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Jordi Borràs: "Declararse antifascista es una consecuencia de declararse demócrata"

El fotoperiodista Jordi Borràs.
El fotoperiodista Jordi Borràs. Oriol Clavera

El fotoperiodista publica Tots els colors del negre, una obra monumental en la que recoge años de investigación sobre la extrema derecha en el Estado español y en el conjunto de Europa y con la que aspira a despertar conciencias para detener su crecimiento. No esconde los costes personales -amenazas, intimidaciones y agresiones- que le ha supuesto su tarea.

Tots els colors del negre. L'extrema dreta a l'Europa del segle XXI/ (Ara Llibres) es la obra con la que Jordi Borràs resume años y años de investigación sobre un espacio político que no deja de ganar peso institucional en todo el continente. La imposibilidad de cubrir como fotoperiodista los actos de la extrema derecha en Catalunya y en el Estado español -desde 2013 recibe amenazas e intimidaciones y en 2018 fue agredido por un agente de la Policía Nacional, que recientemente admitió los hechos y aceptó una condena a un año de cárcel, han llevado a Borràs a la escritura y a recorrer buena parte de Europa para documentar y profundizar en un fenómeno que debería preocupar a cualquier demócrata.

Con una dualidad que se repite en los distintos países que visita -la presencia de grupúsculos neonazis violentos sin fuerza institucional junto a partidos de extrema derecha populista que cada vez tienen una mayor representación electoral-, considera que el gran triunfo de este espacio es provocar una clara basculación hacia la derecha de los parlamentos. Y, en los casos más extremos, como pueden ser los de Hungría o Polonia, esto ya se está traduciendo en una creciente restricción de derechos y libertades.

Convencido de que el ascenso de Vox en el Estado español no habría sido posible sin la existencia previa de un "sustrato electoral para la extrema derecha", aspira a que el libro contribuya a despertar conciencias, algo que ve imprescindible para detener una tendencia que podría abocar a Europa a tiempos muy oscuros.

El libro arranca con un pasaje de su abuelo, originario de la Terra Alta (Terres de l'Ebre) y combatiente contra el fascismo en la Batalla del Ebro. ¿Hasta qué punto le ha marcado su experiencia a la hora de dedicar buena parte de su carrera profesional a informar sobre la extrema derecha?

Creo que ha sido más cuestión inconsciente que otra cosa. Me ha marcado la política al igual que ha marcado a mi hermano o a mis padres, he crecido en un entorno politizado y seguramente la historia de mi abuelo es un legado familiar político que también me ha marcado. Pero sin buscarlo, porque no es que llegue un día y me plantee que voy a dedicarme a documentar la extrema derecha en Catalunya, nunca había sido un objetivo vital.

Intento llevarme por lo que me gusta, con lo que me siento cómodo y que me hace feliz y esto se construye a partir de una escala de valores, de unos ideales y de una forma de hacer. Y mi investigación sobre la extrema derecha es una de las derivadas de todo esto.

En relación con estos valores, la obra desprende un compromiso cívico con el antifascismo. Alerta de que, a diferencia de otros países, aquí todavía parece que tengamos que justificarnos por tenerlo.

"El franquismo murió de muerte natural, como el propio dictador, y su herencia política está presente no sólo en la política", explica el fotoperiodista

Sí, y es muy chocante. En buena medida tiene su raíz al ser un país que ha sufrido 40 años de dictadura de expresión fascista y una presunta transición democrática que sirvió para perpetuar los crímenes de estos criminales. La equidistancia del "ni fascistas ni antifascistas" tiene aquí su origen. La Constitución italiana se declara antifascista, Alemania hizo un proceso relativamente profundo de desnazificación... 

El franquismo murió de muerte natural, como el propio dictador, y su herencia política está presente no sólo en la política, también en estamentos como la policía o la judicatura. Esta equidistancia debemos desterrarla de una vez, porque declararse antifascista es una consecuencia de declararse demócrata y eso se entiende muy bien en otros lugares de Europa, pero aquí hay mucha gente que no lo tiene nada claro.

