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Música, cine y videojuegos El taxista que compuso la música de dos premios Goya

Víctor García estudió biología molecular, pero aparcó la licenciatura para montar grupos como Verano en Lisboa o Mano de Obra. Suyas son las bandas sonoras de los aclamados filmes de animación de Alberto Vázquez y Khris Cembe. Ahora se evade con Death Whistle y programa videojuegos como 'Microbian', que compagina con el oficio familiar: taxista de pueblo.

Víctor García, compositor de música para cine y videojuegos. / Foto: Leticia T. Blanco (Academia Galega do Audiovisual)

Ningún cliente sospecha que en el maletero del taxi en el que se desplaza también viajan dos cabezones. Son los premios Goya a la mejor película de animación por Psiconautas, los niños olvidados y al mejor cortometraje de animación por Decorado. Víctor García (Viveiro, 1979) es el autor de la banda sonora de las cintas del ilustrador Alberto Vázquez, cuyo corto Sangre de unicornio también fue nominado a la segunda categoría, aunque finalmente se fue de vacío en la gala de 2013.

No son los únicos proyectos en los que ambos han colaborado. Víctor era el teclista de la banda Mano de Obra, mientras que Alberto se encargaba de la percusión. El videojuego Microbian también lleva su sello: el lucense, además de la música, fue el responsable de la programación; el coruñés, ilustrador profesional, dio forma al paisaje y a los personajes de este runner, protagonizado por una araña que lucha por sobrevivir en una frenética carrera hacia el siguiente nivel.

¿Compositor, productor, programador y, además, conductor? Aunque lo del taxi pueda llamar la atención, quizás sea lo de menos. García es un artista que ha buscado un oficio para apuntalar el mes, al tiempo que las cuatro ruedas son la válvula de escape de sus pasiones, que van mutando según pasan los años. Cambian los soportes y los formatos, pero la única invariable sigue siendo la música, desde que debutó a los teclados de la banda compostelana Verano en Lisboa.

En una tarde con nubes​.​.​. fue elegida por los oyentes del programa de Radio 3 Viaje a los Sueños Polares como la mejor maqueta de 2001. Le siguieron A las nueve de la noche y Cuando no mire nadie, donde su pop cálido se vio obligado a pasar por el tamiz de la electrónica cuando se les hizo cuesta arriba reproducir lo grabado en directo. Demasiado complicado quedar, ensayar y tocar todos juntos, por lo que García tuvo que tirar de programaciones. El título de su último trabajo, las rarezas de apartamento para tres, los definía a la perfección: un grupo de compañeros de piso en la universitaria Santiago.


Allí se formó como biólogo molecular, aunque nunca ejerció como tal. Cuando terminó la carrera, no se tomó en serio las oposiciones a profesor de secundaria y luego, con la crisis, menguaron las plazas. “La carrera me encantó, pero fui convirtiéndome en otra persona, con nuevos intereses. Sin embargo, gran parte de lo que hago tiene relación con mi visión del entorno, de la naturaleza y de los procesos biológicos. Los estudios me marcaron y, de hecho, cuando compongo trato de buscar esa pureza. La música es como el agua: está en continuo movimiento. Como decía Bruce Lee, Be water, my friend”.

Entonces, ya andaba por A Coruña, donde volvió a juntarse con Alberto, cuya familia materna es de Viveiro. Una amistad gestada durante los veranos adolescentes en A Mariña que se trasladaría a la creación artística a cuatro manos. El lugués compaginaba un trabajo alimenticio como teleoperador con su bullicioso cerebro: junto al ilustrador y autor de cómics —quien había aprendido a tocar la batería cuando una lesión le impidió seguir jugando al fútbol— montó el grupo de rock nuevaolero Mano de Obra, donde brillaba la oscuridad de las letras de Coco Lens. Distopía punk, tecnopop ochentero. Ahí estaban Joy Division y Aviador Dro, pero también Parálisis Permanente o Décima Víctima: gélidos, siniestros, industriales y electrizados.

“Víctor es una persona con un cerebro matemático-científico, pero extrañamente también posee un componente muy artístico, por lo que combina las dos vertientes”, lo describe Alberto Vázquez. “Yo, con los números, soy un cero a la izquierda. En cambio, su punto racional lo lleva, de repente, a aprender programación por su cuenta después de haber desarrollado su creatividad a través de la música. Un autor muy completo, pues bebe de ambos mundos”.

