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Maika (Lola Rodríguez), en un fotograma de la segunda temporada de 'Bienvenidos al Edén'.
Maika (Lola Rodríguez), en un fotograma de la segunda temporada de 'Bienvenidos al Edén'.
Zoa (Amaia Aberasturi) y Bel (Begoña Vargas), en un fotograma de la segunda temporada de 'Bienvenidos al Edén'.
Zoa (Amaia Aberasturi) y Bel (Begoña Vargas), en un fotograma de la segunda temporada de 'Bienvenidos al Edén'.

‘Bienvenidos al Edén’ regresa a Netflix: ¿tienen algo nuevo que ofrecernos las distopías adolescentes?

Huxley ya describía en 1932 una sociedad futurista en la que todo el mundo vivía felizmente debido a un control estricto del gobierno. La segunda temporada de esta serie parte de la misma premisa y recupera todos los tópicos del hopepunk, En este reportaje analizamos las claves de un género que triunfa entre los zoomers.

Aurora Muñoz

«¿Eres feliz? Yo puedo ayudarte a serlo». Este es el mensaje sin remitente conocido que recibieron, hace ya un año, Zoa (Amaia Aberasturi), África (Belinda), Charly (Tomy Aguilera) e Ibón (Diego Garisa) en sus móviles. La enigmática frase venía acompañada de un vídeo donde eran invitados a sumarse al fiestón de su vida en una isla paradisiaca para participar en el lanzamiento de Blue Edén, una nueva bebida energética de color azul. Ahora sabemos que, después de dejar el barco que los llevaba a una noche de farra de lo más exclusivo, les esperaba una aventura transformadora. Por si has llegado tarde al fenómeno que lideró el top de las series más vistas en Netflix durante la primera semana de mayo de 2022, solo te adelantamos que, en esta segunda temporada que se estrena el 21 de abril, el Nuevo Edén recibe a una nueva remesa de invitados y, con ellos, los dos últimos elegidos. Esta vez, descubriremos el significado profundo de la ya conocida sentencia: «Si el pájaro no intenta volar, nunca se dará cuenta que vive en una jaula». La rebelión se ha desencadenado y Astrid (Amaia Salamanca) hará todo lo que sea necesario por preservar el proyecto secreto que esconde este lugar.

La serie, que llegó al catálogo de este gigante del streaming como un producto de hedonismo juvenil, también ocultaba algún cliffhanger y subtramas narrativas interesantes que nos llevan a reflexiones sobre el punto de no retorno del cambio climático, el abuso de poder disfrazado de paternalismo científico y la manipulación psicológica a los más vulnerables. Nada que no hayamos visto en otras distopias adolescentes. El verdadero reto de Joaquín Górriz y Guillermo López, que escriben todos los episodios de esta segunda temporada, dirigida por Denis Rovira (La influencia) y Juanma Pachón (Heridas), es superar la gran introducción que supuso la temporada de arranque y lograr una evolución argumental cuyo desenlace pueda escapar al exhaustivo escrutinio de los adictos al género.

¿Ya lo hemos visto todo?

El señor de las moscas (Lord of the Flies, en inglés) es la piedra angular sobre la que reposa todo lo que ha llegado después. La primera novela de William Golding, publicada en 1954, arranca con un accidente aéreo y la lucha por la supervivencia de un grupo de menores en una isla desierta sin normas ni la supervisión de una figura adulta. Este clásico de la literatura inglesa de postguerra nos ofrece la faceta más salvaje del ser humano, como después trataron de reflejar otros títulos televisivos que se hicieron mainstream como Perdidos (Lost) The Wilds. 

