¿Se nos ha ido de las manos el uso de la palabra fascista?
La izquierda y hasta la derecha recurren al término fascismo para descalificar al adversario. Santiago Gerchunoff reflexiona sobre la emoción política que mueve a llamar fascista al otro.

Madrid--Actualizado a
¡Fascista, que eres un fascista!
La palabra —fascista y, por extensión, fascismo— se escucha a diestra y siniestra, como insulto, calificativo, admonición, señalamiento o advertencia. La locución adverbial no es un tópico gratuito: la derecha y la ultraderecha también usan el término para cargar contra la izquierda. ¿Se nos ha ido de las manos el uso del término? ¿Ha perdido significado? Si todo es fascismo, ¿nada es fascismo?
"Exacto, sí", cree Santiago Gerchunoff.
El profesor de Teoría Política en la Universidad Carlos III de Madrid se pregunta por la emoción que siente quien la utiliza en Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo (Nuevos Cuadernos Anagrama).
El subtítulo del libro, Para qué no sirve la historia, indica que al ensayista le interesa más su empleo en un contexto histórico internacional posterior al Holocausto que en un presente español de política guerrilla, de periodismo declarativo, de dimes y diretes. O sea, el término fascista como comodín, del que se han apropiado los conservadores, los ultras y los populistas.
Santiago Gerchunoff critica su uso, pero, consciente de que avivará la polémica, advierte de que no se trata de una provocación: "Yo soy de izquierdas y me interesa discutir y hacer pensar a los míos de alguna manera. Tengo claro lo que no me gusta de los otros y el libro está escrito más bien desde la izquierda para la izquierda, con el objetivo de reflexionar y de despertarla de una hipnosis paralizante".
Primero fue Auschwitz. Luego, la nada. De ahí que plantee que llamar fascista al adversario político implica "conectarlo con un linaje ominoso" al tiempo que nos situamos como "descendientes de la gloriosa resistencia antifascista europea", escribe en el ensayo.
"Como el fascismo fue derrotado", seríamos, valga el plural en primera persona, "herederos de los vencedores", identificados con "quienes perecieron en las garras del fascismo". De ahí que al llamar fascista a alguien "nos sentimos virtuosos, osados y vivos", que al señalar una "amenaza potencial" estemos frenando "un Auschwitz venidero". Puede ser una reacción, enumera Gerchunoff en su libro, a una frase sexista o racista, acaso a un recorte de las pensiones.
¡Fascistas!
"Recurrir a la palabra fascismo para señalar los atropellos que sufren otros ciudadanos nos convierte en personas generosas, valientes, ejemplares", escribe el politólogo, quien califica su uso compulsivo como una "especie de conjuro" y advierte de la lectura contemporánea de la historia como "profecía" y "escuela que ilumina el futuro".
Así, añade en el libro: "Quienes se extasían con el uso de la palabra fascismo como analogía predictiva del advenimiento de un nuevo Holocausto actúan, de hecho, como astrónomos-brujos".
Procede, según él, nombrar "cada pequeña afrenta fascista" no porque sea "repudiable por sí misma", sino porque supone una premonición de un nuevo Auschwitz. Así, Santiago Gerchunoff critica la idea de que la historia pueda corregirse y de que el uso de la palabra fascismo nos permita intervenir en ella.
Sin embargo, nuestras decisiones "no son tan relevantes ni tan evidentes". Vayamos, pues, a la España y al mundo de 2025, cuando escuchamos "en estas elecciones nos lo jugamos todo: se trata de frenar la amenaza fascista", aunque a veces el no pasarán se revele insuficiente para que populistas y ultraderechistas alcancen el poder.
- ¿Ha perdido significado la palabra fascista? ¿Se ha convertido en un comodín?
- La compulsión en el uso de la palabra fascista tiene que ver con una extensión de su significado, lo que no me parece mal, porque es algo propio del lenguaje político. No me interesa corregir eso ni decir cuál es el verdadero significado, sino lo que hay detrás de la multiplicación de ese término, o sea, los motivos y emociones por los cuales se usa tanto.
- Ha empleado un verbo que tiene peso en su libro, donde alude a la sensación de corregir la historia al usar el término, a una visión profética y a un imperativo ético.
