Leila Guerriero: "Si eres muy cándido, es posible que no seas un buen periodista"
La periodista argentina indaga en la vida de Truman Capote en la Costa Brava tras el éxito de La llamada, donde perfila a una montonera embarazada de cinco meses secuestrada por los militares en la dictadura.

Madrid--Actualizado a
La constancia, la dedicación, el trabajo y la ambición —la pluma se da por descontada— convirtieron a Leila Guerriero (Junín, 1967), en su día redactora de los diarios argentinos Página | 12 o La Nación, en la abanderada del nuevo periodismo hispanoamericano. Despojada de los rigores de una redacción, desde hace más de dos décadas brilla en los géneros del reportaje, la crónica y el perfil.
La llamada (Anagrama), sobre la montonera Silvia Labayru, hija de militar y secuestrada en la ESMA durante la dictadura —tenía veinte años, estaba embarazada de cinco meses y fue sometida a torturas y violaciones—, la ha colmado de premios y críticas elogiosas. Cuando aún no había terminado de escribirlo, Leila Guerriero recibió otra llamada para que siguiese el rastro de Truman Capote en la Costa Brava.
Véngase a la casa donde habitó el autor de A sangre fría —que cimentó el género de la novela de no ficción— y hurgue en su vida en Palamós para desmontar mitos y apuntalar verdades. Allí, en la Residència Literària Finestres, que pende de un acantilado en la cala Saniá, parió La dificultad del fantasma (Nuevos Cuadernos Anagrama), que contiene mucho de ella y del oficio de escribir.
Usted se levanta muy temprano. Entiendo que no duerme más de seis horas y media.
Aparentemente no. Yo dormía más —unas ocho horas, ocho horas y media—, pero después de la pandemia me empecé a despertar a las seis de la mañana.
¿Dormir es perder el tiempo?
No, me encanta dormir, es fundamental. Me gusta mucho soñar, quiero decir, tener sueños.
También anticipatorios, ¿no?
No sé si he tenido muchos sueños anticipatorios...
En La dificultad del fantasma. Truman Capote en la Costa Brava, comenta que una noche soñó con Maitena y por la mañana recibió un correo de la dibujante argentina, con la que se escribe un par de veces al año.
De ese tengo un registro clarísimo, aunque no sé si he tenido muchos…
Situémonos: usted es invitada a la Residència Literària Finestres, en la cala Saniá, municipio de Palamós, en plena Costa Brava, donde Capote escribió parte de A sangre fría. Su tarea consiste en seguir sus pasos y en recrear aquella estancia. Coincide en la Casa Sanià con Sabina Urraca y Marcos Giralt Torrente, a quienes les comenta su sueño, pero no le hacen mucho caso porque están más preocupados por un fantasma…
Mi sueño me parecía muy mágico, mucho más que un fantasma, y probabilísimo. Sin embargo, nadie me dio ni cinco boliches, porque para ellos era mucho más notorio lo del fantasma.
El fantasma de Truman Capote: ¿logró dar con él o, al menos, rozarlo?
Logré un acercamiento mucho mayor a la figura de Capote y comprender todo lo que hay detrás de su obra. En general, cuando tenés un trabajo de inmersión tan grande en la obra de un autor, sobre todo si te gusta o te entusiasma, cuando empezás a mirarlo tan de cerca, de manera microscópica, entendés una cantidad de cosas o sos capaz de atar cabos entre cosas que antes parecían muy dispersas. El caleidoscopio es un poco caótico. Leer a un autor te arma de una manera muy distinta. Y yo me fui de Palamós con una idea mucho más encarnada de Capote que la que tenía antes de ir.
Después de La llamada, ¿este libro era una forma de desengrasar, de aligerar, de suavizar, de aflojar...? No encuentro el verbo adecuado.
Ya, sí, como una limpieza... No, porque fue un libro por encargo que ya sabía que tenía que escribir desde el 2022, cuando recibí una llamada del director de la Residència Literària Finestres, Nicolás Gaviria, en plena investigación de La llamada. Me dijo que iban a abrir esa residencia para escritores y que querían un texto largo que contara la historia de Capote en la Costa Brava y también de su estadía en esa casa. O sea, no era algo que yo buscase porque lo necesitaba, sino que vino dado de afuera. De todas maneras, fue venturoso.
