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"Es la historia de un negro, descendiente de esclavos, que triunfa como príncipe blanco"

La cineasta cuenta en ‘Yuli’ la historia de Carlos Acosta, el primer bailarín negro que ha interpretado papeles legendarios del ballet escritos originalmente para blancos. Concha de Plata al Mejor Guion para Paul Laverty en el Festival de San Sebastián.

Icíar Bollaín, en el rodaje.

Su bisabuelo era un esclavo en la plantación Acosta, su padre, un camionero negro que empezó a trabajar a los nueve años y no tenía educación, y él, Carlos Acosta, es ya para la historia el primer bailarín negro que ha interpretado algunos de los papeles más legendarios del ballet –escritos originalmente para blancos– y lo ha hecho como estrella en el Royal Ballet de Londres. Y, a pesar de esta asombrosa escalada, hay algo todavía más fascinante en la historia de este cubano internacional, protagonista de Yuli, la nueva película de Icíar Bollaín, con la que Paul Laverty conquistó la Concha de Plata al Mejor Guion en San Sebastián.

Rodado en Madrid, Londres y Cuba, lo más sorprendente de este relato es que es “el de un hombre rompiendo estereotipos”. Yuli es una película que, más allá de la biografía, señala con precisión el racismo en la danza, que habla de la relación padre-hijo, del desarraigo “y del precio que se paga por estar fuera de casa”. Un filme donde “el biografiado está en la biografía” –una anomalía en el género– y en el que la cineasta experimenta con nuevas narrativas.

Es una historia, además, con mucha política, que muestra distintos momentos de la historia de Cuba, asfixiada por el boicot de EE.UU., con la crisis de los balseros, el clasismo imperante en la isla… “Es la historia de un negro, descendiente de esclavos, que triunfó interpretando al gran príncipe blanco, Romeo”. Un hombre que ahora ya nunca se olvida del día de su infancia en que su padre le llevó a la Plantación Acosta, donde su bisabuelo trabajó como esclavo, y le dijo, aunque no necesitó palabras: “Hijo, te va a costar mucho”.

Teatro dentro del teatro, la película está narrada en presente. Muestra a Carlos Acosta en un teatro de La Habana donde se prepara un espectáculo sobre su vida. El bailarín real, que hoy tiene 44 años, va contando momentos de la representación, de su pasado, que unas veces se recrean desde la ficción y otras, desde las coreografías creadas por María Rovira con música de Alberto Iglesias. Se trata de diez coreografías narrativas y dos dúos. La película cuenta también con archivo de Acosta bailando en Lausanne y en el Royal, en una obra con Tamara Rojo. La directora Icíar Bollaín contesta a las preguntas de Público.

Se ha reavivado el racismo en el mundo. ¿‘Yuli’ tiene intención de denuncia?

Paul (Laverty) detectó el tema racial desde el principio. El padre camionero negro, nieto de esclavos. El pequeño Carlos Acosta al que los amigos del barrio llamaban maricón y le cascaban por ello. En el Reino Unido, donde ha hecho buena parte de su carrera artística, está muy presente el tema racial, allí, en el audiovisual no hay negros. Y la mayoría de delincuentes y de víctimas son negros. Así que sí, detectamos el racismo en la danza desde el principio. De verdad, pienso que al racismo se le combate con cultura.

La cultura y el arte que están mucho más protegidas y cuidadas en Cuba que en Europa, que en España…

Es sorprendente el fomento de las artes en Cuba y el talento que hay allí, que es en parte consecuencia de lo primero, claro. Eso me gustaba mucho para la película, porque normalmente en el cine cuando se habla de Cuba se habla de sombras, pero está también esta parte tan luminosa. Allí se ha cuidado el cine, la literatura, la pintura, la música… hay casas de cultura por los barrios. Un niño de barrio, como Carlos Acosta, que tiene oportunidad de aprender ballet y llegar tan lejos, eso no pasa en otros lugares del mundo. En Cuba hay mucha potencia y mucho talento.

Acosta quería ser futbolista, pero su padre, un trabajador medio analfabeto, le obligó a estudiar danza. ¿La letra con sangre entra o el padre que sabe que es lo mejor para el hijo?

Este es un padre que no conoce otra forma de enseñar a su hijo, es una manera muy bestia, pero son sus recursos. El padre era un hombre excepcional, con una enorme sensibilidad que intuyó que el ballet era lo que iba a sacar a su hijo de la calle. Se empeñó en que estudiara danza y le empujó a ello a golpes. Era muy duro, pero Carlos habla siempre con mucho agradecimiento de él.

Entonces, ¿hay algo de que las peleas en la vida exigen sufrimiento y disciplina?

Carlos Acosta fue el primer bailarín negro que interpretó a Romeo en Romeo y Julieta, fue estrella del Houston Ballet seis años y luego llegó al Royal Ballet. Él todo lo ha conseguido por su disciplina. También porque es extraordinario, tiene una capacidad física espectacular y, además, comunica.

Carlos Acosta, en la película

Carlos Acosta, en la película.

Es una estrella de la danza, pero ¿no era demasiado riesgo darle el papel protagonista?

Carlos Acosta hace un ejercicio dificilísimo, interpretándose a sí mismo. Es un buen actor de sí mismo. Es elocuente, divertido, tiene la chispa cubana, está muy vivo. En la película se interpreta a sí mismo en y, además, se mete en la piel de su padre en las partes coreografiadas. En las escenas de ficción, el personaje del padre lo hace Santiago Alfonso, en realidad un mítico coreógrafo de Tropicana. Keyvin Martínez, un bailarín de la compañía que Acosta fundó en La Habana hace dos años, le interpreta en su juventud, y el pequeño Edlison Manuel Olbera Núñez lo hace en la niñez.

‘Yuli’, aunque no en primer plano, no huye de temas políticos y sociales de Cuba.

Para mí en esta historia es muy importante el hecho de que Carlos Acosta no haya roto nunca los lazos con sus raíces. Volvió a La Habana hace dos años y creó una compañía y una escuela, antes llevó el Royal Ballet a Cuba. La película habla también del precio que se paga por estar fuera de casa. Es una historia con mucho amor, llena de amor, por su tierra, por la gente, por su padre, por la danza…

La danza que sirve como elemento narrativo, ¿la combinación de tiempos y de géneros ha sido complicada?

Ha sido lo más difícil, porque el espectador va a ver una historia y todo lo que pase en la pantalla debe ir al servicio de la historia. Por eso hemos hecho coreografías breves y narrativas, esa era la apuesta, que con ellas no se frenara ni se repitiera la información.

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