Sin embargo, en países que se han declarado antifascistas, la extrema derecha también gana presencia. Se puede pensar que no ha servido de antídoto para evitarlo.

En el caso italiano, cuya constitución se declara antifascista, el proceso de desfascistización del Estado fue muy débil y prácticamente se acabó en la plaza Loreto, cuando colgaron a Mussolini. En cada estado el crecimiento de la extrema derecha lo ha encendido una chispa diferente, pero sí encontramos un contexto global que hace que su ascenso sea una constante en todo el continente. Ahora mismo los únicos estados miembros de la UE en los que no hay extrema derecha en el parlamento son Irlanda, Malta y Luxemburgo.

El último en entrar fue Portugal en el 2019 con un diputado de Chega!, que hace pocas semanas se ha multiplicado por 12. Esto significa que existe una marea de fondo. En el caso italiano ha habido grandes blanqueadores de la extrema derecha y del fascismo, como puede ser Berlusconi. Pero a pesar de ello puedes encontrarte un periodista con traje y corbata, respetado, que se declara antifascista y aquí te encontrarás con muy pocos. Hay una marea de fondo y el libro en parte explica esto, este fantasma que recorre Europa.

En el caso del Estado español se ha pasado de lo que el historiador Xavier Casals llama la "presencia ausente" de una extrema derecha sin peso en las instituciones, a la fuerte irrupción de Vox, que ya es tercera fuerza en el Congreso . ¿Cómo se explica?

En cinco años, Vox ha pasado de la marginalidad a poder ser la segunda fuerza más votada de España, según ya dicen algunas encuestas. El Frente Nacional [francés] o los Demócratas Suecos necesitaron 20 años para ello y eso quiere decir que el sustrato electoral para la extrema derecha ya existía, lo que no había era la oferta. Había intentos constantes de montar un partido de extrema derecha en el Estado, pero históricamente a estos partidos les costaba mucho desligarse del franquismo. Y, de hecho, la experiencia electoral de más éxito de la extrema derecha de los últimos 20 años era Plataforma per Catalunya, un partido que de forma muy eficaz se desvinculó de la extrema derecha clásica española, no veías banderas franquistas en sus actos.

"Vox ha pasado de la marginalidad a poder ser la segunda fuerza más votada de España", según Jordi

Vox ha hecho lo mismo a escala española y en un momento en el que se han juntado varios astros. El PP sufría una crisis profunda por los casos de corrupción, porque el liderazgo de Mariano Rajoy estaba cuestionado por débil y porque tenía un ala derecha que quería resurgir y no acababa de encajar. Además, han pasado suficientes años desde la dictadura como para que haya algunas generaciones que ya no tengan esta memoria histórica vinculada a vivir bajo una dictadura. Y con estos hechos ha habido un catalizador que ha sido el resurgimiento ultranacionalista español con la excusa del Procés independentista catalán, que ha hecho que la mayoría de partidos parlamentarios del Estado se hayan alineado con un patriotismo inequívoco contra las aspiraciones de buena parte de la población catalana. Esto ha hecho que Vox ya no fuera un bicho raro.

Al fin y al cabo, Salvador Illa y Miquel Iceta se han manifestado junto a Javier Ortega Smith, Abascal y [Jorge] Buixadé [eurodiputado de Vox] y gente del PSC ha fundado asociaciones, como Societat Civil Catalana, junto a gente de Vox. Todo esto ha terminado legitimando un espacio político y llega un momento en el que la opción política de la extrema derecha queda absolutamente normalizada.