Cuando ha recabado todos los datos y se sienta delante del ordenador, la vida para usted es escritura. Solo escritura.
Sí.
Más allá de correr, ¿hay algún quehacer doméstico o social que le siente bien o todo es distracción más allá de la pantalla?
Me da mucho placer ir al cine. Cuando la película es buena, me resulta una experiencia realmente sublime. Me deja en un trance muy elevado... Ahora bien, dentro de lo doméstico, me gusta mucho cocinar.
¿Qué plato le sale mejor?
No podría decir si me sale bien tal o cual cosa. Entre mis amigos tengo fama de que en casa se come bien. Yo dudo mucho de que eso sea verdad, lo que pasa es que se come mucho [risas]. Me puedo pasar una semana preparando una cena, no solo cocinando, sino también pensando el menú, comprando ingredientes, amasando el pan, etcétera. De pronto añado alguna receta nueva. Durante mucho tiempo, por ejemplo, hice un plato brasileño que se llama moqueca, que me quedaba muy rico.
Pescado, leche de coco…
Sí, es muy pesado: dejé de hacerlo porque era una bomba. También preparo comida italiana, alemana, siria…
Su ascendencia familiar, precisamente.
Sí, una mezcla muy extravagante. Los argentinos somos una mistura, pero en general la asociación es más bien con italianos y españoles. Lo mío es raro.
Como nieta de sirios, ¿cómo está viviendo el conflicto en Oriente Próximo?
Mi abuela vivía en una pequeña aldea de Siria y llegó a la Argentina casi analfabeta. Aprendió a escribir un poquito en castellano, pero no podía leer ni escribir en árabe. Mi abuelo sí, aunque le costó mucho trabajo volver a contactar con los suyos. La relación con esa parte de la familia era muy estrecha, porque yo los adoraba. Sin embargo, no tenía ningún vínculo con el país. En cambio, la parte alemana e italiana de la familia contaba muchas historias de los que se habían quedado en Europa, con quienes tengo mucho más vínculo [es decir, la hija de los abuelos sirios de Leila Guerriero se casó con el hijo de la abuela alemana y el abuelo italiano].
Necesita la soledad para escribir. ¿También el silencio?
Sí, para mí el aislamiento es importante. Cuando escribo textos de largo aliento, necesito estar sola en mi casa o en mi estudio. No puedo escribir perfiles largos cuando estoy de viaje, con interrupciones laborales.
¿Obstaculiza una pareja la redacción de un gran reportaje?
No. Si una pareja obstaculiza la escritura, hay algo que no está funcionando bien ni en la pareja ni en el trabajo.
El manuscrito, para usted, es lo más importante. Cuando termina, llega el alivio y el vacío, hasta que comienza a pensar en la próxima presa. ¿Podría haber un paralelismo entre la sensación de Capote al acabar A sangre fría —teniendo en cuenta que él deseaba que ejecutasen a dos personas para terminar la novela— y la suya, tras publicar La llamada?
Bueno, la protagonista de La llamada está muy, muy viva [risas].
¿Pero usted terminó rendida después de escribirla?
No. Después de cada libro que uno escribe, hay una sensación muy hermosa, como si hubieras diseñado un parque tras pasarte meses con los brazos arañados por las ramas, con las manos entumecidas por el serrucho y con los hombros rotos por la pala, toda sucia y qué sé yo. Y, de golpe, te puedes dar un baño y ves que todo eso está como quieres que esté. Sin embargo, inmediatamente después viene una sensación de vacío muy profunda, porque ya le pusiste el punto final, pero no de agotamiento.
¿No la afectó emocionalmente?
Si lográs realmente lo que querés, estableces una conexión muy fuerte con los libros, aunque no en términos de quedar emocionalmente dañada.
Y también hay una conexión fuerte con la protagonista, ¿no?
Exacto, pero no hay un vínculo... Digamos que por mi parte es un vínculo profesional, mientras que ella nunca lo confundió con una relación de amistad. Tiene amigos de hace cuarenta años y yo no soy una amiga confesional. Pese a que me ha contado una enorme cantidad de cosas, sé que hay lugares a los que nunca voy a llegar, y es bueno que sea así. Ahora existe un vínculo afectivo y me gusta saber que está bien. Eso sí, mientras uno hace el trabajo hay una disociación. No es posible establecer una relación de amistad con un entrevistado. O no debería suceder.
