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MADRID.- El libro póstumo de Shangay Lily, activista y referente en la defensa de los derechos de los homosexuales, acaba de ver la luz con el título Adiós, Chueca y será presentado este martes a las 19 horas en el Teatro del Barrio. El acto contará con las intervenciones Willy Toledo (actor), Aníbal Malvar (periodista y colaborador de Público), Eva Abril (activista LGTBIQ), Jesús Espino (editorial Akal) y Paloma Linares, representante y amiga cercana Shangay.
Mucho se ha escrito, en las últimas décadas, del cambio de mentalidad en el seno de la sociedad española con el nacimiento de una nueva identidad gay, pero pocos se han atrevido a abordar con tanta valentía y sin cortapisas el proceso de mercantilización en el panorama LGTB. Se trata de un texto contundente, radical, políticamente incorrecto, con una crítica directa a los responsables de poner en marcha una maquinaria, coherente con la lógica neoliberal, que ha convertido una reivindicación en una marca vendible, ávida de beneficios económicos, y una cultura en un conjunto de estereotipos y abundantes aspectos folclóricos que han generado discriminación y marginación.
En concreto, la pluma siempre afilada y honesta de Shangay da respuesta a algunas de las más trascendentales preguntas a las que tuvo que hacer frente la comunidad gay: ¿Cómo se ha transformando Chueca en un gran centro comercial y ha desaparecido como aquel barrio alternativo que era? ¿Cómo ha conseguido el liberalismo instrumentalizar la comunidad gay? ¿Por qué esta comunidad ha perdido el compromiso y el activismo que no hace tanto la representaban?
En Adiós, Chueca Shangay Lily analiza el fenómeno que él mismo bautizó como gaycapitalismo, un capitalismo más fashion, más moderno y actual en el que un grupo de empresarios han monopolizado toda la pluralidad y diversidad que contenía el movimiento gay.
Adiós, Chueca es el legado de un activista comprometido cuya denuncia y energía constituyen una llamada para que otros continúen una lucha que aún tiene mucho que ganar.
Fragmentos:
«Chueca era un barrio agradable y seguro en los ochenta. Desde luego no tenía la profusión de vida nocturna que luego vendría. Pero eso quizá lo convertía en un “secreto” más mágico; un laberinto de locales casi ocultos en el que perderse. Pero ese circuito ya era historia con el advenimiento del imparable barrio gay, capital de todas las visibilidades, cuartel general de la comunidad más unida, organizada y centralizada jamás conocida. Ya no había que esperar a los domingos para sentirse parte de ese nuevo homosexual que todos llamaban “gay” con un timbre de admiración, curiosidad y respeto. Ahora habíamos conquistado todo un barrio, un barrio al que rápido llegaron “exiliados de todas partes. Cual Israel ofrecido a los hijos de éxodo, nuestro barrio-país-patria rezumó orgullo nacional en pocos meses. Había muchos miles de hijos de pueblos, aldeas, periferias y provincias deseosos de ponerse el uniforme oficial que Ovlas, Dolce & Gabbana, Versace, XXX o Trilogía les vendiese como carné de pertenencia. Y es que necesitábamos tanto pertenecer, formar parte de algo que no fuese el odio de la sociedad, el desprecio, la mortal homofobia que habíamos tenido que llevar desde niños como etiqueta identificadora. Era tan dulce esa pertenencia, esa identidad, ese sentimiento de comunidad, que habríamos levantado un barrio gay hasta en el Pozo del Tío Raimundo.»
«En los noventa comenzó un proceso que a principios del nuevo milenio se blindaría: la conversión de los “gay” en una rentable marca que manejar, con férreo monopolio, por un grupo de empresarios que ignoraron los aspectos más polémicos de nuestra cultura, nuestra idiosincrasia, nuestra realidad, para centrarse en los más aceptables, folclóricos, vendibles. Y ese proceso empezó en mi entorno, alrededor de mí y sobre mí. Quedar sepultados bajo toneladas de intereses, ese fue el precio que pagamos todos los que nos opusimos a lo que yo llamo el modelo gaypitalista, un neologismo que une el sustantivo o adjetivo “gay” con “capitalismo” en una clara alusión al modo casi desesperado con el que la comunidad ha abrazado los valores más vorazmente capitalistas, o más bien una élite de esa comunidad que, interesadamente, los impuso como “lo mejor para todos”; los mismos que invisibilizaron a todo aquel que se opusiese a ese modelo convirtiéndolo en un villano, un malvado, enemigo del supuesto milagro gay que ellos estaban “propiciando” (a cambio de pingües beneficios, por supuesto).»
«El conglomerado de negocios en torno a esa identidad gay manufacturada degeneró en una verdadera industria. Podría parecer que aquel milagro de gaympresarios cubriendo con prodigiosa sinergia cada “necesidad creada” para los burgayses había surgido de forma espontánea, visceral e incontrolada, pero nada estaba más lejos de la realidad. Desde la consagración de Shangay Tea Dance como modelo protogay, toda una oscura elite de gaympresarios, políticos y supuestos activistas había iniciado un endiablado entramado de pactos y alianzas con el fin de blindar el poder. Al modo de un verdadero microestado, se repartieron cada aspecto del fenómeno gay, inventando una suerte de “ministerios” que controlaban milimétricamente cada movimiento que tuviese lugar dentro de sus respectivos ámbitos. Este se quedó con “la noche gay” (PedroSerrano), aquel con los “medios de comunicación gays” (Alfonso Llorpart), el otro con “la política gay” (Pedro Zerolo), el de más allá con “la hostelería gay” (Kike Sarasola)…En la actualidad siguen controlando con férrea disciplina sus correspondientes “ministerios”. El proceso fue extremadamente ágil pero también enrevesadamente complejo, aunque se podría resumir en tres pasos o etapas: a) pactos y alianzas, b) monopolio y pensamiento único, y c) boicot y represión de las disidencias.»
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