Francia: entre las movilizaciones populares, el macronismo y los cambios en las relaciones de poder

El ascenso de las extremas derechas es un fenómeno global, reflejo del callejón sin salida en el que se encuentra la economía mundial capitalista. La gran transformación neoliberal se concibió y aplicó como respuesta a la caída de las tasas de beneficio que comenzó a finales de la década de 1960 en Estados Unidos, pero también al auge de las luchas populares que se produjo en torno a 1968. Sin embargo, las propias soluciones neoliberales a la crisis del capitalismo entraron en situación crítica durante la década de 2000.
Ahí está la crisis financiera de 2007-2008, cuyo precio han seguido pagando las clases populares desde entonces (exacerbada aún más por la pandemia y sus efectos de todo tipo), pero también la crisis de hegemonía en el sentido de Gramsci; es decir, una crisis prolongada y profunda en el plano de la representación política.
Esta crisis está vinculada, en último término, al hecho de que las políticas de privatización, austeridad o redistribución de las riquezas hacia las clases más acomodadas (a través de un sistema fiscal que beneficia a un ritmo creciente a los ricos y las grandes empresas) parecen cada vez menos legítimas para las poblaciones, mientras que ninguna fuerza social y política es capaz de construir una hegemonía nueva y duradera.
De ese modo, las fuerzas políticas dominantes del centroizquierda y de la derecha han visto disminuir su popularidad a lo largo de la década de 2010, lo que ha dado lugar a una reconfiguración del campo político, a la aparición de nuevas fuerzas (en todo el espectro político) y al ascenso de las extremas derechas. En realidad, ningún país escapa a estos fenómenos, pero la crisis política, lejos de originar los mismos efectos y conducir a las mismas “soluciones” políticas, adopta en cada caso formas singulares, más o menos intensas.
Macronismo y movilizaciones populares
Francia no ha asistido a la creación de una gran coalición (como ha ocurrido en Alemania), o a la configuración de un gobierno de centro-izquierda con el apoyo de la izquierda radical (como ha sucedido en el Estado español) o a la victoria de la extrema derecha (como ha acontecido en Italia). Lo que se ha producido desde 2017 ha sido el surgimiento del macronismo, una fuerza que pretende trascender la división derecha/izquierda, seguido por una tripartición del campo político entre una izquierda que ha logrado desafiar el crecimiento de la extrema derecha pero que tiene dificultades para mantener su unidad (muchas orientaciones diferentes se enfrentan en su seno), un extremo centro dominado por el macronismo y en vías de debilitarse, y una extrema derecha en ascenso bajo la hegemonía indiscutible del Frente Nacional/Agrupación Nacional. La disolución del Gobierno por parte de Emmanuel Macron fue un intento de aclarar las relaciones de fuerza, pero lo único que logró fue acentuar la ingobernabilidad y acercar el país a una crisis de régimen.
Al igual que la crisis política debe considerarse en función de sus particularidades nacionales, la amplitud del ascenso de las extremas derechas, así como las formas que adopta, más o menos institucionales o extraparlamentarias, y el perfil ideológico de las fuerzas en cuestión dependen de una gran variedad de factores esencialmente nacionales. La heterogeneidad de las extremas derechas no significa en absoluto que estas fuerzas sean incapaces de trabajar juntas o que no compartan una misma visión del mundo, pero sus estrategias para conquistar el poder dependen en gran medida de especificidades nacionales.
Desde este punto de vista, una de las singularidades de la situación francesa a lo largo del periodo 2016-2025, en comparación con la mayoría de los países europeos, es la fuerza de las movilizaciones populares: chalecos amarillos en 2018-2019, movimiento sindical contra las reformas liberales de las pensiones (en 2019-2020 y 2023), revueltas contra los crímenes racistas de la policía y su impunidad (en 2020 y 2023), movilizaciones ecologistas y feministas, etcétera. Sin embargo, la relación entre las extremas derechas y las luchas populares, así como los efectos de estas movilizaciones en el campo político, sobre todo en el voto a la extrema derecha, no son en absoluto inequívocos.
Desde esta perspectiva, debemos guardarnos de todo razonamiento mecanicista: ni los movimientos sociales favorecen ipso facto a la izquierda, ni la extrema derecha estaría necesaria y naturalmente mejor preparada en el terreno electoral para beneficiarse de la protesta social. Aunque los combates y las relaciones de fuerza propiamente políticas siempre se ven afectadas por las luchas sociales, victoriosas o derrotadas, la política nunca es un simple reflejo de lo social: tiene su propio terreno —arenas y reglas del juego—, sus propios actores, una temporalidad específica, etcétera.
