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Francisco Camps, camino del calvario

El president atraviesa un vía crucis por su desastrosa gestión del caso de corrupción en Valencia

JOAN GARÍ

Aunque el torbellino que ha sacudido al PP valenciano en las últimas semanas parecía tener su epicentro en la figura achulada de Ricardo Costa, la auténtica tormenta ha tenido lugar en el interior del molt honorable president de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps. A pesar de que su más que amigo Juan Luis de la Rúa le eximió más que generosamente de toda responsabilidad desde el Tribunal Superior de Justicia de Valencia, cada día que pasa el caso Gürtel no deja de emponzoñarle el desayuno, al tiempo que le lamina inexorablemente cualquier atisbo de futuro político.

Este hombre pío y tímido a quien no en vano Álvaro Pérez Alonso, El Bigotes, el hombre de la trama en Valencia, se refería ante terceros como El Curita está interiorizando golpe tras golpe la dolorosa constatación de que su paso por la política va a resolverse en una traca final donde, tras aventarse todas las cortinas de humo, su nombre quedará ligado a unos trajes impagados y a millones de euros presuntamente dilapidados a cuenta de corrupciones personales y/o financiación irregular del PP.

El episodio de Costa revela que el president es sólo un subalterno de Rajoy

Las últimas semanas, especialmente, podrían considerarse las más amargas que ha tenido que vivir Camps desde que tuvieron lugar las primeras filtraciones del caso Gürtel.

El 9 de octubre, sin ir más lejos, se celebraba el Día de la Comunidad Valenciana. Desde los años de la Transición, esta fiesta ha sido monopolizada en la calle por sectores de extrema derecha que han convertido la celebración de la conquista por Jaime I el rey que fundó el Reino de Valencia e implantó allí la lengua catalana en una ocasión para alborotos regionalistas, usualmente aprovechados para atacar a la izquierda y a los sectores progresistas de la sociedad. En ese contexto, donde el PP valenciano se movía como pez en el agua, nadie esperaba que en esta ocasión, como reflejo de la más palpitante actualidad, la víctima de los abucheos populares iba a ser el propio Camps.

En el epicentro de su peculiar vía crucis, el president hubo de soportar con la mejor de sus falsas sonrisas cómo participantes en la procesión cívica de la senyera el acto institucional del Día 9 esgrimían carteles con las leyendas 'No al Tío Paco' o 'Camps y Rita, iros a casita', entre otras lindezas.

La situación llegó a ser tan forzada que el diario Levante-EMV, después de publicar las instantáneas donde se veía a Camps esbozando una sonrisa imposible ante sus detractores callejeros, encargó a un especialista Armindo Freitas-Magalhäes, director del Laboratorio de Expresión Facial de la Emoción en la Universidad Fernando Pessoa de Oporto un estudio de las extrañas muecas faciales del máximo dirigente valenciano.

La conclusión de Freitas-Magalhäes no tiene desperdicio: cuando sonríe, Camps 'aprieta muchos los dientes, las arrugas cercanas a los ojos las tiene asimétricas, los párpados están mucho más caídos de lo normal'. Todo indica, agrega, 'que este señor no está tranquilo, sino preocupado'. Su famosa sonrisa, pues, era una patética estrategia para ocultar un elevado nivel de ansiedad y preocupación.

Ahora se entiende por qué en estos días en este octubre maléfico para sus intereses Camps nunca se olvida de asegurar a los periodistas eso de 'son ustedes muy amables' y otras incongruencias por el estilo. La procesión, indudablemente, va por dentro.

El episodio de Ricardo Costa ha revelado, además, su pusilanimidad política, puesto que ha sido incapaz de deshacerse del fantasmagórico y viscoso secretario general. Ha tenido que ser Génova la sede nacional del PP la que fulmine a Costa, mandando de paso a Camps el recado de que Madrid continúa mandando sobre Valencia. Una cosa es que el PP valenciano saque pecho ante Zapatero y esgrima un discurso pseudonacionalista que ríase usted de Jordi Pujol en sus mejores tiempos. Otra cosa, sin embargo, es la realidad: Camps sólo es un subalterno y su única frase prevista en el guión es '¿Desea algo más la señora?'.

El domingo pasado, Jordi Évole, El Follonero, se paseó por Valencia para rodar una nueva entrega de su programa Salvados (La Sexta). En esta ocasión, dos estilizadas figurantes se disfrazaban de simpatizantes del PP y le entregaban a Rita Barberá y al propio Camps un regalo envenenado: el DVD de la película Todos a la cárcel, de Luis García Berlanga. En la recepción del 9 de octubre, las figurantes se colaron y alcanzaron su objetivo, pero con diferentes reacciones. Rita, con la dádiva, se enfureció y a punto estuvo de provocar un incidente ante las cámaras. Camps, en cambio, abrió el paquete, vio el disco, sonrió, guardó el regalo, volvió a sonreír y no dijo nada. Este hombre es así. Toda su energía negativa se canaliza, ascéticamente como en una suprema prueba de fe, en la tensión de sus músculos faciales.

Con estos mimbres, es un peligro intentar averiguar cómo va a soportar Camps el alzamiento del secreto del sumario para el resto del caso Gürtel o que el Supremo previsiblemente reabra su asunto y tenga que volver a comparecer en un juzgado. Su sonrisa, para entonces, puede llevarle al paroxismo.

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