Todos esos relatos apocalípticos sobre náufragos que se enfrentan y descubren como se necesitan a medida que nos desvelan los secretos que guardan, acaban por recordarnos poderosamente los unos a los otros, aunque se actualicen con giros medioambientales, como sucedía en la película La Playa. Bienvenidos al Edén llega con pulseras con geolocalizador y drones futuristas que nos acercan también a George Orwell y el «ojo que todo lo ve» en 1984. Llevamos viendo réplicas malas de ‘experimentos sociológicos’ desde Gran Hermano y ni siquiera El show de Truman logró convencernos de que ser observados las 24 horas podía darnos una perspectiva diferente del ser humano. Es difícil que la premisa cuele ahora que una legión de streamers se somete a diario y voluntariamente a la mirada de centenares de desconocidos. La realidad, a menudo, supera muchos capítulos de Black Mirror.

Con ese esa premisa, resulta tentador adoptar una pose esnob y proclamar que ya nada puede ser catártico. Sin embargo, amigo mío, si estás leyendo estas líneas es que aún te resulta tentador el género. Las distopias nos incitan a despegar del cemento los zapatos y encontramos en estos thrillers de supervivencia la excusa perfecta para imaginarnos como aventureros con una alternativa a la mano para dejar atrás ese mundo gris pospandémico, en el que el futuro cada día es menos nítido, y evadirnos hasta alcanzar un nuevo comienzo. Sería algo así como sumergirse en The Last of Us, pero sin zombies ni amenazas físicas directas. Si lo que quieres es sentir que, por un rato y desde el sofá, eres capaz de hacer frente a un mañana aterrador, la televisión a la carta todavía tiene mucho que ofrecerte. A lo mejor muchos de estos productos no ocuparán las mejores puntuaciones en Filmaffinity, pero Aldous Huxley (Un Mundo Feliz) y Ray Bradbury (Fahrenheit 451) siguen siendo inspiración para grandes cineastas que no renuncian a fabricar nuevas pesadillas del porvenir. Sin ir más lejos, Tiempo, de M. Night Shyamalan, cosechó malas críticas, pero reventó la taquilla en su estreno estadounidense con una recaudación de 16,5 millones de dólares y logró superar ese mismo fin de semana a grandes blockbuster como Space Jam: Nuevas leyendas o Snake Eyes.

El héroe dual

La cinematografía contemporánea podía haber seguido dos caminos alternativos en la ciencia ficción.  Si hubiese tomado como referente a Tomás Moro, estaríamos contemplando en pantalla de plasma una representación imaginaria de la mejor versión posible de una sociedad futura para el hombre, como hizo el escritor y estadista en 1516 con su obra Utopía, donde su arcadia idílica le sirvió de crítica al orden social establecido en la Europa del siglo XVI. En cambio, una época cargada de temores e incertidumbres como la que acontece ha encontrado mejor encaje audiovisual en la definición del término distopía que acuñó el economista y filósofo John Stuart Mill durante una intervención parlamentaria en 1868. Su discurso versó sobre aquello que cualquier tiempo pasado fue mejor y su expectación se volvía catastrofista a partir de algunas cartas marcadas que ya se podían reconocer en el presente.

La literatura juvenil supo recoger este testigo en la década de 2010 y las librerías se llenaron de sagas que reflexionaban sobre un mundo tecnologizado donde, sin límites éticos, la ciencia se convierte en terror. Esta versión de acción sobre el posthumanismo logró extender el negocio hasta las salas de cine y dejó taquillazos para la historia como Los juegos del hambre, Divergente, Maze Runner, La Quinta Ola o Battle Royale. Parecía el idilio perfecto. La transición a la vida adulta puede ser, sin duda, muy parecida a una película de miedo. Al borde de la veintena, todos sentimos la opresión del sistema y cuestionamos nuestros orígenes para emprender un camino iniciático en búsqueda de la propia identidad que bien podría ser una traslación del viaje del héroe, es una técnica narrativa que explora el concepto del monomito, un patrón recurrente que observó el mitólogo Joseph Campbell en los mitos de la antigüedad.

