Este artículo se publicó hace 3 años.
Biles, el deporte de élite y la salud mental: cuando la gloria se convierte en condena
El Olimpo tiene sus contrapartidas. Los rigores de la alta competición, el miedo al fracaso o el hecho de sentir que un país se ha encomendado a tu talento puede hacer sucumbir a los más grandes atletas.
Madrid-
"Tenemos que proteger nuestra mente y nuestro cuerpo y no limitarnos a hacer lo que el mundo quiere que hagamos". Las palabras de Simone Biles, considerada por muchos como la mejor gimnasta de todos los tiempos, sobrecogen. Una confesión que se produce, además, pocas horas después de abandonar la final olímpica por equipos tras hacer solo el primer ejercicio, el de salto.
El caso de Biles abre el debate sobre la salud mental en el deporte de élite. Una especie de tabú que la épica que rodea al Olimpo se ha empeñado largo tiempo en tapar, y que progresivamente parece ir desapareciendo. Biles no es la primera, y tristemente tampoco será la última en sucumbir ante esa presión desmedida por el triunfo.
Porque el éxito, pese a sus mieles, no justifica el calvario mental por el que muchos deportistas han tenido que pasar. El escaso tiempo libre, la presión de la alta competición, el miedo al fracaso, el sentir que un país se ha encomendado a tu talento, no debe ser algo fácilmente digerible cuando, además, apenas se supera la veintena.
Hace apenas unos meses, la japonesa Naomi Osaka, número 2 del mundo y vencedora de cuatro títulos del Grand Slam, anunciaba el pasado 31 de mayo que se retiraba de Roland Garros para que "todo el mundo vuelva a concentrarse" en el deporte, tras la polémica por haber sido sancionada con 15.000 dólares de multa por no acudir a una rueda de prensa durante el torneo.
"Creo que lo mejor para el torneo, para otros jugadores y para mi bienestar es que me retire para que todo el mundo pueda centrarse de nuevo en el tenis que se está jugando en París", anunciaba la jugadora en su cuenta de Twitter.
Osaka explicó que sufría episodios de depresión desde el Abierto de Estados Unidos de 2018, añadió que no pretendía ser una "distracción" y admitió que no fue suficientemente clara al señalar que enfrentarse a los medios de comunicación daña su salud mental, por lo que no participó en la rueda de prensa tras superar la primera ronda del torneo.
La obsesión por el rendimiento lleva al cuerpo a merodear una suerte de limbo. Y esa búsqueda constante de los propios límites pasa factura. Lo sabe bien el ciclista neerlandés Tom Dumoulin, vencedor del Giro de Italia de 2017 y segundo en el Tour de Francia de 2018, que comunicó el pasado 23 de enero su intención de poner un paréntesis en su carrera.
Dumoulin, de 30 años, explicó a través de un vídeo difundido en la web de su equipo Jumbo, su intención de tomarse un "tiempo para reflexionar", apuntando al peso de la presión del público y mediática, "más difícil de administrar" de lo que esperaba.
"¿Quién sabe hacia dónde me llevará esto? En todo caso, voy a hablar mucho con la gente, reflexionar, pasear a mi perro y buscar lo que quiero hacer como persona, en la bicicleta, y lo que quiero hacer de mi vida", afirmaba el campeón del mundo de 2017 de contrarreloj.
Un caso paradigmático de esa condena que infringe la competición de alto nivel lo encontramos en la figura de Ian Thorpe. Un hombre que fue capaz de elevar su deporte, la natación, a otra dimensión. Un deportista que lo ganó todo, nueve medallas olímpicas y 11 títulos mundiales y que, tras su paso por el Olimpo, quebró como nunca antes.
Thorpe revelaba en su autobiografía –This is me– que vivió durante mucho tiempo instalado en la depresión, incluso que llegó a considerar seriamente la posibilidad del suicidio. Es más, según confiesa en el libro, su problema con el alcohol venía inducido de forma directa por la necesidad de alejar de su cabeza impulsos tan terribles.
En el libro, Thorpe asume que la depresión es un mal común entre los atleta de élite. Una dictadura, la de las marcas personales, que les convierten en seres frágiles por dentro, a veces en ruinas, cuando por fuera son (o intentan ser) todo lo contrario; hombres y mujeres capaces de llegar donde ningún otro ha llegado. Es entonces cuando la gloria se convierte en una condena demasiado grande.
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