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Tiritas para el paraíso

Antonio Colinas publica su obra poética completa, en la que se reúnen 45 años de creación de una de las voces esenciales del género en español

 

PEIO H. RIAÑO

A lo largo de 45 años Antonio Colinas ha viajado de la naturaleza a la palabra, de la emoción al pensamiento, sin abandonar nunca la intención, como le gusta decir, de perseguir la armonía con la palabra viva, allá donde mirase. Allá donde estuviese, la vista del poeta leonés trataba de ver, dentro y fuera de él, el equilibrio entre la oscuridad y la luz del ser humano, entre la paz y la guerra.

Durante estas casi cinco décadas, el Paraíso ha tomado muchas formas en su trabajo, del cual ahora Siruela da buena cuenta al publicar su esperada Obra poética completa. Tras casi mil páginas se esconde la lucha mansa de las huellas del poeta que lo mismo caminó por los montes de León, las orillas de Ibiza, las calles de Salamanca, que por las riberas de Antonio Machado, Sandro Botticelli, San Juan de la Cruz, Homero o Glenn Gould.

'Son buenos tiempos para la poesía', afirma categórico Colinas

'¿Y cómo unificar la dualidad terrible / que es la luz y la sombra, / que es lo blanco y lo negro, / que es la vida y la muerte?', se preguntaba en Desiertos de la luz hace apenas tres años. Entre aquellos versos esbozaba una respuesta inquietante: 'Acaso sólo seamos lo blanco de lo negro'.

El poemario al que nos referimos arrancaba con la denuncia del dislate de los valores en los que se mueve esta sociedad nuestra y continuaba con el sonado poema fruto del fatal atentado de Atocha, por el que algunos le criticaron al retirarse del camino de la lírica y acercar la poesía a la actualidad: 'Muchacha muerta que en la fotografía / levantas dulcemente tu rostro hacia el cielo / muchacho muerto que pones tu oído en la tierra / como si sólo escuchases música:/ estáis, en realidad, durmiendo, durmiendo. / No turbéis más su sueño. / No turbéis más sus sueños. / Y si lo hacéis, que sea / sólo para depositar como una ofrenda, / en sus manos cercanas y distantes, imposibles, / la verdad', escribe en 11 de marzo de 2004.

'El poeta no ignora la realidad, pero se ve obligado a trascenderla'

A pesar de este poema y los dedicados a la Guerra del Golfo, la de Irak, la caída del muro de Berlín, los graves problemas medioambientales, los totalitarismos o la tensión bélica en Jerusalén, a pesar de asegurar que 'hoy hay motivos para rebelarse', Colinas cree que 'el autor debe, ante todo, escuchar su propia voz, ser fiel a ella y cruzarla con lo que pasa a su alrededor'. Destaca categórico: 'Son buenos tiempos para la poesía'. Prefiere no utilizar el término 'lírica', que esa expresión ya ha quedado para el cargamento peyorativo. 'Son buenos tiempos para la reflexión, para esa lucidez de la palabra de los poetas', aclara.

La magna obra, que recopila su poesía e incluye poemas rescatados de sus cuadernos ahora por el propio autor, así como el poemario inédito El laberinto invisible, recibe al lector con un texto en el que Antonio Colinas esboza la evolución de su trayectoria poética. En él se encuentran las perlas sobre su postura creativa, que aclaran pautas del poeta al hilo de lo mencionado: '[El poeta] no ignora la realidad-realidad, pero se ve obligado a trascenderla para no hacer una fotografía en blanco y negro, o la noticia de un periódico. Porque la poesía lleva consigo esta obligación primera: ir siempre con la palabra más allá hasta dar con la palabra obligadamente nueva'.

Cree Antonio Colinas que hay que restaurar la palabra herida por la rapidez con la que la actualidad la usa y la destruye, la golpea y la transforma, la debilita y hiere. Siempre escribir 'a contracorriente', dice, como una de las misiones esenciales de la poesía. Para ponerle tiritas a la palabra maltrecha. Sin prisas, lejos del instante, de la brevedad y los titulares. Aunque a veces parezca que por ello el poeta se aleja de la realidad, 'una palabra contraria a esa rapidez es necesaria', añade el autor. Y destaca que lo que importa, a fin de cuentas, es 'la sinceridad de uno con su voz'.