En la obra muestra cómo en toda Europa entre los cuerpos policiales hay simpatías y connivencia con la extrema derecha, pero no sé si una de las particularidades españolas es el trato de la judicatura, ¿quizás vinculado a la falta de depuración de la Transición

No conozco en profundidad lo que ocurre en otros países europeos, pero aquí se alinean varios hechos. Uno es la no desfranquistización de las estructuras judiciales. Otro es que nos encontramos con hijos de jueces, hijos de fiscales o hijos de grandes abogados que siguen la tradición familiar en este ámbito. También hay que tener en cuenta que para realizar la carrera de juez o fiscal necesitas un sostenimiento económico muy grande, hay un cribado social y no todo el mundo se puede dedicar a estudiar y a opositar durante años y a vivir del aire sin que nadie te mantenga.

Hace unos meses fui a la entrega de despachos judiciales en Barcelona y era alucinante ver la poca cantidad de nombres catalanes [que había]. Una abogada que estuvo años opositando para juez, me comentó que cuando hizo las oposiciones para el último examen, antes de entrar hubo gente que le dijo: "tranquila, no se te nota que eras catalana". Estamos hablando de un mundo muy oscuro, que está en las antípodas de lo que pueda representar la sociedad catalana. Esto no quiere decir que no haya gente competente, pero existe un sesgo ideológico y social.

El libro explica viajes a Alemania, Suecia, Polonia, Portugal, Letonia, Italia, Francia, Grecia... En general, se repite un esquema: la presencia de grupos de ultraderecha neonazis muy violentos, sin incidencia electoral, al lado de partidos de extrema derecha populista y xenófoba que ganan peso institucional. Entre ambos, sin embargo, hay vasos comunicantes, ¿no?

"Uno de los errores es tildar de fascista y neonazi a todo un espectro político", asegura Borràs

Sí, son mundos que tienen sus vasos comunicantes, como aquí también podemos encontrarlos en el ámbito de la izquierda. Una de las cosas que he querido mostrar es que dentro de este bloque presuntamente monolítico donde situamos la extrema derecha, hay algo muy amplio y plural y por eso el libro se llama Tots els colors del negre. Uno de los errores es tildar de fascista y neonazi a todo un espectro político, no porque no actúen como tales, sino porque si ya disparamos a bocajarro es imposible entender los matices que nos permitirán combatir a este enemigo, que es muy poderoso.

Efectivamente es un mundo plural, en el que hay muchas tonalidades, pero que tiene muchos vasos comunicantes. Y aquí también podemos verlo. Por ejemplo, Ignacio Mulleras, uno de los pesos pesados de Vox en Catalunya, fue una de las puntas de lanza de Democracia Nacional en los inicios del partido, un partido nazifascista. Pero encontramos otros que vienen de Cedade o que vienen de Falange, como [Jorge] Buxadé o Javier Ortega Smith.

A la derecha radical populista le va de perlas tener un partido neonazi a su derecha, porque te dirán que los fachas son ellos. Y le ayuda a que sus discursos sean más asimilables para un público generalista. Al fin y al cabo, han aprendido que deben ser un partido de orden si quieren tocar poder y quieren tocar poder.

Manifestació neonazi a Jena (Alemanya), el 20 d'abril de 2016, dia de l'aniversari de Hitler.
Manifestación neonazi en Jena (Alemania), el 20 de abril de 2016, día del aniversario de Hitler. Jordi Borràs / Cedida

Advierte que sobre todo debe preocuparnos esta normalización institucional de los partidos de extrema derecha, que en muchos casos se están insertando en el 'mainstream' y eso ya se traduce en recortes de derechos y libertades en determinados países, como Hungría o Polonia.

Son las llamadas democracia iliberales y tenemos el ejemplo aquí, muy cerca. Por ejemplo, en Polonia está el partido Ley y Justicia (PiS), con el que Vox siente mucha simpatía, porque comparten un sustrato nacionalcatólico. Si miramos al pseudo sindicato que ha montado Vox no se llama Solidaridad por casualidad, se inspira en el sindicato polaco, incluso le han copiado la tipografía. Estos partidos se presentan en sociedad presuntamente aceptando el juego democrático, pero hacen algo muy hábil y sibilino, que es utilizar la democracia para reventarla.