¿Sería muy simplista decir que la salvó una llamada de su padre, Jorge Labayru, recientemente fallecido?
Sí, aunque Silvia le adjudica a esa llamada unos atributos enormes. De hecho, festejaban el día en que se había producido la llamada, como si fuera un cumpleaños o un renacimiento.
["El 14 de marzo de 1977, cuando Silvia Labayru, embarazada de ocho meses, permanecía secuestrada en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), su padre recibió una llamada y contestó: "¡Ustedes, montoneros hijos de puta, son los responsables morales de la muerte de mi hija! ¡Vengan que los voy a cagar a tiros, montoneros de mierda! ¡Soy anticomunista, antiperonista y antimontonero, hijos de puta, hijos de puta". Sin embargo, no lo habían contactado los guerrilleros, sino los militares. Entonces, el Tigre Acosta, un capitán de fragata al mando del centro clandestino de detención, tortura y exterminio, le preguntó a ella: "¿Entonces tu padre es uno de los nuestros?"]
Más allá de que las decisiones de los militares eran muy arbitrarias, Silvia genera en torno a esa llamada un campo simbólico muy fuerte, lo que no significa que yo esté de acuerdo o en desacuerdo. Creo sinceramente que, de alguna manera, esa decisión de dejarla vivir estaba tomada o se fue tomando por otras circunstancias.
Hablemos de la relación con los protagonistas de una historia. Por una parte, usted viene a decir que la objetividad no existe porque quien habla es un sujeto. Por otra, califica a Capote como un manipulador, sobre todo con los acusados del crimen. ¿Debe la escritora o la periodista implicarse o vincularse estrechamente con la fuente o, al contrario, tiene que guardar las distancias por el bien del relato?
Lo segundo es importante. No hablo de mantener una distancia que implique ser gélido, impávido o antipático, pero sí creo que hay que estar saludablemente distante y escindido. Es decir, debemos marcarle al entrevistado, también con algunos gestos, que uno no está en la posición subjetiva de ser un amigo, sino en la posición de un periodista que lo está entrevistando, de modo que todo lo que estamos hablando —salvo que me pida un off the record por alguna cuestión específica— puede ir en el texto. Luego yo elegiré si lo incluyo o si no viene al caso para contar la historia. Me parece que eso es saludable para los dos.
Respecto a la actitud de Truman Capote, esa manipulación me parece una falta tremenda y también un costo psíquico enorme para él, porque a la vez que estaba tratando de sostener esa relación con los dos asesinos —inspirándoles cierto optimismo respecto a su condena a muerte—, les escribía a sus amigos diciendo: "Por favor, que los maten ya, porque me voy a volver loco". Mantener esas dos posturas al mismo tiempo supone un daño tremendo para la psique de cualquiera.
Frente a la bonhomía que promulgaba Ryszard Kapuscinski ("Para ser buen periodista hay que ser buena persona"), William Faulkner decía que el artista "será completamente despiadado si es un buen artista". ¿Dónde se sitúa usted? En obra y en pensamiento.
Ni una cosa ni la otra. Los periodistas que me gustan no son unos cretinos. O sea, no manipulan de manera canalla a un entrevistado, ni mienten para obtener información, ni proponen escribir una determinada cosa para obtener una entrevista y luego el texto es vengativo, burlón, sarcástico y horroroso.
Yo creo que no soy eso, ni tampoco disfruto leyendo a gente que actúa así, pero tampoco soy una periodista cándida y bonachona. Con lo de buena persona, creo que Kapuscinski se refería a no ser un cretino, o al menos así quiero pensarlo. Porque si decía que para ser un buen periodista uno tiene que ser un ángel medio bobalicón, no estoy de acuerdo con él.
En La dificultad del fantasma, tras entrevistar a algunos personajes relacionados más o menos tangencialmente con Capote, usted hace comentarios irónicos, que a veces podrían parecer un pelín crueles. Aunque quizás no sea el adjetivo adecuado…
Pérfidos.
Exacto. Eso es lo que piensa en ese momento, pero ¿se le pasa por la cabeza que sentirán esas personas cuando lean sus comentarios?
