Este artículo se publicó hace 3 años.
¿Okuda o Blu?: cuando el arte urbano se convierte en agente gentrificador
El borrado de una obra mordaz con el sistema a cargo del artista boloñés Blu, y la reciente sustitución por un mural acrítico de Okuda, abre el debate sobre esta disciplina y su capacidad para revalorizar espacios deprimidos.
Madrid-
La historia de nuestras ciudades se escribe también sobre sus fachadas. Lienzos improvisados que dicen mucho de la urbe que habitamos, de sus anhelos y miserias. Lo que permanece y lo que se borra, lo que se preserva entre oropeles y lo que se olvida son las trazas que nos permiten acotar y entender una ciudad que cambia a cada instante.
La última mutación madrileña corre a cargo de Okuda San Miguel, reconocido pintor, escultor y diseñador español. Y el lienzo elegido tiene cierta miga. Se trata de un viejo conocido; la fachada del edificio situado en la esquina de la Avenida del Manzanares con Eugenio Caxes. Mismo lugar en el que yacía hace apenas unos meses la obra del artista urbano boloñés Blu.
La de Blu pretendía ser una crítica mordaz a la voracidad turbocapitalista, en su mural un círculo conformado por seis señores calvos se robaban la cartera mutuamente hasta el infinito. La de Okuda, en cambio, es una propuesta acrítica, en la que lo estético arrolla cualquier atisbo reivindicativo y en la que, para más inri, asoma una campaña publicitaria en la parte inferior del mural.
Dos caras, una menos amable y otra un tanto acomodaticia, una con hechuras de autor y otra que flirtea con la mercadotecnia. Dos murales a fin de cuentas que son, también, dos formas de aproximarnos a la siempre tensa relación entre la institución y el arte urbano. Una relación cuyas fronteras son más difusas de lo que a priori cabría pensar.
"No existe una perfecta delimitación entre lo que es un arte urbano ilegal, reivindicativo, anticapitalista, etc., y lo que podría ser un 'muralismo institucional'", apunta Luis Menor, experto en arte urbano y políticas públicas. Es ahí, en esa tierra de nadie a la vista de todos, donde los autores mantienen su precario equilibrio.
"Los propios artistas reivindican esa ambivalencia, entre otras cosas por necesidad. Raro es el artista que no tiene su trabajo de día, por así decirlo, en galerías o en festivales auspiciados por gobiernos municipales o patrocinados por marcas, y luego su práctica ilegal o alegal en la vía pública de noche", añade Menor.
La gran paradoja del arte urbano
La obra de Blu encarna un modelo contrario a lo reglado, pero no sólo por lo que dice, sino por el lugar que escoge para decirlo. El hecho de intervenir en espacios abandonados o imprevistos forma parte de un determinado discurso que el arte urbano institucional se encarga de blanquear y, ya de paso, rentabilizar.
"El sistema necesita el arte urbano porque se ha dado cuenta de que es algo chic, algo que además es muy vendible y que le confiere esa pátina de modernez y canallismo", explica Menor. Lo que nos conduce a la consabida paradoja, a saber; que el arte urbano es un potente agente gentrificador, por muy crítico y subversivo que sea su mensaje, siempre termina revalorizando el espacio en el que interviene.
Barcelona, la vanguardia perdida
Un caso paradigmático de esplendor perdido en materia de arte urbano podría ser Barcelona. Si a finales de los 90 la capital catalana podía presumir de ser uno de los principales focos mundiales de arte callejero, las restricciones en materia normativa le han sumido en una suerte de lenta decadencia.
"En el año 2004, coincidiendo con el Fórum Universal de las Culturas, Barcelona restringió y controló todo lo que ocurría en el espacio público de una manera no articulada institucionalmente, se generó una de las normativas municipales más duras de Europa y lo que era una escena fértil empezó a morir lentamente", lamenta Menor.
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