Según desarrollo este autor en El héroe de las mil caras (1949), existe un prototipo de héroe dúplice o ambivalente que se recupera la industria del entretenimiento en estas narraciones del capitalismo tardío. Los mitos clásicos se adaptan a las disfunciones sociales y económicas del neoliberalismo y la sociedad digital, para superar este escenario, se encumbra a un protagonista oscuro que clama venganza para liberarse de las ataduras del contexto actual. Sus contradicciones y las dualidades morales que arrastra le dan profundidad al personaje, que irá desvelando las claves de su conducta al espectador mediante flashbacks que se irán dosificando a lo largo de la trama, capítulo tras capítulo. Sin duda, los seguidores de Perdidos, casi 19 años después de su estreno, todavía recordarán algunos de las regresiones emocionales de sus personajes, como la de Desmond, en el episodio Live Together, Die Alone. En Bienvenidos al Edén, solo podremos conocer las historias de los aspirantes al paraíso gracias a esta argucia técnica del guion.

Este esquema se fue puliendo hasta convertirse en sinónimo de superventas. Juan Manuel Santiago dedica una conferencia a las distopías juveniles en la que analiza si se han convertido en un subgénero y concluye que ya forman parte de la cultura pop y del canon cultural del siglo XXI, como en su momento lo fueron series franquicia emblemáticas como Harry Potter, Crepúsculo o Canción de Hielo y Fuego. «Las distopías funcionan en tiempo de crisis, porque son la literatura del inconformismo. (…) Por oportunismo, el inconformismo vende», señala. Sin embargo, Hollywood llegó a explotar hasta tal punto su filón que acabó por agotar la fórmula en un mercado saturado de best sellers y blockbusters.

La ciencia ficción no siempre es rebelde

Los Juegos del Hambre fue, sin duda, el punto culminante del Post-Cyberpunk. Su autora Suzanne Collins ha afirmado que tomó como punto de partida el mito de Teseo, que consiguió derrotar al minotauro y salir del laberinto de Dédalo, depuso a los tiranos y comenzó la democracia en Atenas. Katniss, al igual que el héroe ateniense, se ofrece voluntaria para afrontar esta gesta contra el sistema político de Panem, una dictadura caracterizada por el control absoluto de sus ciudadanos a través de la tecnología para el adoctrinamiento de masas. La economía se sostiene gracias a la clase oprimida que trabaja explotando los recursos para el disfrute de las élites. Tal y como analiza Joaquín Najera en la violencia simbólica del sociólogo francés Pierre Bourdieu está más presente que nunca.

Sin embargo, esta crítica a las relaciones de dominación y el imperio de la propaganda no es condición sine qua non en todas las distopias adolescentes. Francisco Martorell sostiene en su ensayo Contra las distopías, que a menudo este género alimenta el conformismo y refuerza la pasividad. En las páginas de este libro, defiende que esta fórmula fantasiosa se suma al mensaje de ciertos discursos científicos, políticos y filosóficos afianzados alrededor del miedo. El diagnóstico que ofrecen proyecta un horizonte sin alternativas donde resulta más sencillo imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, como sucede en V de Vendetta, la serie de diez comics escrita por Alan Moore e ilustrada por David Lloyd.

La fundadora del Club de lectura de Ciencia Ficción y Distopía, Lola Mérida, amplia esta teoría y considera que para un público joven es mucho más fácil sentirse atraído por estas historias en forma de escapismo y entretenimiento. «La indefensión aprendida aparece tras experiencias en las que no se consigue ningún resultado, incluso habiendo tratado de buscar soluciones. Según la teoría, vivir (y leer) sobre experiencias que terminan bien puede evitar que entremos en ese estado de pasividad subjetiva. Si además podemos sentirnos identificados con el protagonista, será más eficaz», aclara. En su opinión, un hopepunk apuntalado sobre historias de superación y de lucha hacia un futuro mejor terminan por reforzar nuestra capacidad de resiliencia.