Uno no tiene que estar pensando en esos términos, porque cuando haces un perfil entrevistas a muchísimas personas, empezando por el protagonista, a quien entrevistas en numerosas ocasiones. Si estuvieras muy pendiente de hacer esa operación —¿qué pensarán los padres de los suicidas si escribo esto?, ¿qué pensará Silvia Labayru si escribo esto?, ¿qué pensará el señor Colomer si escribo esto?—, estarías todo el tiempo metido dentro de un corsé, de modo que no harías un perfil, sino una hagiografía en la cual todo el mundo es maravilloso, casi un santo. Mi deber es con el texto y, en todo caso, con el que vaya a leerlo, a quien respeto como un lector inteligente. Por lo tanto, no estoy pendiente de ese tipo de cosas.
¿Quizás no pérfida o ángel, pero sí fría y arrojada?
No sé si se puede ser fría…
No me salen los adjetivos adecuados…
Ya. Frío es alguien insensible que no tiene ningún registro de nada. Tengo muy claro que estoy trabajando con materia prima humana. Yo respeto a rajatabla un off the record, pero si la información me parece relevante para lo que estoy contando, pregunto si podemos establecer algún tipo de negociación.
Por ejemplo, "no vamos a decir dónde estabas ni con quién, aunque esto me sirve para contar tu miedo respecto a tal cosa". Y si me siguen diciendo que no, yo no lo pongo, porque tengo muy claro que lo que escribo puede afectar de alguna manera a la vida de la gente. Eso lo tengo incorporado como los diez dedos con los que escribo en el teclado: son personas, no dibujitos animados.
Salvo las excepciones del off the record, deja claro que la conversación, una vez grabada, va para el libro o el reportaje. Es decir, que no hay posibilidad de rectificación —excepto que un dato sea equivocado—, ni tampoco la posibilidad de mostrarle el texto al entrevistado antes de su publicación.
No. Yo siempre digo que si esa es la condición para escribir, yo no escribo. En general, eso te lo preguntan apenas te sentás a hablar, si te lo dicen: "¿Voy a poder leer el texto?". Y yo siempre digo que no. Prefiero perderme una historia a comprometerme con algo que no voy a cumplir de ninguna manera.
Volviendo a Kapuscinski y a Faulkner, ¿un escritor o un periodista sería mejor si fuese interesado, manipulador y hasta un poco malvado o, mejor como decía usted, pérfido?
No, pero creo que si sos una persona muy cándida, es posible que no seas un buen periodista. La candidez te lleva a creerte todo lo que te cuentan, a que te dé un poquito de pudor ir a chequear información, a no dejarlo mal, y eso me parece que es incompatible [con ser un buen periodista]. Y digo pérfido en el sentido de ser agudo, de saber mirar más allá de la apariencia, de pensar a ver dónde puede estar...
Uno de los versos de Tarea fina, una canción de Los Redonditos de Ricota sobre una mujer maravillosa, dice "ni me encadena a su show". Pues yo creo que un periodista tiene que evitar que el entrevistado lo encadene a su show, en el sentido de que te despliegue todos sus encantos y te quedes demasiado hechizado. Ahí es donde la candidez es un arma letal, porque si te hechizan lo perdiste todo.
Me gusta otra frase de Faulkner que cita en La dificultad del fantasma: no hay que ser mejor que todos sino mejor que uno mismo. Para poder escribir sus reportajes, usted ha aprovechado cada minuto —incluso en vacaciones— y le ha robado horas al sueño, sobre todo cuando tenía un trabajo asalariado o de redacción.
Más allá del horario de oficina, no hay un momento ideal para empezar a hacer lo que uno quiere. Cuando trabajaba en revistas y en redacciones grandes, como las de Página | 12 o La Nación, siempre escribí como freelance, buscando el camino de esa libertad que es tan importante para mí: "Si esto desaparece, tengo otras cosas de las que puedo vivir". Eso implicó un sobreesfuerzo, como trabajar en fines de semana o en vacaciones. Y desde que empecé solo como freelance en 2009, tengo muchos trabajos que son fijos y con los cuales tengo que cumplir, desde la edición al columnismo.
