Entrevista a Emilio Cao"Uno siempre está buscando la canción que no aparece"
Una de las últimas entrevistas al músico que renovó y recuperó el folk gallego y que falleció el pasado domingo en Santiago, publicada en la revista "Luzes".

Yolanda Virseda / Luzes
Santiago--Actualizado a
Durante casi 30 años cantaron Siniestro Total "Yo quiero ser Emilio Cao", en una versión del David Watts de The Kinks que coreaban los seguidores de la banda viguesa sin saber, muchos de ellos y sobre todo los más jóvenes, quién era Emilio Cao. Basta con echar un vistazo a la historia de la música gallega para comprobar la huella de este compostelano, recuperador del arpa celta y uno de los principales exponentes de la música folk, que irrumpió en la escena musical del país a finales de los años 70 y principios de los 80, y que falleció el pasado domingo en Santiago.
Esta entrevista con Cao se publicó originalmente en gallego en el número 109 de la revista Luzes, y puedes acceder a ella en esa lengua haciendo clic en este enlace.
He leído que su primer contacto con la música fue en las calles de Compostela.
Sí, aquí me llegó una semilla muy importante. Tenía solo cuatro años y me paré a escuchar a un músico de la calle que tocaba la guitarra. De pronto me dijo que se había sentado en la acera porque me iba a hacer un regalo. Entonces tocó un acorde con el instrumento y me puso la caja de la guitarra en el oído. Quedé totalmente maravillado por ese timbre, esa resonancia y esa emoción que me transmitía la vibración del instrumento. No olvidé nunca esa sensación.
¿Cómo empezó su relación con la música folk?
Empecé ganándome la vida con otro tipo de música muy alejada del folk. Mi objetivo era poder vivir de la música, no compaginarla con otros oficios o estudios, y eso implicaba tocar en todo tipo de eventos. Entonces tocaba la guitarra y el contrabajo en muchas bandas. Mi aproximación a la música gallega llegó con Benedicto y Bibiano, tocaba el bajo en su grupo y me animaron la que cantara alguna de mis canciones nos sus conciertos. Los tres éramos afines al Partido Comunista. Yo estaba en el Sindicato Galego do Espéctaculo, que estaba muy ligado también a grupos nacionalistas, y debido a ese compromiso antifranquista en los últimos años de vida del dictador me pasaron cosas muy curiosas. Recuerdo una vez que recibí una llamada de un miembro del partido avisándome de que en media hora iba a tener una visita de la Guardia Civil: "Pero les dice a tus padres que simplemente es para meter miedo", me avisó. Y así fue. A La media hora, dos guardias civiles llegaron a la casa de mis padres para decirles que yo cantaba con comunistas y que me habían puesto una multa por asistir a un acto que terminamos cantando el himno gallego. Multa que nunca pagué.
"Fonte do Araño" (1977) fue su primero trabajo discográfico y enseguida se convirtió en una referencia que marcó el camino de la música celta en la península ibérica. Surge muy ligado al Movemento Popular da Canción Galega.
Sí, yo estuve años antes en ese movimiento y allí fue donde conocí a Antón Seoane y a Xosé Ferreirós [componentes de Milladoiro] y a otros tantos con los que grabé el disco. Eran músicos diversos, que entendían lo que yo sentía. Compartíamos interés por la música anglófona, portuguesa, bretona, y una misma visión respeto a la necesidad de renovar la música gallega incorporando nuevos matices y una mayor presencia de elementos de nuestra cultura. Yo en aquella época escuchaba a Pink Floyd y a King Crimson, pero también me encantaban los gaiteiros de Soutelo de Montes. Por eso en ese disco hay guitarra eléctrica, sintetizadores, pero también gaitas y arpa. De hecho, antes de publicar Fonte do Araño tuve mucha relación con un grupo de rock progresivo gallego que se llamaba NHU, con cuyos miembros a veces cantaba y con los que viví casi un año en Cadaqués empapándome de músicas que nada tenían que ver con el folk o la canción de autor.
¿Un disco fusión en la época en la que estaba naciendo una corriente folk muy purista?
No opté por el folk más puro porque yo no era así. Inconscientemente, en ese disco, trabajé con un grupo de músicos que representaba la amalgama que yo era, intenté que estuviera presente ese mundo diverso. Para mí fue una sorpresa el éxito que tuvo Fonte do Araño. A nivel personal fue duro, como si alguien me diera un manotazo. Tenía 24 años y no estaba preparado para asimilar un éxito temprano. Vivía en Santiago, y en un sitio pequeño, la popularidad pesa más. No me gustaba nada que me reconocieran por la calle. A pesar de haberme dedicado durante muchos años a una actividad popular, no me gusta la popularidad. De hecho, ahora que no hago conciertos ni me conocen, estoy encantado.