La infancia y el verano son claves para este escritor neorromántico

El autor de Sepulcro en Tarquinia (Premio Nacional de la Crítica en 1975) no duda de la eficacia social del poema, 'porque el verso, cuando es verdadero, siempre lastima o siempre construye'. No sólo es capaz de ofender al poder irracional, no sólo enriquece la sensibilidad del que lee, sino que también le sitúa en el enfrentamiento de la 'dualidad terrible', que es 'la luz y la sombra', 'lo blanco y lo negro', 'la vida y la muerte'. Una lucha a la que el poeta todavía no ha visto final, por supuesto. Por ello sus alejandrinos guardan el testimonio de una esperanza largamente aplazada.

Sí, 'la palabra del poeta siempre es una palabra crítica'. Y justo en un mundo excedido por ellas, el poeta puede curarlas. 'Es un sanador que devuelve la salud a las palabras. Cada uno tiene su voz: hay poesía que grita y otra que serena. Quiero pensar que la poesía, sea como sea, tiene la capacidad de sanar', cuenta a este periódico. De hecho, en Obra poética completa no hay un Antonio Colinas sentimental o culturalista o metafísico o entrometido. 'Cada lector puede buscar su remedio en estos 16 libros en busca de esa sanación', explica.

El poeta que sana es un escritor de temas perennes: el amor, el tiempo, la naturaleza, la muerte. Y sus raíces. Sus valles, sus montes, las nieves, las tardes, la luz y el diálogo con el mundo. Un poeta en conversación con otras culturas, como la oriental. Parece que lo lleva grabado en alguna parte de su ser: 'La poesía es la palabra viva', no cansa de recordar.

Sólo cuando todo falle, cuando el hombre vuelva a alumbrar su estupidez, llegará la poesía, esperanza al fin, único lenguaje compartido: 'Siempre recuerdo cuando los mandatarios recurren a un verso en sus discursos en esos momentos en los que la razón ha desaparecido. Es la última oportunidad. Se recurre a un lenguaje en el que todos estamos de acuerdo, la poesía es un lenguaje concorde'.

El Paraíso vive en la poesía, puede ser la plenitud del ser, como recuerda él mismo. 'No es fácil encontrar un cierto equilibrio en los pensamientos, en los sentimientos', enuncia para recrear un lugar ideal en el que estar. Aunque, no se olvida, siempre quedarán los espacios naturales, amenazados. 'Mira la nieve humilde de la cima tutelar, / donde se cierra el círculo / que se abriera en tu infancia, / donde se abre la noche del ser / en la luz que es más luz, / donde ya no hay preguntas / ni respuestas', escribe en Signos en la piedra, el último poema de lo nuevo.

Quizá por ser un poeta en busca del Paraíso y los suyos lectores sin noticias de tal lugar tenga su poesía nostalgia de la infancia, 'el territorio de la plenitud, donde se dan las primeras contemplaciones, esenciales para el autor', dice. Desestima la opción de esa melancolía entendida como escapismo o ensoñación, porque esa naturaleza y esos recuerdos 'todavía están ahí'. 'Es un retorno a la naturaleza sin evitar la naturaleza'.

La infancia y el verano son dos símbolos básicos a los que la poesía de Antonio Colinas vuelve constantemente. Un poeta neorromántico como él está cosido a los símbolos, lo reconoce. Los ríos, la ribera, el bosque, las ruinas se mantienen hasta el final. 'Zambrano decía que los símbolos son el lenguaje de los misterios. Es decir, cuando el ser humano está en una situación de crisis, en un camino sin salida, nos aferramos a esos símbolos permanentes de la naturaleza', aprovecha para lanzar un llamado a preservar nuestro entorno. Porque la naturaleza, como la poesía, 'es un poco de tibieza o calor contra la dureza de la vida o de la muerte'.

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