Todos están relacionados con la escritura, algo que agradezco mucho, pero siempre tienen una parte complicada o no tan buena, desde escribir contrarreloj hasta transcribir 400 horas de entrevistas, porque las transcribo yo, no se las doy a nadie. Y, además de trabajar en vacaciones y fiestas de guardar, hay ocasiones en las que te pierdes eventos familiares, un cumpleaños o una cena porque te han adelantado el deadline, etcétera.
Usted comenta que "los periodistas vivimos de la memoria ajena", una memoria que falla, pero que también inventa.
Sí, aunque en ese sentido los periodistas tenemos una ventaja. Cuando estás hablando con una persona casualmente en un banco de plaza y te empieza a contar una historia impresionante, solo tenés su testimonio, porque obviamente eso es una escucha civil y no le vas a decir: "Deme el teléfono de su hijo y de su esposa, que quiero cotejar [los datos]". En cambio, los periodistas sí podemos hacer eso: hablar con gente de su entorno, incluso con quien no quiera bien a esa persona o la haya criticado en algún momento, para cotejar esa visión o versión. Eso blinda muchísimo un texto, porque si no terminás haciendo una especie de propaganda del protagonista de tu libro, que es lo más horrible que puedes hacer.
Afortunadamente, el fact-checking (verificación de datos) es una parte fundamental de su trabajo. Ahora bien, si ponemos los pies en la tierra, ¿no cree que muchas empresas de comunicación no les conceden el tiempo necesario a los periodistas para realizar esa labor o, simplemente, hacer mejor su trabajo en el día a día?
Sí. Es lamentable que se haya perdido eso, porque a veces lees unas cosas… Hay pequeños detalles que transforman un artículo en algo menos sólido de lo que debería ser.
La rapidez que se les exige a los periodistas es un problema enorme. Aunque no es mi género, yo admiro mucho a los colegas que redactan noticias, un trabajo que yo no podría hacer. Me parece muy injusta esa velocidad que se le está imprimiendo a la gente que escribe artículos, porque va en contra de la propia calidad de la firma del periodista. Y eso es muy cruel, porque tu nombre es todo lo que tenés. Vos sos Juancito Pérez firmando las notas en determinado periódico, no tenés otra cosa.
En 1996, cuando entré a trabajar en La Nación, una compañera me dijo algo gracioso: "Acá, mientras estás con el apellido de casada, todo el mundo te atiende, pero cuando dejás el apellido de casada nadie te da más bolilla. Acordate de eso". Y yo le pregunté: "¿Cómo el apellido de casada?". Y me respondió: "Claro, te presentás así: Soy Leila Guerriero, de La Nación". Y yo me hice carne de esa idea… Realmente creo que lo único que uno tiene es el apellido de soltera. No "soy de", vos sos vos y tenés tu firma, y eso es todo lo que vale y lo que tenés que defender.
No es lo mismo si llamas de El Borbotón de Bulnes que de un periódico prestigioso o popular.
Claro, pero no... Si me llama un periodista al que sigo, me da lo mismo el diario donde trabaje. Si lo he leído y me interesa, acepto que me entreviste. Incluso he accedido a hablar con freelance que ni siquiera me habían dicho en qué medio de comunicación iban a publicar la entrevista. A veces ni lo pregunto, porque tengo muchas ganas de tener una conversación con esa persona. De golpe, si te llamase Martín Caparrós y te dijese "quiero hacerte una entrevista", ¿le vas a preguntar dónde la va a publicar? Hombre, todo el tiempo que quieras, donde quieras y cuando quieras.
Capote dispuso de varios años para escribir A sangre fría. Él reconocía que la mayor dificultad había sido no poder participar en el relato, o sea, colocarse en el centro del escenario. Por otra parte, frente a su uso de la tercera persona, el periodismo selfie, como dice Juan Villoro. ¿Se ha abusado del yo en los últimos años? ¿Cuál es el límite?
Uno de los prodigios de A sangre fría es que está escrito en tercera persona. Me parece una obra descomunal en muchos sentidos. Truman Capote se la hizo muy difícil a sí mismo, porque con toda la relación que tenía con esa gente, con las intimidades que conocía, con las cartas que intercambiaron y todo eso, podría haberse metido en el relato, pero él jamás lo hace.
