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No es mugre lo que reluce

Pavement llenó hasta los topes el recinto, pero Fuck Buttons ofreció el mejor concierto

 

JESÚS ROCAMORA

Dos maneras de comerse un filete: atacando el centro, donde está la chicha y la sangre, o devorarlo desde los márgenes, buscando el nervio y sin evitar la grasa, que es donde muchos encuentran la gracia. El suculento Primavera Sound se presta a meter cuchillo de ambas formas, en función del hambre del oyente, que en ningún caso se va del recinto con el estómago en su sitio. El jueves arrancó la primera jornada con la mirada puesta en marcas anteriores: más actuaciones que nunca y la previsión de que se tocará techo en asistencia, unas 100.000 personas a lo largo de tres días. Proteínas por un tubo, que para eso el festival cumple diez ediciones. Felicidades.

La chicha: los noventa son nuestros. No es que la década de Kurt Cobain esté de nuevo aquí, es que en el caso del Primavera Sound, nunca se fue. El jueves The Fall fue el encargado de recordarnos que el mundo ya existía antes. Dicen que su líder, Mark E. Smith, ha perdido kilos pero en escena no le falta ni un gramo de mala hostia. Su banda suena actualmente antipática, por aquello de buscarle coartada con la crisis económica, y sus estallidos encuentran equilibrio en los recitados verborreicos marca de la casa, como un mantra cabreado y hoy algo cascarrabias.

La banda de Stephen Malkmus ofreció una sesión de nostalgia ruidosa 

Tras The Fall, con las actuaciones de Superchunk y Pavement, el escenario principal quedó consagrado como templo a la nostalgia. Vale, suenan profesionales (adiós al LoFi) pero con todo el calor que exigen este tipo de reuniones, en muchas ocasiones fofas y en baja forma. No es el caso de Stephen Malkmus, que lleva más de una década al margen de Pavement, y que se creció bajo unas lucecitas que recordaban a Terror Twilight (1999). El llenazo lo consagró como el concierto del día a nivel popular: el publico llegaba hasta la pradera frente al escenario, donde los que no coreaban sus 'uh-uh-uhs' aprovechaban para echarse un sueñecito. Era la hora de dormir.

Pero no es mugre todo lo que reluce: el escenario ATP ofrecía un viaje por los noventa más experimentales. Es el caso de Circulatory System, proyecto de Will Cullen Hart, uno de los responsables de hacer cool el acid folk desde el colectivo Elephan Six. Su concierto, eso sí, sonó más folk que acid. Y de Tortoise, para recordar que entonces el post-rock llenó páginas sesudas sobre el futuro de las guitarras. Supergrupo de virtuosos, su concierto tuvo algo de fiesta privada, donde son los músicos los que se lo pasan chachi sin importar que el público se quede a medias. Y fue muy noventas incluir Bis, el neo-grunge de Comanechi y hasta Chrome Hoof, capaces de sonar a Chemical Brothers con guitarras de Slash. Aunque para eurodisco, Delorean, que ha saltado de los ochenta a los noventa para reivindicar el eurobeat, que sonó, ahora sí, a las mil maravillas, y con buena mano para adaptarse al formato directo: coros al cielo y líneas de piano que, recordemos, en su día no eran del gusto de ningún indie kid.

Los márgenes: la radiofórmula desintonizada. Había ganas de ver a The XX y The Big Pink, habituales en las listas de lo mejor del pasado año. El primero ofreció el otro llenazo de la jornada con un concierto que creció como una bola de nieve: tan frágil, parece más adecuado para una sala, aunque el repaso de su único disco terminó siendo inmenso con Infinity como supernova. Su inusual apuesta por la limpieza y el minimalismo y su apoyo en voces tímidas chocó con The Big Pink, que entró en escena como elefante con la trompa fuera. Saturado y con mucho de pose, puso broche a un concierto oscuro y ruidoso con su gélida y dormilona versión del Sweet Dreams de Beyoncé.

El festival apostó una vez más por las bandas indies de los noventa

Pero si hay que elegir un concierto sería el de Fuck Buttons. El salto que ha dado el dúo (que ya nos dejó mareados en el Primavera 2008) es espectacular: del amateurismo y onanismo por los cacharros han pasado a ser jefazos de la pista, gracias a Andrew Weatherall, otro nombre imprescindible para entender los noventa. Cómo explicarlo: hacen bailar a base de ruido, como una radio desintonizada marcada por arañazos y chirridos. Tenían hasta su propia bola de espejos. En cierta manera, su directo fue como aquel mítico de Animal Collective hace dos años en cuanto a valentía y entrega de público. Tras ellos, y con los oídos llenos, lo de Moderat, a las 4 de la mañana, no consiguió levantar ni a los que seguían con ganas de fiesta.

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