- Cuando señalamos a alguien como fascista en el mundo contemporáneo, de algún modo intentamos corregir un supuesto error de las verdaderas víctimas del fascismo histórico, que no supieron, no quisieron o no pudieron pararlo en su momento. En cambio, nosotros, como la conocemos, usamos la historia de una manera profética, como un mapa para orientarnos hacia el futuro, no para comprender el pasado. Y creemos que así podemos corregir lo que se hizo mal desde una posición inconscientemente muy soberbia respecto al funcionamiento de la acción política y de la propia historia.
- Sugiere que si la izquierda recurre continuamente al uso del término fascismo y no pasa nada —o sea, no llega otro Auschwitz—, termina perdiendo fuerza.
- Sucede como en el cuento de "que viene el lobo": se usa algo tan brutal para movilizar a la gente, usando el afecto político del miedo —clásicamente conservador—, que cuando el advenimiento no se produce esa pólvora política se va gastando. Ojo, sobre la identificación de las nuevas derechas con el fascismo, no vengo a decir que no es tan grave, sino que no tenemos idea de qué va a pasar con ellas. De hecho, el advenimiento que estamos esperando quizás sea algo mucho peor. Sin embargo, no podemos usar la historia para creer que sabemos qué va a pasar.
- También sucede que la proclama de parar la amenaza fascista a veces no se materializa en las urnas.
- Insisto: pólvora mojada. Por mucho que le hablen mal de Isabel Díaz Ayuso o de Vox, el votante no cree que sean el advenimiento del mal absoluto en la tierra, por lo tanto no actúa de esa manera. Lo que necesitaría es un proyecto que lo ilusione. Por ahí va el tema, porque todo esto habla de una gran parálisis en la imaginación de la izquierda para proponer algo que entusiasme a los votantes y no vender el miedo al otro. ¿Nos lo jugamos todo en estas elecciones? No lo sabemos.
Las cosas son bastante más complejas y quizás menos taxativas, y nos obligan por tanto a a reflexionar y a matizar. Aludir al "no pasarán", propio de un momento de guerra, evita toda toda posibilidad de diagnóstico y de pensamiento sobre lo que está ocurriendo y, por tanto, una decisión más responsable que no venga determinada de antemano. "Si eres decente, estás con el bien y contra el mal": entonces queda claro a quién tienes que votar sin pensar. Eso es lo que está en crisis y esta compulsión en el uso de la palabra fascismo es un síntoma de esa crisis.
- Pero también lo usa la derecha e incluso la ultraderecha. ¿Desactivan así su significado? ¿Es una voladura controlada?
- Hasta le han llamado fascista a Pedro Sánchez. El mecanismo psicológico es exactamente el mismo: un intento de movilizar a sus propios electores. Por ejemplo: primero no respeta la separación de poderes, luego toma los medios de comunicación y al final viene el fascismo. Una concatenación de aparentes nimiedades que conducen a un final tremendo.
La derecha también usa con la misma lógica términos contrarios, como el comunismo. Ayuso o Javier Milei podrían decir: "Primero ponen un semáforo, luego te van a obligar a mandar a tu hijo a determinado colegio, más tarde te expropiarán la casa y finalmente llegarán los gulags y el comunismo". El uso del miedo como afecto político para movilizar a la gente es universal.
En el libro podría haber analizado el uso del término comunismo por parte de la derecha, pero opté por el síntoma de un problema grave que tiene la izquierda en este momento, no la derecha. Es la izquierda la que está atrapada e hipnotizada por la memoria del siglo XX, de modo que no consigue tener un diagnóstico cabal del presente, de la disrupción tecnológica, de los cambios sociales y, a partir de ahí, un proyecto de futuro.
En cambio, la derecha sí tiene un diagnóstico, aunque no nos guste y sea horrible, y un proyecto de futuro. Por eso este libro no me parecía importante para el pensamiento de derechas, sino que tenía sentido donde hay un adormecimiento, una hipnosis y una parálisis en esta posición partisana y nostálgica de la izquierda. Por eso elegí el uso de la palabra fascismo.
- Plantea que si todo es fascista, nada es fascista, ¿no?
- Exactamente. El uso peligroso y que me inquieta se da cuando se aplica el término fascista a una acción aparentemente insignificante, advirtiendo de que no es tan nimia como parece porque va a llevar a otra acción y luego a otra. El vaciamiento no solo se produce en el significado mismo de la palabra fascismo, sino también en la consideración de la acción concreta. Por ejemplo, no basta con denunciar la actitud sexista de un político, sino que hay que advertir al público de que también es fascista, como si no fuese suficientemente grave una actitud sexista, racista o autoritaria.