Además, renuncia al morbo y hay muchísimas cosas que no cuenta, como lo del hombre que hacía autostop al que están a punto de matar los asesinos, que luego sería uno de los principales testigos del juicio. Capote se pone a buscarlo por todo Estados Unidos, hasta que da con él y le explica algo que no sabía: "Usted estuvo a punto de ser asesinado por estos dos tipos". Eso Capote no lo cuenta en el libro, cuando cualquier otro lo hubiera transformado en un "miren cómo investigo, miren lo bueno que soy".
El periodismo selfie ha hecho muchísimo daño. Creo que puedes usar la primera persona siempre que, cuando hablas de vos mismo, también hablas de un nosotros mucho más amplio. La anécdota personal como tal me da un poco de repelús. Sin embargo, cuando esa anécdota está al servicio de contar una historia más grande —yo te cuento cosas de mi infancia, aunque en realidad te estoy contando la infancia de todos—, la primera persona me parece completamente válida.
Además, para hacer periodismo gonzo hay que ser muy bueno.
Sí, pero ese género ya es otra historia. Yo no estoy para nada de acuerdo con esa manera de hacer periodismo.
Truman Capote decía que pocos buenos escritores han hecho periodismo literario y, respecto al nuevo periodismo, que los intentos de algunos reporteros se habían quedado en papel mojado porque se necesita la pluma de un escritor de ficción.
Él era muy prejuicioso en ese sentido. Aunque ya había gente haciendo nuevo periodismo antes que él, se sentía el propietario de esa idea, como "el gran escritor americano". Ahora bien, hay algo en lo que Capote sí tuvo razón: fue el primer gran escritor norteamericano de ficción, ya consagradísimo, que se puso a hacer una tarea considerada menor, o sea, una tarea de periodistas. Norman Mailer lo haría después, pero en aquel momento los grandes escritores de ficción no estaban haciendo grandes obras de no ficción. Entre las cosas muy buenas que hizo, Capote puso a la no ficción en un lugar aspiracional para los grandes escritores de ficción.
Sin embargo, era muy arrogante. Hay algo de esa arrogancia y de esa perfidia que ahora, en la distancia, me produce risa y la disfruto como lectora, aunque decía cosas horribles de sus colegas. A Joyce Carol Oates la maltrató de todas las maneras posibles. Por tanto, también era un tipo injusto, porque puede no gustarte alguien, pero sus argumentaciones a veces eran muy peyorativas.
Con el paso del tiempo, Truman Capote reniega del estilo de A sangre fría, porque creía que podía haberlo hecho mejor. ¿A usted le asalta en ocasiones esa insatisfacción? ¿La sensación de no haber llegado?
No. Bueno, no porque no haya llegado, sino porque no suelo revisar mis propios textos. Pero no me queda esa sensación... Siento que tengo un respeto fuerte por mí y por lo que hice. Si uno no hubiese hecho todo lo que hizo antes, a lo mejor no habría llegado a determinados textos más complejos y elaborados, que presentan mayor dificultad, dificultades que uno pudo enfrentar de mejor manera quizás por haber metido la pata en textos previos. Entonces, yo tengo una relación de mucho respeto por esa persona que fui y que escribió las cosas que escribió.
Para Capote, escribir A sangre fría fue mortificante y le provocó ansiedad y tristeza. ¿A usted le provocó muchos disgustos La llamada?
No... No.
Silvia Labayru, con sus luces y sombras, fue repudiada pese a padecer un calvario. Habría que preguntarse qué harían sus detractores si estuviesen en su piel.
Eso se lo tiene que plantear Silvia, no el autor del libro. En todo caso, son preguntas o reflexiones que les quedan a los lectores, sean quienes fueren, incluidos aquellos que pudieron haber tenido en su momento algún tipo de repudio o vínculo con ella. Mi labor con el libro no era ejercer un juicio moral, ni sobre Silvia, ni sobre la gente que la juzgó de manera tan fuerte en aquel momento. Esta mujer hizo lo que hizo, cuenta su historia y dice lo que le pasó con el repudio de sus compañeros. De alguna manera, se atrevió a abrir las puertas a una conversación que no está del todo saldada, pero no es una conversación en la que yo deba intervenir.
Las respuestas están en sus libros. Por ejemplo: "Lo más relevante que sucede en la vida de un escritor es lo que sucede en su cabeza". Vamos, que podría ser un autor interesantísimo, pero una persona anodina o tediosa.
