Este artículo se publicó hace 2 años.
La asfixia económica en Cuba provoca el hartazgo ciudadano y un éxodo masivo
La isla del Caribe, con una inflación desorbitada, problemas de abastecimiento y cortes intermitentes de electricidad, vive una etapa crítica.
Alberto G. Palomo
La Habana-Actualizado a
Cuba es un enigma difícil de descifrar. Su población intenta desentrañarlo a menudo conjugando los verbos "inventar" y "luchar", pero en la práctica sigue el misterio. Bastión de un régimen único en el continente, esta isla del Caribe lleva más de siete décadas bajo el control férreo del Estado, con una economía centralizada. En los últimos años, las tímidas reformas parecían abrir un poco la veda. Sin embargo, esa sensación de avance se ha estancado con la pandemia, el cambio monetario y la represión a unas protestas que evidenciaban el hartazgo de la sociedad.
A los ligeros vientos de prosperidad que se respiraban a principios de siglo, aupados por el abastecimiento venezolano o la opulencia occidental, y el alivio que supuso el conocido como "deshielo cubano", cuando Barack Obama normalizó las relaciones con la isla en 2014, le ha llegado una racha aciaga. Ese periodo ha coincidido con el relevo de poder. En octubre de 2019, Miguel Díaz-Canel sustituía a Raúl Castro en el cargo de presidente de la República, terminando con la saga iniciada por Fidel, protagonista de la Revolución de 1959. Y a los meses llegaba la emergencia sanitaria internacional, que eliminaba una fuente de ingresos fundamental como es el turismo y aceleraba el declive.
Más tarde, todavía en plena epidemia y con las fronteras cerradas, el nuevo mandatario decidía acabar con la doble moneda y reajustaba salarios o pensiones ante el previsible tsunami financiero. En julio de 2021, con las manifestaciones espontáneas del día 11, se mostraba la dureza estatal con la detención, vigilancia y el castigo desmedido de algunos participantes. Ahora, los efectos son desoladores: aunque las visitas extranjeras entre enero y junio de 2022 hayan crecido con respecto al mismo tramo del año anterior (con 1,3 millones frente a 437.861, según la Oficina Nacional de Estadística e Información), sigue lejos de sus datos habituales: a lo largo de 2019 se superaron holgadamente los cuatro millones y en 2018 se rozaron los cinco.
La inflación continúa imparable su ascenso, con una moneda nacional devaluada y una búsqueda encarnizada de divisas: cada día aumentan los precios en pesos cubanos y más negocios buscan liquidez en dólares o euros. Faltan productos básicos, como la harina o el combustible, lo que provoca apagones de electricidad y encarece una vida ya ancestralmente precaria. La gente hace malabares para adecuar el nimio sueldo mensual con el gasto en comida, parcheando a base del estraperlo o las remesas enviadas desde fuera. Se multiplican las colas en mercados, gasolineras o farmacias a la vez que se incrementa el descontento y se propaga el miedo a hablar: los aquí consultados evitan dar apellidos o prefieren salir con pseudónimo después de la reciente persecución de voces disidentes.
Unas circunstancias que están llevando a los 11,3 millones de habitantes en la isla a un éxodo histórico: desde octubre de 2021, cerca de 195.000 personas han ingresado en Estados Unidos por la frontera con México y unos 8.000 lo han intentado por el mar, tal y como indican las cifras de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza del país norteamericano. La huida ha superado otros episodios migratorios masivos como la crisis de Mariel -en 1980 y con 125.000 abandonos- o la de los balseros, en 1994 (con 35.000 salidas). Es habitual escuchar historias vecinales de quienes vendieron la casa para marcharse, de quien espera reunir lo suficiente para comprar un billete al exterior o ver decenas de personas en las puertas de una embajada como la de España, solicitando la nacionalidad por sus familiares pretéritos y deseando la aceptación para viajar sin trabas.
"No es el sistema. No es el gobierno. Es que la situación es crítica", justifica un joven de 29 años que tuvo que dejar el béisbol por una lesión y ahora conduce un taxi en La Habana. "Muchos compañeros ya se han ido", suspira, refiriéndose a sus antiguos colegas deportistas, que en competiciones de otros países han decidido escapar o que han conseguido hasta 15.000 dólares para volar a Nicaragua, con libre visado para cubanos desde noviembre de 2021, y subir hasta Río Bravo. Una ruta que era más propia de migrantes centroamericanos y que ha complementado el trayecto por vía marítima hasta las costas de Florida. "Ya coges todo preparado: te reservan sitios donde dormir, te casan en México para que no te deporten y te llevan hasta la frontera", detalla.
Otro conductor de más edad que tampoco quiere que aparezca su nombre corrobora la teoría. "Se están yendo miles de cubanos. Yo mismo estoy pensando en mudarme a España", expone quien también saca dinero a través de las comisiones por los envíos de remesas en Cienfuegos, su ciudad. "El hartazgo es general por los precios y los apagones. Lo que pasa es que en los sitios más pequeños no se lanzan a la calle y en La Habana contienen la corriente porque si no se los comen los negros", comenta. Dos profesores jubilados narran sus estrecheces desde Viñales, un valle a unos 200 kilómetros de la capital hacia el oeste: "Cobramos una pensión de unos 1.600 pesos cubanos [menos de 10 euros] y no nos da ni para una compra mínima: ¡solo los huevos de una semana nos cuestan 200".