A vueltas con la reforma de las pensiones
La izquierda francesa a menudo se ha sorprendido por el hecho de que tantas personas opuestas a la reforma macronista de las pensiones —tanto si se manifestaron en las calles como si no— votasen a la extrema derecha. Sin duda, el proyecto de la Agrupación Nacional en materia de pensiones solo se opone al plan macronista de modo muy parcial; supondría asimismo retrocesos para una gran parte de la población y resulta —sin discusión posible— mucho menos favorable para los asalariados que el plan defendido por el Nuevo Frente Popular. Para entender lo que ha ocurrido, hay que tener en cuenta al menos cuatro factores.
En primer lugar, la movilización emprendida por la izquierda social y política ha sufrido una derrota, ya que, pese a la enorme impopularidad de la reforma (el 90% de los trabajadores en activo se opone a ella), Macron y su Gobierno se han mantenido firmes: las manifestaciones callejeras han sido masivas, pero la debilidad de las huelgas no ha permitido cambiar la relación de fuerzas. En cualquier caso, el movimiento ha podido parecer una derrota para la izquierda, y es probable que una movilización vencida sea el mejor escenario para la Agrupación Nacional: la movilización como tal merma todavía un poco más la popularidad y la legitimidad del macronismo, mientras que la derrota acentúa el sentimiento de rabia impotente, un efecto que sin duda favorece el voto a la extrema derecha.
En segundo lugar, es posible que una parte importante de quienes se oponían a la reforma estuvieran hasta cierto punto de acuerdo con las propuestas de la izquierda, pese a no considerarlas en el fondo ni razonables ni creíbles. La derrota del movimiento también desempeñó un papel en este sentido, ya que cerró de súbito el espacio de posibilidades que la movilización había entreabierto. Desde este punto de vista, las propuestas muy moderadas de la Agrupación Nacional parecen estar en sintonía con un fatalismo extendido sobre todo entre las clases populares, un escepticismo profundo —que a menudo desemboca en la desesperación— sobre la capacidad de modificar las relaciones de fuerza e imponer políticas que estén realmente a su favor.
A esto hay que sumar el hecho de que, desde 2017, la extrema derecha se ha erigido como la alternativa “natural” al macronismo. No solo Marine Le Pen ha llegado dos veces a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, sino que el avance de su partido en la Asamblea Nacional ha sido muy importante en el curso de este periodo, por no mencionar que la Agrupación Nacional puede seguir pareciendo una fuerza “nueva”, al no haber gobernado a nivel estatal. Añádase a todo ello la incapacidad de la izquierda para mantener de forma duradera el marco de alianzas (la Nueva Unión Popular Ecológica y Social en 2022 y el Nuevo Frente Popular en 2024), que estalló en las elecciones europeas y que, sin duda, se disolverá en las próximas elecciones municipales.
Por último, está claro que las elecciones presidenciales, legislativas y europeas del periodo 2022-2024 no se han desarrollado en el mismo terreno ideológico que las movilizaciones populares mencionadas más arriba. Apoyándose en la desorientación ideológica de amplios sectores populares, las fuerzas políticas dominantes, desde el macronismo hasta la Agrupación Nacional pasando por la derecha tradicional, han hecho todo lo posible para desviar el debate público hacia las cuestiones de la inmigración, la inseguridad o el laicismo; y han instalado al mismo tiempo la idea de que la única manera de aumentar el “poder adquisitivo” sería recortar la protección social, los derechos de los inmigrantes o ambas cosas.
Dejar atrás la fragmentación de la izquierda y aumentar su capacidad hegemónica e implantación social
Esto permite calibrar hasta qué punto las fuertes movilizaciones sociales no bastan por sí solas para lograr el retroceso del voto de extrema derecha, e incluso pueden alimentarlo si la izquierda se muestra incapaz de plasmarlas en términos políticos. Desde este punto de vista, Francia se sitúa en una posición intermedia, ya que —a diferencia de Italia, por ejemplo— la izquierda no ha desaparecido del campo político institucional. El vigor de los movimientos populares ha originado incluso un cambio de las relaciones de poder en el seno de la izquierda, entre una fuerza de ruptura con el consenso neoliberal (la Francia Insumisa) y las fuerzas que acompañan al capitalismo neoliberal (sobre todo el Partido Socialista). Estas últimas han quedado ampliamente deslegitimadas, lo que ha permitido la aparición de la Francia Insumisa, fenómeno que, a su vez, ha contribuido a amplificar y legitimar, en la Asamblea Nacional y en los medios de comunicación de masas, las protestas que se han desarrollado en Francia desde 2016.
Lo cierto es que hace falta mucho más para lograr un retroceso duradero de la extrema derecha: no basta con dejar atrás la fragmentación de la izquierda, sino que hay que incrementar su capacidad hegemónica y su implantación social, lo que continúa siendo un reto que ninguna fuerza de izquierdas en Europa ha logrado superar hasta ahora. ◼
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