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La sonrisa ambigua de Mou

GERMÁN ARANDA

La sonrisa ambigua de Mourinho no decía nada y lo decía todo. Expresaba sensaciones, pero confusas. Albiol acababa de cometer un penalti que suponía a la vez su expulsión y casi la del Madrid como candidato al título. La sonrisa, seguramente, mostraba la resignación por ver casi imposible el título de Liga (el empate de poco le sirve) en su apasionante duelo con Guardiola. Ayer, ambos técnicos empataron por segunda ocasión (la anterior con Mou en el Inter), por tres victorias del catalán y una del portugués, también con el Inter.

Cuando Albiol abandonó el terreno de juego, el técnico y el central ni se miraron. La sonrisa misteriosa de Mourinho también evocaba sus palabras días antes del clásico, cuando expresó su deseo de poder acabar el partido con once, cosa que ocurrió en diversas ocasiones, como cuando era técnico del Chelsea. Pero Mourinho no gastó ni una sola de sus fuerzas en quejarse por un penalti claro, sin discusión.

Toda la calma que mostraron los técnicos durante la mayor parte del encuentro cambió cuando, en el penalti del Barcelona, el árbitro no mostró la segunda amarilla a Alves. Aspavientos y gritos del portugués contra el cuarto árbitro.

El portugués no protestó el penalti y la expulsión que casi le quitan la Liga

El duelo en el banquillo demostró que unas formas casi idénticas pueden transmitir contenidos opuestos. Mourinho y Guardiola, ambos con traje gris (el azulgrana con corbata, el portugués con camisa negra), jugaron ayer una partida opuesta en contenido, parecidísima en continente. Apenas gritos de ánimo, poca bronca en las quejas al árbitro, pero sendos recitales de gesticulación de manos y brazos dignas de un director de orquesta.

El esperado saludo entre ambos antes de iniciarse el encuentro fue apenas un suspiro, el exigido y frío apretón de manos entre dos tipos que se respetan, se admiran, pero que no parecen tener química alguna. Desde luego, no comparten ni la manera de entender el fútbol ni la de expresarse en público.

Las manos en los bolsillos, el paso lento, la tranquilidad, era la misma en ambos. Pep se mostró algo más nervioso con tics habituales como rascarse la nariz, como frotarse la cabeza, como pasear alrededor del área técnica dando vueltas, cabizbajo y meditabundo. Mourinho iba más decidido, más seguro, a dar instrucciones y a regresar al banco. Le bastaba para mantener la calma que su rácana apuesta futbolística pusiera en apuros la construcción del Barcelona.

El esperado saludo entre ambos técnicos apenas fue un suspiro

En un partido más táctico que visceral, lo que sí les asemejó ayer fue la pose. En los primeros minutos, el grisáceo césped del área técnica de ambos banquillos estaba desierto. Mourinho fue el primero en saltar al ruedo. Pidió más presión a Benzema, que obedeció de inmediato.

Dos minutos después se puso en pie Guardiola. Durante un rato, ambos técnicos parecían una simetría imperfecta, plantados, de gris, con la misma actitud imperturbable y las manos en los bolsillos. Más ambicioso, el barcelonista empezó a corregir a sus hombres. Insistentemente lo hizo Busquets, pidiéndole rigor posicional con los gestos. La insatisfacción de Pep empezó a ser evidente en gestos, como cuando flexionó las piernas al fallar Messi su ocasión más clara de la primera mitad. O cuando empezó a dar reiteradas patadas a los papeles del suelo.

Pep decía con su movimiento circular de la mano que quería continuidad en la posesión. En la ida, ganó la partida emotiva cuando alejó el balón del alcance de Cristiano, que le empujó y encendió a la afición en su contra. Ayer, el empate fue estratégico, en unos banquillos con poca víscera y mucha instrucción. La apuesta valiente empezó ganando a la rácana, que se llevó un empate que sirve de poco al Marid. Menos útil fue el láser verde con el que un aficionado iluminó la calva de Pep.

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