Los demás lo hacen a puñetazos, a palos y cuchilladas, y éstos lo hacen a decretos-ley, que es mucho más efectivo. Es esto que explico de la rana hervida, que van haciendo, hasta que no te das cuenta y ya no tienes por dónde salir. En Polonia, el PiS ha articulado el país a nivel judicial y mediático para soldarse en las instituciones y lo mismo le está ocurriendo en Hungría

Reconoce que quedó impresionado por la capacidad de organización y movilización de la extrema derecha polaca, que en una marcha apoyada por el Gobierno del país reunió a más de 200.000 personas. ¿El peligro y los grandes referentes de este avance de la extrema derecha vienen del Este?

Aquí durante mucho tiempo se ha mirado a Le Pen o a Donald Trump, pero nos hemos olvidado de media Europa. Son países que han vivido bajo la órbita soviética y que tienen un marcado anticomunismo. Es imposible entender políticamente a estos países sin comprender la historia que les ha marcado. Lo que viene por el Este da mucho miedo, porque además tanto Hungría como Polonia están dentro de la UE y están haciendo leyes absolutamente aberrantes: leyes que te impiden divorciarte si tienes hijos, una ley que te impide hablar de la implicación de los polacos en el exterminio de judíos durante la II Guerra Mundial, el referéndum homófobo que quiere aprobar [Viktor] Orbán en abril...

Todo esto está pasando con el visto bueno de las instituciones europeos y una pseudo oposición muy débil. No podemos compartir mesa con gente que quiere anularnos quienes somos como personas, pero eso está pasando.

11/11/2018 - Banderes del partit neofeixista ONR a la capçalera de la marxa de la Independència de Polònia del 2018.
Banderas del partido neofascista ONR en la cabeza de la marcha de la Independencia de Polonia del 2018. Jordi Borràs / Cedida

Si ponemos el foco en Europa Occidental, nos encontramos con que antiguos feudos de la izquierda o la socialdemocracia se han convertido en bastiones electorales de Marine Le Pen o de la Liga de Salvini. ¿Qué ha fallado?

La izquierda creo que estaba más preocupada por tratar de encajar en la Europa del siglo XXI que por dar respuestas a su electorado y ha intentado adaptarse a la situación económica, más que tener claro que la globalización provocaría también una ola de perdedores o de gente que se sentía perdedora y que las promesas de esta supuesta clase social eran un espejismo.

Aquí hay unos grandes ganadores, que son la gente más rica, y unos grandes perdedores, que somos todos lo demás. Las distancias económicas se disparan y la izquierda no ha sabido calibrarlo y ha habido una pseudo izquierda, que todavía está, que ha intentado hacer políticas sin tener las herramientas y, además, ha sido encorsetada dentro de los parámetros de la UE.

El libro no deja de ser cierta búsqueda de respuestas sobre cómo actuar para intentar detener este ascenso de la extrema derecha. Una de las patas es la movilización y la reacción en la calle, pero, por ejemplo, en Alemania, donde existe una enorme organización del antifascismo, también ha aparecido un partido, Alternativa por Alemania, con una presencia importante en las instituciones. Quizás no sea suficiente.

Tiene una presencia importante, pero ya le han visto las costuras y en las últimas elecciones [en el Parlamento alemán] ha bajado y esto ha sido porque el movimiento antifascista alemán es muy grande, está muy bien preparado y es muy plural. A mí me impresionó ir a Jena un 20 de abril, el aniversario del Hitler, y ver en un mismo acto antifascista desde la gente del Black Block encapuchada, preparada para reventarlo todo, hasta la Iglesia luterana haciendo misas en la calle. Esto aquí no nos encaja.

Imagina qué hubiera pasado en Alemania sin ese tejido antifascista. Y debe ser un antifascismo en todos los frentes, la calle es importante, la institución es importante, pero el día a día y las acciones personales también son muy importantes.