Me viene ahora a la cabeza un gran autor argentino, César Aira, autor de más de cien novelas. Siempre dice que no quiere que le hagan un perfil porque su vida es muy aburrida. Es un ser delicioso, un caballero y una persona muy amable, aunque lo que hace durante todo el día es ocuparse de las tareas de su casa y de escribir. Sin embargo, lo que ves en esa cabeza creativa es un mundo, una cosa de locos. Ojo, no lo conozco mucho, pero tampoco me parece que César Aira sea aburrido. Cuando estuve con él o lo escuché en un lugar público, me pareció un tipo divertido, con humor, un gran lector.
Yo no sé si alguien cuya charla resulte anodina y aburrida, cuyos pensamientos sean lugares comunes y que no tenga nada interesante que decir puede realmente ser un buen escritor. Sí creo que puede ser un gran escritor alguien que tenga un comportamiento social que no sea el esperado, por ejemplo, en una fiesta. O sea, alguien retraído, que no tenga ganas de conversar, que cuando lo invitan a una feria prefiere quedarse en el hotel. Ahora bien, no creo que alguien que emita opiniones ramplonas pueda llegar después a tener una mirada fuerte como para escribir las grandes obras de la literatura.
Antes iba a preguntarte cuándo y cómo se da cuenta de que hay una historia, pero para no extenderme me remito a otra frase suya en La dificultad fantasma: "Las cosas que importan suceden donde nadie las ve".
Bueno, en ese caso en particular sí, porque no todas las cosas que importan suceden donde nadie las ve. De hecho, estamos viendo las bombas que están tirando [los israelíes] todos locos... Y también importan.
Claro, no había concluido la pregunta. Usted, en varias ocasiones, ha cambiado el enfoque del reportaje tras conocer a sus personajes, quienes a veces pasan a ser los protagonistas del relato.
O tras ser deslumbrada por alguna situación, como me sucedió con Una historia sencilla. En 2011 fui a cubrir el Festival Nacional de Malambo de Laborde y terminé escribiendo el perfil de un bailarín con el que me encontré allí, al que no conocía y del que nadie me había hablado nada.
¿La lectura de novelas la ayuda en su proceso de escritura? ¿O se empapa más de la vida leyendo no ficción? ¿Qué le resulta más productivo para su trabajo?
Cuando estoy escribiendo un libro, no leo mucha no ficción, salvo en algún momento en el que siento que tengo que resolver alguna cuestión técnica. Entonces tomo algún libro de no ficción para ver cómo resolvió eso, por ejemplo, Janet Malcolm. La novela es un combustible y el 70% de lo que leo es ficción, sobre todo novelas, más que relatos. De hecho, leo más poesía que relatos.
¿Las novelas también la ayudan a escribir?
Uno no lo hace para que lo ayude, sino porque es un combustible, porque uno es un lector, porque uno antes de escribir fue un lector o porque uno empezó a escribir porque de alguna manera quería imitar lo que hacían otros o meterse en ese mundo. Yo leo muchísimas novelas que tienen distinto impacto en lo que escribo y tengo una influencia enorme de escritores de ficción. Siempre estoy buscando esa novela que me va a deslumbrar, esa novela nueva de un autor que no conocía o de un autor que ya conocía pero que vuelve a deslumbrarme otra vez.
¿Y a usted no la ha tentado la ficción?
No. Por ahora, no.
Tiene la pluma…
Sí, aunque para ser filósofo no hace falta nada más que tener cerebro, y no todos somos filósofos [risas]. No, o sea, no. De ninguna manera, no. Bueno, empecé escribiendo ficción como empezamos todos los chicos que queremos escribir. A esa edad, nadie va a hacer un perfil del carnicero de la cuadra, uno siempre escribe ficción, cuentitos y eso. Pero no desde que empecé a ser periodista. No tengo imaginación, o sea, la realidad me parece una cosa impresionante, es muy atractiva.
Capote fue a la cala Saniá para "dar vida a la muerte", aunque A sangre fría terminó conduciéndolo a ese final…
Sí, a un suicidio en cámara lenta.
… y luego Plegarias atendidas lo remató. ¿Cree que lo buscaba?
No, nadie busca morirse.
