Este artículo se publicó hace 13 años.
'Nader y Simin' conquista la Berlinale
La aclamada película iraní consigue el Oso de Oro y los premios de interpretación
El temido giro final no se produjo y el jurado se acabó rindiendo a la evidencia. "Hemos tenido problemas para elegir a la mejor", había mentido unos minutos antes su presidenta, Isabella Rossellini. No cabía duda de que Nader y Simin, una separación ocuparía un lugar privilegiado en el palmarés de la Berlinale, pero casi nadie esperaba tal avalancha de premios. La película iraní, que figuraba como clara favorita, se alzó ayer con el Oso de Oro a la mejor película y consiguió los premios de interpretación masculina y femenina para la totalidad de su excelente reparto. Una forma rotunda de recompensar la gran distinción de esta película, ejemplo de rigor y emotividad entre una docena de rivales claramente inferiores.
Nader y Simin parte de la separación de un matrimonio que todavía se quiere, pero que entra en crisis a causa de sus distintas proyecciones para el futuro: ella quiere marcharse de Irán, mientras que él se resiste a abandonar su país. Una crisis empeorada por el conflicto judicial entre el marido y la trabajadora embarazada y ultrarreligiosa que cuidaba de su padre enfermo de alzhéimer y por las dudas de su hija adolescente sobre la rectitud moral de un hombre inmerso en mil conflictos.
Lo que podría haber sido un simple Kramer contra Kramer de la era Ahmadineyad se convierte aquí en un vasto retrato social de un país partido en dos, dividido entre modernidad y tradición y con distintas aproximaciones a la religión y a la fe. Poliédrica bajo su aparente sencillez y clasicismo, Nader y Simin está poblada por adultos menos íntegros de lo que pretenden, ancianos convertidos en objetos inservibles y chicas obligadas a madurar antes de tiempo. Historias narradas con guión de hierro y diálogos a fuego cruzado, que parecen esconder una sutil crítica al régimen iraní.
Las escasas excepciones al mediocre nivel general de esta Berlinale lograron premios destacados. El húngaro Béla Tarr se llevó el gran premio del jurado con The Turin Horse, larga cinta en blanco y negro inspirada en una historia vivida por Nietzsche al final de su vida. De un impresionante poderío visual, que remite a sus admirados Bergman y Tarkovsky, funciona como elegía precoz ante "el insoportable peso de la vida", según palabras de su director, que había sido aclamado por la crítica, aunque resulte menos apto para todos los públicos por su falta de temor al tedio más absoluto.
Injusticia críticaMientras tanto, el premio al mejor director fue para el alemán Ulrich Köhler, vinculado al corriente renovador de la llamada Escuela de Berlín. Había sido abucheado durante su presentación ante una prensa altamente hostil. Sleeping sickness, imperfecta pero interesante, aborda la historia de un médico europeo que se niega a abandonar el continente africano y elabora una estimulante reflexión sobre las relaciones entre ambos continentes, así como sobre uno de los temas estrella de este festival: la masculinidad herida. El jurado reparó ayer la injusticia cometida por la prensa especializada. "Hemos visto las películas con otros ojos que los de la crítica", había advertido desde el principio una Rossellini que, visto este palmarés, demostró tener un excelente gusto cinéfilo. Cuestión de genes, tal vez.
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