Defiende que al menos hace falta un pacto social, un respeto al diferente y un buen gobierno, en el sentido de ofrecer un cierto horizonte de esperanza, para intentar detener este crecimiento. En cuanto a la última cuestión, parece que entramos en un momento muy complicado, con un empobrecimiento colectivo de las clases populares.

Es ese punto gramsciano que cito, de "en este claroscuro, surgen los monstruos". Cuesta mucho leer la historia hasta que pasa un tiempo, pero vemos una aceleración muy rápida de las cosas en todos los ámbitos. Estamos en un momento en que las placas tectónicas se mueven, hacen ruido, lo revientan todo y hacen saltar las costuras de cosas inamovibles hasta el día de hoy. Es muy probable que lo que estamos viendo ahora sólo sea la punta del iceberg y que no sólo vemos gobiernos de extrema derecha en distintos países europeos, sino que gobiernos que a pesar de no ser de extrema derecha actúen como tal. De hecho, ésta es la gran victoria de la extrema derecha, la basculación de los parlamentos hacia la derecha.

A mí me cuesta mucho leer el futuro, pero no soy optimista con la situación que tenemos. Y hechos como la guerra de Ucrania son una derivada más y creo que tiene consecuencias incalculables. ¿Qué puede ocurrir con todo ello?

Su propia historia es uno de los hilos que recorre el libro y muestra el coste personal que le ha supuesto informar sobre la extrema derecha. La obra no sé si tiene un cierto componente catártico, de verterlo todo. ¿Qué cree que le comportará publicarla?

"Mi historia creo que puede ayudar al lector a entrar en un tema mucho más complejo", afirma Jordi

Si algo tengo claro es que la publicación del libro me generará más problemas y he hecho algunos movimientos antes de publicarlo, me he reforzado por lo que pueda venir. Mi historia creo que puede ayudar al lector a entrar en un tema mucho más complejo, mi trama es una excusa para que la gente coja el libro con más empatía que un tratado académico sobre la nueva extrema derecha en Europa. Pero, además, he querido dejarlo escrito, porque las cosas no aparecen porque sí y hay cosas que tienen un precio. Y lo digo despojándome del aura de heroicidad que a veces se ha querido ponerme.

No lo he hecho por ninguna medalla, lo he hecho desde un punto de vista absolutamente egoísta, por interés personal, pero también por voluntad política. No soy neutral ante esto y no creo que nadie deba serlo.

Su experiencia personal también sirve para reflejar cómo actúa esta gente, que es a través de la violencia.

Sí. Soy consciente de que la diana ya no me la quitaré en toda la vida, al igual que muchos otros no se la han quitado, como Xavier Vinader, que nunca se la quitó. Por lo tanto, como lo sé, lo que hago es aprovechar su odio para que les vuelva como un bumerán y si ese odio me sirve para despertar conciencias me sentiré más que pagado.

Apenas hace mes y medio el agente de la Policía Nacional que le agredió reconoció los hechos, la motivación ideológica que había detrás de ellos y aceptó un año de cárcel. Ha pedido su expulsión del cuerpo. ¿Tiene alguna novedad?

Estoy haciendo mis gestiones y por ahora no tengo ninguna novedad. La Delegación del Gobierno español [en Catalunya] nunca ha dicho nada, ni me lo dijo Teresa Cunillera en su momento, ni me lo ha dicho ahora Maria Eugènia Gay, ni tampoco espero que lo hagan. Dejan muy claro a quienes representan y a quienes defienden y está claro que a mí no.

Esto no quiere decir que yo me quede parado, seguiré pinchando y llegaré hasta donde sea necesario, y me refiero también a estamentos e instituciones supranacionales, para dejar claro que el Estado español tiene a sueldo un inspector de la brigada de información de la Policía que rompe caras a periodistas mientras dice consignas franquistas. Y eso, que en cualquier país del mundo sería una vergüenza nacional, aquí se tapa y no ocurre nada. Y eso lo tolera un estado gobernado por PSOE y Podemos. Si este tío está trabajando es porque lo permiten los políticos que están gobernando el Estado.

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