¿Por qué se pasó de la guitarra y el contrabajo al arpa?
No sé contestar de forma racional a esa pregunta. Mi encuentro con el arpa tiene mucho de casualidad. Veníamos de tocar en Ferrol y paramos en A Coruña. Allí vi una arpa en una tienda de instrumentos y me gustó tanto que la compré. La metí en el furgón con los demás instrumentos, la batería, el órgano Hammond y las guitarras eléctricas, allí arriba, como una intrusa. Yo creo que el mestizaje que siempre aparece en mi música comenzó en ese momento. Los instrumentos se conocieron y comenzaron su propio rollo. Al principio no la tocaba, solo la observaba, la admiraba como objeto. A partir de ahí, poco a poco, empecé a jugar con el instrumento de manera autodidacta. El arpa para mí es como un gran amor con el que vives diferentes etapas y, aunque a veces te mantienes algo más distante, siempre vuelves a él. Es como conocer una persona de la que no tienes ninguna referencia y, de repente, descubres que puedes mantener con ella cierta intimidad. Procuré cuidar esa relación que para mí es muy importante. Poco a poco comencé a descubrirla y a hacer música de manera autodidacta. Para mí era un instrumento totalmente nuevo, en Galicia no era popular y tuve que partir de cero. En Gales conocí a Elsie Thomas, una arpista de la que aprendí mucho, especialmente la manera en que adaptaba al arpa las melodías populares galesas. Para ella, tocar el arpa era todo un ritual, incluso en su propia casa. Si alguien le pedía que lo hiciera nos decía que esperáramos un momento, iba a su cuarto y aparecía vestida con el traje tradicional galés. Solo entonces comenzaba el concierto.
Muchos titulares de los años 80 hablan de Alan Stivell y de Emilio Cao, junto a otros, como arpistas referentes de la llamada música celta y, de hecho, Stivell prologó su primer disco.
Cuando conocí a Alan Stivell, ya se había publicado Fonte do Araño. Fueron Seoane, Romaní y Ferreirós (Milladoiro) quien le pidieron que escribiera algo para presentar el disco y lo hizo sin conocerme personalmente. Tiempo después coincidimos en Santiago y acabamos cantando en la praza da Quintana la única canción que Alan conocía en español: "Cuando calienta el sol / aquí en la playa"... Por mi culpa, al día siguiente perdió el avión y casi llega tarde la un concierto en Pamplona. Cuento esta anécdota porque a veces pienso que algunos pensaban que Alan Stivell, o yo mismo, vivíamos de una forma distinta, en una especie de limbo místico. Algunos creen que tocar el arpa te convierte en una persona excesivamente sensible, rara, pero, la verdad, no es necesario vestir con túnicas blancas ni vivir en un castillo. A lo mejor funciona como estrategia de marketing, pero a mí me da risa esa imagen que parece ir asociada al hecho de tocar este instrumento. Alan Stivell, desde luego, no era así.
¿Como recuerda esos años en los que la llamada música celta se situó en la vanguardia?
Lo más atractivo era ese sentimiento celta, eso que llamaron panceltismo que compartía mucha gente. Aunque se sabe que la cultura castrexa la conformaban varios pueblos, no solo celtas, lo cierto es que en esos años tuvimos la posibilidad de soñar con el celtismo como una especie de mito identitario. Buscábamos señales de identidad diferenciadoras del resto del Estado y se revalorizó aquello que nos hacía diferentes. La herencia celta fue un factor esencial, un legado que va más allá de los datos históricos o los restos arqueológicos, se sitúa más en lo intangible, en el ámbito de los sueños. Además, ese movimiento fue unido a una necesidad de recuperar la lengua gallega en todos los ámbitos.
De hecho, usted siempre ha cantado en gallego…
Siempre defendí el uso del gallego. Pienso que es mejor manejar dos idiomas que solo uno, es mejor pasear por un bosque donde hay castaños, robles y todo tipo de animales que hacerlo por otro en el que solo hay una especie. Esa diversidad hace que el terreno sea más fértil. Un país donde hay más de un idioma y distintas maneras de ver el mundo es también mucho más rico.
"Algunos creen que tocar el arpa te convierte en una persona excesivamente sensible, rara, pero, la verdad, no es necesario vestir con túnicas blancas ni vivir en un castillo. A lo mejor funciona como estrategia de marketing, pero a mí me da risa esa imagen"
¿Cuándo surge su interés por la lírica medieval?
