Este artículo se publicó hace 4 años.
Psicópatas perfumados
'Perfumes', la nueva película de Grégory Magne, juega a invertir el mensaje con el que la publicidad he envuelto históricamente las marcas de perfumes y revela cómo se pueden enmascarar los malos olores. Otros cineastas han perfumado a psicópatas y asesinos con extraordinarios aromas.
Madrid-
"Todo, hasta nuestro olor corporal, es un asunto de clase". El cineasta coreano Bong Joon-ho apelaba al sentido del olfato para ilustrar las abismales distancias que aún separan a unos seres humanos de otros. "Es difícil describirlo, pero a veces lo hueles en el metro... la gente del metro tiene un olor especial...", decía el señor Park a su chófer, el magnífico actor Song Kang-Ho, en Parásitos. Puro clasismo que se detecta sin necesidad de poseer una nariz finísima y que inunda, abrumadoramente, la publicidad de los perfumes.
Lemas ridículamente cursis, oros, hilos de seda, hombres y mujeres guapísimos con ambición de irresistibles, trajes deslumbrantes, luces sugerentes, cuerpos perfectos... que, por supuesto, excluyen a una inmensa mayoría de la población mundial. El lujo del perfume es solo para unos pocos privilegiados. Mensaje recurrente con el que juega la nueva película de Grégory Magne, Perfumes, que se desvía amablemente hacia una divertida y muy interesante revelación, la de todo lo que enmascaran unos buenos aromas.
Protagonizada por Emmanuelle Devos y Grégory Montel, la película presenta a una perfumista que, tras una crisis olfativa, se dedica a disfrazar malos olores, y la relación de amistad y profesional que entabla con un chófer, un currante que vive en un apartamento minúsculo, en trámites de divorcio y a punto de perder los puntos del carné de conducir y, mucho peor, la custodia de su hija.
"Invisible, inolvidable"
Es una vuelta de tuerca al argumento, repetido hasta la saciedad, del vínculo inalterable de la felicidad y el amor con fragancias maravillosamente románticas. Anne Walberg y Guillaume, los personajes de Perfumes, podrían incluso disfrazar la fetidez que exhala una industria contaminante especialmente pestilente. Al fin y al cabo, el buen olfato no es privilegio de millonarios. "Estoy enamorado. No os lo he dicho antes pero cuando me enamoro me impregno de tal modo del olor de la otra persona, que no puedo oler otra cosa. Y ahora estoy lleno del olor del chico que vino el otro día a casa", confesaba Sadec (Antonio Banderas), el terrorista de Tirán de Laberinto de pasiones (Pedro Almodóvar, 1982).
"El accesorio invisible, inolvidable", llamaba Coco Chanel al perfume, y así era exactamente para el doctor Hannibal Lecter, escalofriante Anthony Hopkins, que recordaba y podía oler, a través de los huecos de su celda, la crema Evian y el perfume L'air du temps que la agente Clarice Starling (Jodie Foster) usaba habitualmente, incluso si ese día ella no se lo había puesto. Olfato extraordinario en poder, en este caso, de un psicópata asesino, pero que podría también definir a un pobre hombre como Paco el Bajo (Los santos inocentes), que asombraba al señorito de la finca y a sus amigos, con su dotado talento para oler la caza.
Antes de salir a matar
Tal vez casualidad, aunque improbable, el cine se ha encariñado mucho más con el uso que criminales perturbados hacen de esencias exclusivas que con el que la publicidad nos intenta seducir. Ello, claro, sin tener en cuenta a Amélie, ¡tan delicada, tan afable y bienintencionada, tan dichosa! que casi podías sentir el tono excesivamente dulzón del exceso de perfume. Es una de las excepciones... ese tapón del frasco de perfume que rueda por el suelo del piso de Montmartre hasta topar con la caja de juguetes y recuerdos que desencadena una imparable ola de felicidad.
Una buena parte de cineastas, sin embargo, se ha inclinado por el mundo oscuro de los perfumes. Y en él, la fragancia de Pour Homme de Yves Saint Laurent es la reina del mal. Cada día, antes de salir a matar, el yuppie depredador y monstruoso Patrick Bateman (Christian Bale, en American Psycho) se salpica unas cuantas gotas de esa esencia. Y, por supuesto, ahí está Jean Baptiste Grenouille (Ben Whishaw, en El perfume. Historia de un asesino), ese individuo sin olor y excepcional olfato que masacra a las mujeres buscando atrapar su olor.
En blanco y negro
Para todo lo contrario, para disimular el olor del alcohol que había bebido, utilizaba la joven Escarlata O’Hara el frasco de perfume que tenía a mano y que se echaba al gaznate antes de que llegara el apuesto Rhett Butler (Lo que el viento se llevó). Un uso un tanto exótico para un producto de lujo, que era también la obsesión de monsieur Gustave (Ralph Fiennes, en El Gran Hotel Budapest), el conserje del Grand Budapest, adicto a L'Air de Panache, que terminó convirtiéndose en realidad cuando el cineasta Wes Anderson y la marca francesa Nose lo crearon.
Cine aromático o aromas de cine que, marcando una hermosísima diferencia, llegaron al territorio de la publicidad de la mano del grandísimo Martin Scorsese. En blanco y negro y con Scarlett Johansson y Matthew McConaughey, el maestro de Queens rodó para Dolce & Gabbana Street of Dreams. Una fragancia romántica, pero nada empalagosa. "No necesitábamos nada en ese momento / Necesitábamos todo en ese momento... / No necesitamos decir más".
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