La tierra, como la gravedad, tiró de él. Su padre era taxista en Viveiro —un pueblo de servicios con tradición pesquera y turismo familiar—, pero le llegó la hora de jubilarse. García se planteó regresar a su hogar y asir el volante del coche que ya habían conducido su madre y su abuelo. “Vivir sólo de la música es muy difícil. Quien tiene inquietudes artísticas trabaja en mil cosas diferentes y yo siempre tuve claro que prefería ser taxista a hacer trabajos por encargo. No me gustaría ser un esclavo de algo que me apasiona, por lo que así me siento más satisfecho”, confiesa.


Al igual que habían hecho sus padres, tanto su mujer —profesora de yoga— como él ejercen ahora de choferes. Ella se encarga de las carreras locales y él, de los viajes largos, cuyos clientes son marineros a quienes lleva a los aeropuertos de Galicia y Asturias o a los puertos de Euskadi y Portugal. “Me gusta conducir y, cuando voy solo, escucho música. La vida en el coche discurre a otro ritmo, porque programar y componer son tareas muy exigentes. Por ello, el taxi me permite desconectar de mis otras facetas”, añade.

Antes de volver a casa, ya había disuelto Mano de Obra —al igual que antes Verano en Lisboa— porque los tres componentes no encontraban tiempo para ensayar. No obstante, el artista taxista se embarcó en un proyecto en solitario, Death Whistle, que tomaba el testigo de Mecánica Celeste. Música ambiental, tenebrosa, ruidista, morriñenta y, por momentos, bailable. Sobre el escenario —WOS, Modulartec, Fanzine Fest— no le acompaña voz alguna, pero sí los ecos visuales de Hans Richter o Marcel Duchamp. “Paisajismo electrónico”, define Vázquez su estilo, vertido también en sus bandas sonoras.

Todo esto, de forma autodidacta. “En mi estudio tengo instrumentos electrónicos y cajas de ritmos, que aprendí a usar por mí mismo. La programación fue ligada a la música. Percibí que pasaba mucho tiempo delante del ordenador y me dio por programar para crear aplicaciones musicales. Sin embargo, con Alberto surgió la idea de Microbian y me volqué en el desarrollo de videojuegos, pues me parecía más enriquecedor. Aunque el trabajo resulta arduo, cuando lo ves hecho realidad, la sensación es gratificante”, asegura García.

Si el taxi es evasión y huida, ¿qué es la programación frente al sonido o la ciencia frente al arte? “La música son matemáticas. Ambas disciplinas están relacionadas, porque la composición tiene mucho de analítica. El trabajo de programador es diferente: debes cambiar el chip y usar más la lógica que la intuición. Aun así, sigue habiendo una parte artística, porque a la hora de desarrollar un videojuego tienes en cuenta aspectos como la fotografía, los movimientos de cámara o los niveles de pantalla”, especifica el de Viveiro, cuyo gentilicio se diversifica, como él mismo, en viveirense, vivariense o viveirés.

La trina personalidad de Víctor García, que le ha llevado a emprender tareas para terceros. La banda sonora de Soy una tumba también es suya. El cortometraje ya se ha alzado con varios galardones, incluido el Mestre Mateo, aunque la mera selección para el Festival du Court Métrage de Clermont-Ferrand le supo a gloria. “Es un tío muy serio cuando trabaja, además de ecléctico, versátil y creativo, pues sabe adaptarse muy bien a diversas texturas y ambientes”, cree Khris Cembe.


El autor del premiado corto no pudo recoger la estatuilla en la gala de la Academia Galega do Audiovisual porque estaba mudándose a Bristol. Como García, es un autodidacta que, tras estudiar un grado superior de informática, empezó a dibujar y a animar por su cuenta, con la ayuda de manuales. Nacido en Madrid y adoptado por Cangas do Morrazo —donde hunde las raíces su árbol genealógico—, se fue a vivir a Barcelona para dar vida al Cálico Electrónico, el antihéroe campechano y bigotudo que protagonizó la exitosa webserie de animación flash a comienzos de siglo. “Aprendí lo suficiente como para engañar a la primera empresa que me contrató y allí estuve hasta que me fui al Reino Unido”, ironiza Cembe.

