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El imperio se cayó por los tobillos

España hizo un partido fabuloso que justifica la ambición del país, un anhelo que se esperaba desde hacía siglos, que llegó a darse por imposible

LADISLAO JAVIER MOÑINO

Terminada la exhibición, los 23 jugadores españoles se abrazaron, formaron una melé y empezaron a dar saltos. De repente, un objeto emergió del centro hacia arriba. Del epicentro de aquellos 46 brazos fundidos emergió un balón. La herramienta con la que España se metió en la final de la Eurocopa. Ni más, ni menos. La técnica acabó con la nueva rica del viejo continente. Bajo una lluvia torrencial, los hinchas rusos, desafiantes con sus torsos al descubierto, desplegaron la bandera imperial; Rusia nunca perdió el orgullo, pero si la bolsa.

A Arshavin le focalizó una cámara subjetiva para un primer plano de su rostro cuando saltaba a calentar. Relajaba el cuello con los mismos movimientos de los grandes boxeadores en una pelea de altura en Las Vegas. También lucía una cresta despeinada; es el estrellato mediático, que ya ha llamado a su puerta. Rusia va bien, decía la superioridad numérica de su hinchada sobre la española. Hasta se trajeron un grupo de majorettes; las mejores piernas de Europa por si había dudas. La raza eslava, alta, altiva, fría, poderosa e intimidante. No con el balón de por medio. La lesión de Villa que escupió seco de rabia, propició la vuelta de los cuatro bajitos (Xavi, Iniesta, Silva y Cesc). Latinos a tutiplén, ya alimentado con vitaminas, proteínas y bios, pero con su genética todavía sin estirarse. La estirpe no se estira en todos.

La gigante Rusia empezó a doblar la rodilla, quizá porque los cuatro tapones hacían que el balón se jugara a la altura de sus tobillos. Por allí cerca les pasaba la pelota: tiki-taka, tiki-taka. Xavi, Iniesta, Iniesta, Xavi; gol. Una obra que terminó por descuadrar a los rusos y con todos los jugadores españoles en el banderín del córner; el toque en una esquina de Europa celebrándose a sí mismo. Hasta la trayectoria del remate fue ratonera.

Los rusos seguían mirándose los tobillos y no cazaban ningún pase. Menos de Cesc, que tuvo puso estampa de torero para regalarle el segundo gol a Güiza. Cesc se plantó en la medialuna, el tronco erguido y la cabeza alta. Un toque majestuoso para la el olfato afilado de Güiza que, no es sólo nariz aguileña. Allí se fue, otra vez al córner, en solitario, a ejecutar el arquero. Porque todo el banquillo español se fue allí a celebrar otra cadena de pases de los tres micos: Iniesta, Cesc, Silva.

A todo esto, Luis Aragonés, que había observando el partido por encima de las gafas, como los abuelos que esperan una trastada de los nietos, saltaba como un colegial. Aquella apuesta de los bajitos, realizada en Dinamarca, que marcó el camino de España a la Eurocopa, también le ha metido en la final del campeonato. Veinticuatro años después, España ha hecho historia. Ha habido dos generaciones de españolitos cuartofinalistas, cabreados y pesimistas. Hartos de escuchar frases como al quinto bostezo gol de Alemania, Italia es Italia, Brasil y Argentina son de otro planeta.

Todo para explicar un carácter perdedor que nadie atinó a descubrir su origen Rusia se queda con el sello de ser la nación que ejerce de nueva rica. Apunta de nuevo a un imperio. Pero ojo con los tobillos. Sobre todo si hay un balón y bajitos de por medio.

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