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Sin gol y con Falcao mirando

El Atlético, incapaz de marcar ante un Osasuna reservón

JOSÉ MIGUÉLEZ

El Atlético lee el calendario como le da la gana. La Liga empezó ayer (y si no es por la huelga le habría sorprendido una semana antes), pero él sigue vestido a medias, lleva su ritmo, no vayan a estresarle. Qué más da que muchos de sus rivales ya le aventajen en dos puntos. Aún le quedan dos fichajes por anunciar, una leyenda venida a menos por despedir del todo y, sobre todo, un goleador por estrenar, la mayor inversión (según la versión oficial) de su historia. Falcao contempló la falta de gol desde el palco porque su documentación, misterios de la burocracia rojiblanca, aún no está completa. Y todavía no ha rodado una cabeza ni una mínima explicación.

Osasuna lo agradeció. Porque el Atlético echó de menos un buen remate. Tampoco gozó de demasiadas oportunidades, pero de las que dispuso llegaron averiadas de definición. Salvio no supo batir a Riesgo tras un taconazo mágico de Adrián al filo del descanso y el asturiano (ya se sabe que su talón de aquiles asoma cuando se ve frente al portero) no averiguó cómo deshacerse de Andrés Fernández (el atinado meta que entró cuando se lesionó el titular) tras un servicio acaramelado de Reyes. También dio tres palos. Poco para hacérselo pasar mal a Osasuna, que no pisó el Calderón con demasiadas pretensiones.

El Atlético estuvo sin su estrella, pero también sin mucho entrenador. Manzano arañó al equipo en cada intervención. De salida, lo dejó sin Reyes, al que rebajó de influencia en el vértice del rombo. Que Reyes funcionaba era hasta ahora, menos para Del Bosque, la verdad más aceptada del Atlético. Quique Flores le había recuperado para el fútbol y le había encontrado un lugar por donde prosperar (la banda como punto de partida para hacer daño también por el centro). Nada más llegar, Manzano apostó por la continuidad posicional (más veces por la izquierda que por la derecha) y el chico prolongó su fútbol diferente y decisivo durante la mayor parte del verano. Pero de repente tuvo la idea de centrarlo a la media punta y, desde ahí, el sevillano decrece.

Su pérdida, la compensó el Atlético en el primer tiempo con un juego ortodoxo y mandón. Suárez agilizaba la circulación y salía con pericia de los aprietos y Gabi elevaba la nota a casi todas las jugadas. Aunque Adrián inventaba de vez en cuando, Silvio llegaba y Salvio le ponía voluntad, faltaba profundidad. Y es verdad que el Atlético empezaba a caerse cuando el técnico tiró de banquillo, pero su primer movimiento no sólo no arregló nada, sino que atascó lo que funcionaba. El cambio agitó a la grada, con ganas de Arda Turan, pero acabó con el Atlético. El turco no se unió a los puntas sino que se pegó a los centrocampistas y los ahogó: el equipo perdió la mordacidad, aunque atolondrada, de Salvio, y también la lucidez de Gabi y Suárez. Reyes, como delantero, tampoco mejoró.

La segunda idea (Juanfran por un flojo Tiago) sí devolvió una porción de la influencia de Reyes, ya por un costado. Pero Turan siguió sin aportar nada y Juanfran no sólo acaparó la pelota, sino que casi siempre escogió mal. Manzano no se equivocó más (con mayoría de defensas en el banco, renunció al tercer cambio). La vía de las prisas y la ansiedad tampoco rescató al Atlético, que, al contrario, sufrió por los descosidos que provocó Lamah y hasta temió de más en un tiro a placer que Nino arrojó a la basura en el último minuto.

No habría sido justa la derrota, pero tampoco debe quejarse mucho el Atlético de no ganar. La culpa fue suya. Por vestirse a medias.

 

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