El primer contacto que tuve con la literatura gallega fue gracias a mi profesor de literatura, Avelino Abuín de Tembra, en el colegio Manuel Peleteiro. Era un enamorado de la literatura medieval y un destacado galeguista. Recuerdo que durante semanas nos fue preparando para una clase muy especial, una sorpresa que a mí me quedó grabada para siempre jamás. Llegamos una mañana y don Avelino los pidió que cerráramos los ojos e imagináramos Santiago en la Edad Media. De pronto, se puso a recitar unas cantigas y nos dijo que eso era lo que pasaba en el siglo XIII en esta ciudad a donde llegaban poetas de toda Europa y mostraban sus canciones. Imaginábamos a Airas Nunes, a Bernal de Bonaval, tocando por las calles… Esa clase me generó tantas emociones que aún hoy lo recuerdo con mucho detalle.
Además de varios textos medievales, usted ha puesto música a poetas como Uxío Novoneyra o Manuel Antonio. ¿Por qué esta elección?
Hay canciones que tienen letras mías, otras son versos tradicionales, otras de poetas actuales como Xesús Ron, Suso de Toro, Anxo Rei Ballesteros… Pero los poemas de Uxío Novoneyra llenan el disco de Amiga Alba. Lo conocí a finales de los años 60 gracias a que una amiga me regaló una carpeta con varios de sus poemas. Me gustaron tanto que los leí y releí durante años. Luego, cuando Uxío vino a Compostela, quise conocerlo y desde entonces mantuvimos una relación de amistad muy cálida. De hecho, las letras que musiqué fueron corregidas y adaptadas por él. Fue un trabajo en común muy bonito. Y dejamos un disco sin terminar. Nos propusimos musicar varios de sus poemas recitados y algunos textos medievales, pero no lo acabamos. A Uxío no le gustaba demasiado la tecnología. A veces, cuando quedábamos en el estudio de grabación, me decía: "Con este día nuboso no creas que es muy bueno recitar", y me dejaba colgado.
¿Compartía con él la pasión por la lírica medieval?
Sí, de hecho, Novoneyra es, para mí, el último bardo. Yo creo que su adoración por los trovadores lo convirtió de alguna manera en el continuador de este tipo de poesía, aunque siempre combinada con otra más relacionada con el compromiso social y político.
De usted también se dijo que compone música muy espiritual.
Yo creo que algo hay. Cuando era joven podía estar un día viendo los Rolling Stones y al siguiente, retirado en un monasterio donde nos exigían voto de silencio. Me parecía maravilloso. Era una época en la que uno no era solo una cosa, sino que podía beber de varias corrientes. Yo creo que mantengo esa forma de vivir y de pensar. Puedo ser muy místico, de hecho, a veces digo que soy priscilianista porque me encanta esa figura del hereje tan vinculado a la tierra. Pasé una época de mi vida en conexión con este tipo de espiritualidad muy relacionada con el animismo. En mí era auténtico, lo que ocurre es que también había otras vidas dentro de nosotros. También compartimos mucho de la contracultura, del compromiso social, de la rebeldía política necesaria en los últimos años de la dictadura. No estaban en discusión esas dos visiones del mundo. De hecho, creo que este mismo espíritu se encuentra en la obra del poeta Manuel Antonio, que supo unir las vanguardias europeas, esa insurgencia tan radical, con cierta espiritualidad. Eso es lo que intenté reflejar en Cartas Mariñas. Pasé años haciendo ese disco. Durante mucho tiempo, siempre que viajaba, llevaba un libro de Manuel Antonio para intentar terminar el disco… Esas palabras esdrújulas que tanto le gustaban hacían muy difícil a composición.
Su formación es autodidacta, ¿cómo es el proceso de composición?
En mi caso, el acto de componer es más emocional que intelectual. Tiene que ver con la parte más telúrica que todos tenemos dentro, la más honda y profunda, esa a la que es difícil referirse con palabras y que tiene que ver con los recuerdos de la niñez, en mi caso muy unidos a Rianxo, al mundo marinero. Recuerdo que la primera vez que compuse algo que me pareció aceptable, sentí una sensación parecida a un orgasmo. Esas emociones son las que te mueven, las que te ayudan a levantarte y caminar. Uno está siempre buscando la canción que no aparece. Cuando empecé a componer, siempre había una canción que me gustaba mucho, que me parecía fantástica, y pensaba "esa ya no la podré componer yo". Me parecía que nunca iba a ser capaz de hacer algo similar, como si las canciones fueran frutas que se recolectasen por los compositores y que si uno se me adelantaba, existía el riesgo de que se agotaran las buenas canciones.
