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Esenciales y precarios Los profesionales que nos cuidan: "No piensan en nosotras como seres humanos, creen que somos máquinas de trabajar"

El Gobierno estima que 20.268 personas fallecieron durante la primera ola del coronavirus en los centros residenciales españoles. En estos lugares son esenciales las auxiliares que atienden a los ancianos. Personal de limpieza y trabajadoras internas en domicilios son también otros perfiles de un mercado laboral imprescindible pero precario.

Desinfección de una residencia de mayores EFE
Desinfección de una residencia de mayores EFE.

Uno de los focos más golpeados por el coronavirus han sido y son las residencias de mayores, que acumulan miles de fallecidos y de contagios. En estos lugares han batallado y siguen batallando contra esta enfermedad, además de con la precariedad que lastra a este sector desde hace muchos años.

Las trabajadoras de las residencias están en primera línea, muchas veces desprotegidas y cuidando a un sector muy vulnerable por salarios que rozan el salario mínimo interprofesional.

Estas mujeres —son mayoritarias en el sector—, tuvieron que enfrentarse a la pandemia en las primeras etapas del coronavirus con una escasa protección y siendo las que más contacto tenían con el virus junto al personal de hospital. Esta situación fue una de las claves en el fracaso de la gestión durante la primera ola.

Durante los primeros meses de la pandemia, las páginas de empleo se llenaron de ofertas para trabajar en residencias tanto de auxiliar, como en limpieza, con sueldos que rozaban el SMI. Es decir, se sabía que eran esenciales, pero no los centros no estaba dispuestos a pagarlas como tal.

Muchas de estas mujeres tenían que trabajar en turnos de siete días y dos de descanso debido al desbordamiento existente. Durante esos meses compartieron con los medios de comunicación su ansiedad y tristeza por ver fallecer a los residentes que se sumaban a una fuerte carga de trabajo.

El Gobierno estima que 20.268 personas fallecieron durante la primera ola del coronavirus en los centros residenciales españoles de servicios sociales, centros donde la precariedad laboral, la falta de personal sanitario y la escasez de recursos públicos llevan demasiados años instalados.

Mucho trabajo y pocos medios

María es una profesional que ha vivido en primera persona cómo ha sido el trabajo en una residencia. Estudió auxiliar de enfermería y antes de la pandemia estaba trabajando en un centro de día. Cuando llegó el coronavirus a España decidió trabajar en una residencia.

"Al principio los EPI estaban justos. Teníamos que estar dos días con las mascarillas, pero a medida que fueron avanzando los meses, el material comenzó a llegar. Lo llevamos como pudimos, trabajando mucho y a veces sin material", explica a Público.

Un tuit de María se hizo viral en abril de este año al denunciar el trato y la percepción de algunas personas sobre personal de residencia. En el texto, la trabajadora quiso dejar un mensaje muy claro: "Sigo llevando el mismo traje y realizando el mismo trabajo, pero ahora me llaman heroína, cuando antes solo era una simple limpiaculos".

Ahora, meses después de aquel viral, María explica a Público que nada ha cambiado, que todo sigue igual y que se sigue considerando el trabajo en residencia como "un trabajo que puede hacer cualquiera".

"Creen que nos dedicamos a limpiar culos y hacemos mucho más. La gente que no lo vive no sabe de nuestra labor. La sociedad no valora nuestro trabajo y no valoran que cuidamos de las personas que no pueden cuidar o que no se pueden cuidar a ellas mismas", explica.

La trabajadora también lamenta la precariedad económica que existe en el sector y asegura que con los sueldos que se pagan en muchas residencias es imposible poder independizarse a no ser que se comparta piso.

"Ya no sólo hay que poner el foco en la precariedad económica, todo esto va más allá. Hay lugares en los que muy pocas auxiliares tienen que hacerse cargo de muchos ancianos y es un desgaste físico increíble. Creo que no piensan en nosotras como seres humanos, creen que somos máquinas de trabajar, no nos valoran", cuenta.

María explica a Público que se deben mejorar varias cosas para que los residentes y las trabajadoras puedan vivir mejor.

"Creo que debemos tener más personal y más material. Al final, cuando tienes un personal justo y un tiempo mínimo para hacer las tareas, acabas haciendo las cosas demasiado rápido y los fallos que se pueden cometer no son errores con cosas, son fallos con personas. Al final, si tienes muy pocos minutos para asear a una persona, el aseo no será tan en profundidad como debería, por ejemplo. Si yo tengo menos usuarios a los que limpiar o a los que acostar les podría dedicar mucho más tiempo, se acostarían más cómodos, podría charlar un poco con ellos y estarían más a gusto… nuestra precariedad laboral afecta a las personas que cuidamos. Ellos y ellas también sufren la precariedad del personal de residencia y aquí viene la segunda cuestión. A mí me gustaría tener una vida digna, poder independizarme, poder irme de vacaciones sin tener que ir apurada y eso con la precariedad económica del sector no lo podemos hacer", explica.

"Lo que quise denunciar con aquel tuit es que todos los trabajos son imprescindibles y que igual que un actor te entretiene, una cajera te cobra un alimento que vas a comer y un granjero produce el alimento que se consumirá, yo estoy cuidando de la madre que tú no puedes cuidar y todos somos imprescindibles", finaliza.

El personal de limpieza, esenciales en primera línea

El personal de limpieza –el 93% son mujeres– también es un sector expuesto al contagio, la precariedad y la invisibilidad. Estas trabajadoras asumen que cada jornada laboral conlleva riesgos y, de hecho, en abril más del 35 % del personal de limpieza en varios hospitales de Madrid se encontraba de baja por el coronavirus.

En el caso de los hospitales, las limpiadoras son el inicio de la cadena para frenar esta enfermedad, procurando que todo esté impoluto para recibir a los pacientes y teniendo sobre sus hombros la carga de poder evitar una parte de los contagios.

Una de las mujeres que ha puesto rostro a este sector ha sido Valentina Cepeda, cuando se la vio desinfectando el atril de la tribuna del Congreso. Esta mujer lleva 29 años trabajando en la Cámara Baja, pero el 18 de marzo recibió un aplauso de los diputados que se encontraban en el hemiciclo.

Pleno Congreso de los Diputados coronavirus
La trabajadora del Congreso Valentina Cepeda ha recibido este miércoles el aplauso de los diputados presentes en la sesión plenaria / Congreso.

La mujer aseguró en Hora 25 que fue el primer aplauso que recibió en 29 años trabajando y aunque le encantó aseguró que "muchas veces" son invisibles.

Trabajadoras internas, encerradas con los más vulnerables

Las trabajadoras internas también son un sector esencial durante la pandemia. Estuvieron y están en primera línea de batalla contra el coronavirus, cuidando allí donde el Gobierno no llega y trabajando con un grupo de riesgo como son las personas mayores.

Según datos de Comisiones Obreras, aproximadamente el 40% de estas empleadas trabajan sin contrato de trabajo y la mayoría de ellas son mujeres migrantes que cobran el salario mínimo o incluso menos.

Muchas de estas mujeres tuvieron que pasar el confinamiento en las casas en las que trabajaban sin poder salir, incluso después de la desescalada, porque se podían contagiar. Internas antes de la llegada de la covid, pero presas tras la pandemia, lejos de sus familias y amigos en, seguramente, unos de los peores meses de sus vidas.

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