Las mismas quejas se escuchan en cualquier lugar del territorio cubano. Al encarecimiento de la cesta básica se le añade el estancamiento de los salarios, que se actualizaron a las nuevas circunstancias sin ningún resultado positivo. La supuesta adición de pesos no ha paliado las penurias por acceder a productos como frutas y verduras. Ni mencionar alimentos como el pollo o la carne de vaca. Las colas en puestos regulados, con precios más bajos, comienzan de madrugada. Y en los negocios privados, aquellas iniciativas por cuenta propia que se empezaron a permitir limitadamente hace aproximadamente una década, solo acuden quienes se pueden costear la cantidad estipulada por el propietario. Además, existe una tarjeta de la denominada MLC (moneda libremente cambiable) para establecimientos que solo aceptan el pago en sumas correspondientes al valor del dólar americano.
"Pasa lo contrario al resto del mundo: cada día adelante es un paso para atrás", resume Lázaro, un instalador de sistemas informáticos que enseña su carnet de miembro a las juventudes del Partido Comunista de Cuba. "Estamos en el peor momento, y ya no es una cuestión política; es que el pueblo no aguanta", lamenta. Su decepción con los acontecimientos le ha conducido a oponerse a cualquier decisión del Ejecutivo. Esta atmósfera de enfado se ha notado en la reciente votación de un nuevo Código de Familia. El gobierno de Díaz-Canel propuso un referéndum para aprobar o denegar una ley ya publicada en la Gaceta Oficial como guiño democrático.
Era el tercero desde el triunfo de la Revolución, tras dos consultas constitucionales en 1976 y 2019. Y se ha convertido no solo en un plebiscito sobre la aceptación del matrimonio homosexual o los vientres de alquiler, sino en un examen al latir ciudadano. A la campaña gubernamental por el sí y su maquinaria para movilizar al pueblo se ha sumado una ola opositora que rechazaba los comicios como síntoma de desacuerdo. Al final, con un 74% de participación, el reglamento fue validado por un 67% a favor y un 33% en contra. Pero la victoria no ha mermado la irritación: incluso algunos agentes que custodiaban los colegios electorales alertaban de posibles disturbios o actos de vandalismo. "Es un momento delicado. Cuba sigue siendo seguro, pero la escasez y el cabreo llevan a la gente a cosas que antes no pasaban", cuenta con cautela un policía.
"Vivimos peor que en el Periodo Especial", señala una mujer con tres hijos mayores de edad que trabaja para el Estado. Se refiere a aquellos años de principios de los noventa en los que, con la desintegración de la URSS, la economía de Cuba se desplomó y tuvieron que restringir actividades o rediseñar el modelo agrario. "Al menos entonces sabíamos lo que ocurría, estábamos preparados. Ahora no se sabe qué va a pasar y cada día es una lucha por ver si sigue la luz o hay cosas para comer", advierte, convencida de que si "el comandante Fidel" estuviera vivo, habría hecho algo. "Los que lo comparan con esa época es que no la recuerdan", sostiene Juan, un autónomo de la ciudad de Morón, en el centro de la isla, que simpatiza con el régimen, aunque también es crítico: "El problema es que todo se ha modificado y las recetas de entonces, algunas positivas y que supusieron un adelanto en la educación o la salud, ya no valen. Habría que modernizarlo".
Todo apunta a un panorama lúgubre, acentuado por los cortes de suministro causados por el huracán Ian. Anna Ayuso, doctora en Derecho Internacional por la Universidad Autónoma de Barcelona e investigadora para América Latina del CIDOB (Barcelona Centre for International Affaires), define al sistema como "caduco" y duda del futuro inmediato. "Las expectativas que generó Obama se van esfumando. Ha habido un proceso de empobrecimiento brutal en el peor momento y ya la ayuda externa no es suficiente con Venezuela y un papel modestísimo de Rusia o China", concede la experta. La emigración, agrega, va a dejar al país sin juventud. "Cuando se intuía cierta flexibilidad y apertura de Estados Unidos, se rompió con Trump y el ataque a las protestas. La única esperanza es un gesto de Biden, la entrada de divisas y la vuelta del turismo", alega.
Susanne Gratius, colega suya en el CIDOB y profesora de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid, coincide en el análisis. "Hay varios factores claros que han desembocado en esta coyuntura. Uno es la pandemia, que frenó el desarrollo. Otro son las reformas, que van a cuentagotas cuando deberían ser estructurales. Y el último son las relaciones con el exterior. Cuba es muy dependiente de Estados Unidos o de Venezuela, porque no ha logrado ni la autosuficiencia alimentaria y necesita la moneda extranjera", razona, indicando que la situación le recuerda a la Guerra Fría, con un discurso obsoleto y la gente desmotivada.
Gratius observa un paradigma diferente en la emigración actual. Durante las primeras décadas del poder guerrillero se debía a un tema político. "Quien se iba a Estados Unidos era la oposición. Había también muchas salidas por los recursos o las condiciones en la isla, pero tenían un matiz ideológico. Ahora el éxodo es económico: los precios están altísimos, hay escasez y el contexto internacional no ayuda", sentencia, parafraseando el título de una novela de la escritora cubana Wendy Guerra: "Todos se van". En todas las esferas cunde el desánimo. Y algunos creen que 2022 es un año clave. En los próximos meses se aclarará si hay mejoras o persiste el derrumbe. Una incógnita que, como Cuba entera, no es fácil de resolver.
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