"Cuando era joven podía estar un día viendo los Rolling Stones y al siguiente, retirado en un monasterio donde nos exigían voto de silencio. Me parecía maravilloso. Era una época en la que uno no era solo una cosa, sino que podía beber de varias corrientes"
Hay un momento en su carrera en que deja de grabar discos, de actuar. ¿Por qué ese alejamiento?
Me sentía mucho más feliz teniendo otro tipo de actividad musical que me permitiera trabajar en un segundo plano. Compuse música para teatro y di algunos conciertos, pero no como antes. Ahora estoy inmerso en un proyecto con un cuarteto en el que yo no canto ni toco. No me gusta estar encima del escenario, tampoco me apasiona esa parte pública de mi profesión. Cuando hacía giras muy largas y tocaba casi a diario me sentía bien, salía al escenario como quien se cepilla los dientes, como un acto cotidiano, desaparecía esa sensación que a veces uno tiene de tener que pasar un examen. Fuera de esa dinámica, el hecho de hacer un concierto aislado me parecía muy duro y pocas veces los aceptaba. Me atrae mucho más la vida monacal… A veces, mirando por la ventana de mi casa, me siento como si se parara el tiempo. Comienzas a valorar otro tipo de cosas. Durante ese tiempo de silencio viví fuera de Santiago, tuve un hijo…
Sin embargo, su música no dejó de sonar en diferentes versiones. ¿Cómo lleva que distintos grupos no solo de folk adapten sus canciones?
Eladio y los ser queridos grabaron hace pocos años Fonte do Araño y me encantó. Yo nunca perdí la conexión con el pop y el rock. De hecho, grabando Amiga Alba se dio la casualidad de que en la cabina de al lado estaban Siniestro Total, y conectamos tan bien que ellos hicieron los coros de Amiga Alba y yo grabé con la zanfona un tema, La balada de Cachamuíña y María Pita. La música folk tenía algo de irreverente en aquella época y compartía con el punk o el rock esa rebeldía que te hacía salir de los caminos establecidos por la música más comercial. Pienso que es bueno mirar atrás para avanzar, pero no conviene quedarse anclado en el pasado. Defiendo el mestizaje.
¿De esa estrecha relación con Siniestro surgió la canción "Yo quiero ser Emilio Cao"
Supongo que la rima les salió muy fácilmente y a mí me encantó, me parece una versión genial. Además hay cosas que son casi verdad: yo no tenía un Cadillac, pero tenía un Dodge, un coche muy grande que parecía que lo había robado. Del éxito con las mujeres no puedo hablar, por discreción. Y de los muchos discos vendidos en Ceilán… No fui allí exactamente, pero es cierto que de Japón aun me siguen llegando algunos royalties.
Julián Hernández dice, textualmente: "'Fonte do Araño' fue una influencia decisiva (no estoy de coña) en los chicos que unos años más tarde formarían Siniestro Total". ¿Qué tienen en común un grupo punk y un cantautor arpista? ¿También ese rasgo insurgente?
Todo el mundo debería tener una mirada irreverente ante el poder. Para que la sociedad crezca tiene que haber mucha gente que piense y actúe de manera diferente, empujar esos códigos irreverentes es bueno para que la sociedad avance, para que mejore. Cualquier cuestionamiento de lo establecido, eso que llamamos establishment, es bueno. Y esa mirada se puede tener desde distintas posturas estéticas o musicales.
Lleva muchos años viviendo en Santiago. ¿En qué medida influye esta ciudad en su música?
Desde que nació mi hijo vivo aquí, pero estoy deseando salir. Cuando se vive en un territorio que es llegada, destino, creo que es necesario viajar a otros sitios para valorar lo que tienes y también para limpiar el cerebro y el corazón. Pienso que es necesario hacer el camino a la inversa. Es necesario peregrinar en la dirección contraria. Es cierto que el encuentro de distintas nacionalidades puede propiciar cierto mestizaje, esa fusión, esa manera de ver la vida tiene que ver con el camino de Santiago y también con el fútbol. Yo de niño jugaba al fútbol en la Porta Santa de la Catedral, que hacía de portería, aquí convivían lo sagrado y lo profano. Es inevitable que esta ciudad llena de gente de todo tipo desde hace siglos configure un espíritu de mezcla.
¿Le gustaría publicar un nuevo disco?
Tengo mucho material. Ya veremos. Me seduce también dar salida a esos temas con otros grupos. Tengo la sensación de que ahora no me reconozco mucho como Emilio Cao. Mi vida ahora es muy gozosa y siento que no necesito esa sombra para ser feliz. Si viene muy fácil, bien, pero ya no tiro de ninguna cuerda.




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