Con los trastos a cuestas, el animador de Psiconautas y Birdboy —el primer Goya al mejor corto que recibió Vázquez— delegó en Víctor para recoger el Mestre Mateo. “Al final, el premio es de todos”, reconoce Khris, quien debutó en la dirección con Viaje a pies. “También es un autor, porque se lee el guion y te hace propuestas, facilitándote la faena. No espera a que tú le digas qué música quieres, sino que contribuye con su chorro de creatividad. Yo cuento mi historia a través de la imagen y él la acompaña con la banda sonora”, explica el responsable de Soy una tumba desde Santa Cruz de Tenerife, donde esta tarde cruzará los dedos en la gala de los Premios Quirino de la Animación Iberoamericana.

Vázquez lo secunda: “Es racional, pero creativo, porque hace música y aporta a todos los niveles”. Y García recoge la pelota que le lanzan sus dos amigos: “Yo sé lo que les gusta y ellos saben lo que voy a hacer. La forma se ajusta a la imagen, pero el contenido es libre”. Un adjetivo incrustado en su discurso: hace lo que quiere, descarta lo que no le interesa, elige lo que le cautiva, exige libertad y se despreocupa por el resultado. “Aunque parecen diferentes proyectos, están entrelazados y disfruto con todos. Las músicas para cine y videojuegos tienen algo en común: son ambientales, pues se apoyan en una imagen y acompañan una narrativa. En cambio, sobre un escenario, resulta más contundente —incluso desde una perspectiva emocional— y se convierte en el centro de atención”.

En realidad, aunque los cortos los ha compuesto en solitario, Víctor firmó la banda sonora del largo Psiconautas junto a Aránzazu Calleja, del mismo modo que Alberto lo dirigió junto a Pedro Rivero. Un trabajo ingente, pues no sólo multiplicaba la duración, sino también la dificultad para sacarlo adelante. Por no hablar del género, la temática y el público objetivo: animación fantástica para adultos. “Además de salirse de los cánones establecidos, es una obra de nicho”, subraya Vázquez, quien resalta las trescientas mil descargas gratuitas en un mes del videojuego Microbian, una revisión contemporánea del clásico arcade de plataformas. “No es un proyecto de encargo, sino artístico, pero ojalá que esa cifra fuera de ventas”.

Víctor García toca en directo como Death Whistle. / WOS FESTIVAL

Víctor García toca en directo como Death Whistle. / WOS FESTIVAL

El deseo está justificado, dada la situación crítica de los creadores en España. “Que Víctor trabaje como taxista es un clarísimo reflejo de la dificultad que supone vivir del arte. Además de que resulta complicado tener unos ingresos fijos, los artistas no contamos con una protección, como ocurre en países como Francia. Aquí no se defiende la cultura, por lo que la gente se ve obligada a compaginarla con otra profesión para llegar a fin de mes”, denuncia Alberto, quien reconoce que —aunque ha conseguido hacerse un hueco en el mercado— debe diversificar su trabajo: ilustraciones para prensa, carteles para instituciones, libros y dibujos para editoriales… “Eso te permite ser un profesional, porque vivir de tus locuras es imposible”.

Mientras, desde Viveiro, García asiste a la irrupción de Uber y Cabify en las grandes ciudades. Ni en su pueblo, ni en la provincia de Lugo se han visto todavía afectados, pero él aprovecha para mandar un mensaje de solidaridad y apoyo a la causa de sus colegas. “Cuando te subes a un VTC, estás eligiendo el modelo de sociedad que quieres tener. Y yo no comparto un sistema donde la persona importa poco”, critica, no sin antes dejar claro que su trabajo alimenticio es mucho más que eso. “Los servicios públicos son muy importantes. Como taxista, ayudas a dependientes y a ancianos. A veces, los he acompañado al ambulatorio o al hospital para luego explicarles qué les habían dicho los médicos. En el fondo, un taxista de pueblo hace una labor social”. Nada más que añadir sobre una provincia que sufre como pocas la despoblación y el envejecimiento.

“Confié en él porque compartíamos gustos musicales y culturales, del cine al cómic, por lo que volveré a hacerlo en mi próxima cinta”, anuncia el responsable de Soy una tumba desde la capital tinerfeña, donde hoy estará presente en la gala de los Premios Quirino de la Animación Iberoamericana. En el caso de que haya suerte con esta historia protagonizada por el hijo de un contrabandista de tabaco, ¿cabrán en el maletero del coche de Víctor tantos reconocimientos? Los cabezones de los Goya ya pueden ir haciendo sitio, que vienen curvas y el taxímetro echa humo.

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