¿Pero no piensa que hay una especie de…?
¿De autodestrucción? Sí [un sí prolongado, pensativo y pausado]. Bueno, el libro Tiny Terror [de William Todd Schultz] plasma esa teoría de que era un gran destructor de los otros y de sí mismo. Sin embargo, yo creo que hace psicología forense. En un punto, Capote se puso muy autodestructivo y fue siempre un poco excesivo, en su amor por sus cisnes —esas mujeres maravillosas— y en los gastos, y luego en todo lo demás: el alcohol, las drogas...
Convocó sobre él una sombra muy jodida con A sangre fría, porque para él el éxito narrativo del libro dependía de que ejecutaran a dos personas, cuando era un acérrimo detractor de la pena de muerte. Y la manipulación de los asesinos fue una lima psíquica que no paró de reventarle el cerebro. No sé si salís bien parado de una cosa así, porque convocaste sobre vos mismo unas pulsiones muy oscuras.
Lo de Plegarias atendidas no termino de entenderlo del todo, porque lo que hizo ahí realmente fue casi un acto de... Aunque, comparado con lo que vemos hoy en día en los programas de chimento [cotilleos], las cosas que cuenta son inocentadas absolutas. En cambio, entonces, se lo hicieron pagar muy caro, porque las mujeres [de la alta sociedad neoyorquina, cuyas intimidades revelaba en el libro] se sintieron profundamente ofendidas.
Tras su publicación [el primer capítulo se difundió en la revista Esquire en 1975, mientras que el libro se editó tres años después de su muerte, en 1987], decía que estaba seguro de que no se iban a reconocer y de que nadie se iba a dar cuenta de que eran ellas o ellos [pese al uso de nombres ficticios, los personajes eran fácilmente identificables].
Cuesta un poco entender ese cambio y qué había ahí: una cierta decadencia psíquica y una incapacidad para poder ver claro, o una candidez real, que era la que él declamaba, porque realmente estaba muy deprimido después de que le dieran la espalda. Todo eso le hizo mucho daño y se quedó con muy poca gente que lo apoyaba.
Capote no pensó en las penalidades que le provocaría A sangre fría. Por el contrario, Plegarias atendidas fue un suicidio lento y consciente o, como dice usted, una "secreta forma de vengarse de sí mismo". Morder, en fin, la mano de quien te acaricia.
Más allá de que uno pueda tener un prejuicio con las vidas de estas mujeres millonarias que se pasaban todos los días almorzando en lugares carísimos, lo querían mucho, se preocupaban por él, se divertían juntos y le hicieron formar parte de un círculo al que no hubiera llegado. Además, algunas eran personas cultas con las que podía establecer un diálogo más allá de "vamos a comprar sombreros" o "vamos a comprar joyas a Tiffany". Sí, fue como morder la mano de... No sé si del amo, porque —y ese quizás fue uno de los horrores de Truman— él se sentía un par de todas estas muchachas, o sea, parte de ese mundo social.
¿No se sentía el bufón de la corte?
No, él no se sentía así, ni lo hacían sentir de esa manera. Ni lo era, ni hubiera aceptado esa situación.
Sin embargo, aunque en privado decía que no quería herir a nadie, en público soltaba: "¿Qué creían, que estaban con un bufón contratado para divertirlos? No: estaban con un escritor, y pagaron el precio".
En realidad, es un razonamiento bastante insostenible, porque estaban con un escritor, pero sobre todo estaban con un amigo. Más allá de que uno pueda narrar alguna anécdota personal, está clarísimo que, siendo el escritor más conocido de Norteamérica, no puedes contar en una revista con pelos y señales la intimidad o la infidelidad de tu mejor amigo o de tu mejor amiga.
En fin, con La dificultad del fantasma usted dinamita los cimientos de una historia —a veces falsa— de Capote en la Costa Brava y, al mismo tiempo, apuntala o construye otros hechos que sí sucedieron.
Muchos pasajes están armados en torno a completas ficciones y en cada aniversario de A Sangre fría se repite esa memoria ficticia, como un copy-paste. En cierta forma, los periodistas tenemos la posibilidad de decir que eso no fue así, sino de otra manera, más allá de que la versión anterior sea la que gane y la que se siga replicando a lo largo de años y años y años.












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