Así, en la compulsión del uso de la palabra fascismo se vacía de significado moral a las propias acciones inmorales, porque solo les atribuye peligro o las hace dignas de rebelarse contra ellas en la medida en que, en esa cadena de acontecimientos, finalmente van a llevar a Auschwitz. Por eso, al comienzo del libro subrayo que, en el fondo, el goce en el uso de la palabra fascismo es el gusto por estar frenando un nuevo Auschwitz.
- ¿Infravalora la amenaza de la ultraderecha y el nacionalpopulismo?
- No infravaloro nada. Yo lo que sostengo es que no tenemos un mapa del futuro que nos permita saber que, ante determinados signos, va a venir el fascismo. Y no lo infravaloro porque creo que lo que venga quizás puede ser mucho peor que el fascismo.
Tampoco estoy diciendo que al usar la palabra fascismo se está exagerando. Ese no es el argumento de mi libro. Al contrario, comento que decir fascismo es una altanería y una soberbia intelectual y epistemológica, porque no se está diciendo cuán grave es, sino que se está creyendo que uno conoce el futuro. Es decir, que a partir de un signo del presente que se identifica con un acontecimiento del pasado, uno puede prever el futuro.
Eso es lo que yo niego, porque está mal y es una especie de refugio ético e intelectual, algo tranquilizador, porque creemos que sabemos y nos ahorramos pensar cuál es verdaderamente la amenaza de las nuevas derechas, en qué consiste, cuál es su particularidad, qué tipo de animal son…
Aunque España es una excepción, en el resto del mundo resulta muy tranquilizador por un mecanismo inconsciente, ya que el fascismo fue vencido. Entonces, cuando uno identifica un fascismo y sabe quién es el adversario, cree que finalmente será derrotado de nuevo. En el caso español, Francisco Franco venció, lo que le añade más complejidad al asunto.
- Precisamente, en el libro sostiene que, como el fascismo fue derrotado, nos situamos en el lado de los vencedores y en el de sus víctimas, lo que nos convierte en ciudadanos valientes y generosos. En el caso de España, donde no fue vencido, fascista es un insulto.
- Desde luego que es un insulto, pero la perspectiva es distinta, porque el fascismo venció. Quizás por eso estamos más naturalmente puestos, de modo inconsciente, del lado de las víctimas y no de los que vencieron al fascismo. Por ello, en el uso de la palabra, todavía es más grande la emoción del miedo que la del orgullo de la resistencia antifascista, como en el resto del mundo que venció.
Es la emoción del puro miedo y de la pura posición de resistencia. Y ahí aparece un componente siniestro y nada agradable: señalar a alguien como fascista, desde el punto de vista de que vas a ser una víctima, implica asegurarse de que quede una huella, lo que hoy suele suceder por escrito en las redes sociales. Es decir, dejar la constatación de que luchaste —y señalaste— antes de ser vencido. O sea, una especie de seguro de vida moral.
- ¿En su libro hay un ánimo de provocar o, al menos, de agitar al lector?
- Provocar me suena un poco fraudulento. Hay un ánimo de incomodar y de hacer una reflexión que le haga pensar al lector en algo con lo que se sentía muy tranquilo y en lo que no había reparado nunca. Quiero hacerle ver que lo que entiende como solidario y abnegado en realidad quizás es exactamente lo contrario, algo egoísta y espurio. Yo contaba con que iba a incomodar y estaba dispuesto a aguantar las reacciones, que las está habiendo...
- Si Elon Musk hace un saludo fascista, ¿es un fascista o un provocador?
- El libro no trata de decir quién es fascista o no. En todo caso, yo creo que es un provocador y que lo hace justamente como consecuencia de todo este fenómeno. La nueva derecha global se chotea del complejo que tiene la izquierda con el siglo XX y con el fascismo, así como de su ceguera para entender bien qué es Musk. Insisto: quizás es algo mil veces peor que el fascismo. Entonces, sin duda, creo que lo hace para provocar y para chotearse de la parálisis del adversario político, que no sabe qué hacer. O sea, "tú me ibas a acusar de fascista, pues yo de antemano te lo digo". Básicamente, es una burla.
- ¿Se nos ha ido de las manos el uso de las palabras fascista o fascismo?
- Yo diría que sí, pero mi posición no es normativa ni científica. Yo no vengo a corregir, sino a preguntarme por qué se nos ha ido de las manos el uso de la palabra fascista.







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