlo todo otra vez".

Dentro de las grandes obras de la literatura mundial, las historias más repetidas son aquellas que relatan las míticas batallas épicas. Aquellas protagonizadas por héroes imposibles como el bravo Aquiles, que cruzó espada contra el más fiero de los guerreros de Troya, Héctor.

"Al final es una guerra entre dos formas de vivir y entender dos mundos diferentes", explica el dramaturgo. La épica batalla, extraída de los versos de Homero, es pura ficción, hasta que se demuestre lo contrario. En la realidad, la Guerra Fría también representa esa lucha ancestral del ser humano por imponerse en su manera de entender el mundo.

Foto de la obra teatral 'Reikiavik'.

Foto de la obra teatral 'Reikiavik'.

"El colapso de la Unión Soviética nos hizo pensar que Estados Unidos se quedaba con la hegemonía. Hoy tiene otros competidores, entre ellos grupos terroristas que se autodenominan estado" y que son, en definitiva, una de las mil formas diferentes entender la vida. Los mismos perros pero con diferentes collares.

Lo de Fischer y Spaski no fue tan violento como aquellas batallas griegas. Fue sutil, enrevesada y producto de la burda, a veces llegando hasta el absurdo, manipulación por parte de sus países. Todo por dominar el tablero de ajedrez, formado por casillas blancas y negras, la escenografía sobre la que se sustenta la obra de Mayorga, y a veces, también la realidad.

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