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Conflicto iraní Irán afianza su posición en Oriente Próximo frente a las dudas saudíes y la incomodidad de Trump

En el tablero de Oriente Próximo estamos asistiendo a un juego peligroso que se inició el año pasado con el abandono del acuerdo nuclear por parte de Estados Unidos. El presidente Trump ve que su política de máxima presión no da resultado, y que Irán responde a la presión con más presión cuando solo falta un año para las presidenciales americanas.

El presidente de Irán, Hasan Rohaní, junto a Ebrahim Raisi, Presidente del Tribunal Supremo, y Ali Larijani, presidente de la Asamblea Consultiva Islámica. - EFE

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

Los últimos meses han visto el incremento de la presión de Estados Unidos sobre Irán y una réplica no menos decidida por parte de Teherán. A fines de julio los iraníes derribaron un dron americano valorado en 100 millones de dólares, y el presidente Donald Trump, después de amenazar con una represalia importante, la abortó en el último minuto.

En septiembre se produjo el ataque contra dos refinerías saudíes. Riad y EEUU acusaron a Irán de estar detrás y se anunciaron nuevas sanciones contra la república islámica. Varios petroleros y cargos han sido apresados por los iraníes en el estrecho de Ormuz sin que se haya dado una respuesta más allá de las sanciones. Hasta ahora no se ha concretado ninguna represalia militar.

A lo que estamos asistiendo es a una guerra del siglo XXI, sin una declaración formal de guerra y sin unos frentes concretos, una guerra que se desarrolla en áreas distintas, incluido el ciberespacio, un conflicto no convencional a todas luces que no sabemos cómo evolucionará en el futuro inmediato o a medio plazo, puesto que eso dependerá de varios factores.

Todo empezó el año pasado, cuando el presidente Donald Trump, impulsado por Israel, abandonó unilateralmente el acuerdo nuclear que su antecesor, Barack Obama, y sus aliados negociaron durante más de una década. Oriente Próximo es de por sí una región inestable, pero el paso dado por Trump, incluidas las duras sanciones económicas que le siguieron, ha conducido la región hacia una inestabilidad todavía mayor.

La agresividad de Trump, la “máxima presión” que anunció para doblegar a Teherán, no ha conseguido su objetivo, y los iraníes han reaccionado sin amedrentarse con acciones que muestran que confían en su capacidad de respuesta y no temen las represalias de Estados Unidos y sus aliados. Por consiguiente, el riesgo de que estalle la burbuja es cada día mayor y no pueden predecirse las consecuencias de la explosión.

Por otra parte, debe tenerse en cuenta que durante casi tres años Trump ha mostrado que prefiere evitar los conflictos armados, y ahora que solo faltan 13 meses para las elecciones presidenciales de noviembre de 2020, es muy probable que no se atreva a romper la ya conocida dinámica de sí a la presión económica y no a la guerra.

Una aventura militar de final incierto, en el caso de que tuviera final, algo que no puede garantizarse, seguramente hará que la Casa Blanca se lo piense mucho. En Teherán son conscientes de esa debilidad y por lo tanto se sienten libres a la hora de responder con presión a la presión de Estados Unidos, como han demostrado en sobradas ocasiones en los últimos meses, incluido con el derribo el dron en julio.

El bombardeo de las dos refinerías saudíes en septiembre, que disparó el precio del crudo, es harina de otro costal. Teherán ha negado su participación en el ataque y los hutíes yemeníes han confirmado que poseen hasta ocho clases de drones, que ellos mismos han desarrollado, y algunos de los cuales son capaces de ejecutar una operación tan espectacular como la de septiembre sin ayuda de nadie.

Los iraníes han dicho esta semana pasada que un ataque directo contra su territorio causará una guerra abierta. Todo indica que disponen de medios militares suficientes para hacer mucho daño. Podrían interrumpir el flujo de petróleo en todo el golfo Pérsico y activar las milicias chiíes que hay en otros países contra Estados Unidos e Israel.

El ataque contra las refinerías se produjo menos de una semana después de que un príncipe saudí amenazara con destruir Irán en solo ocho horas. Sin embargo, los saudíes decidieron no responder militarmente a pesar de haber invertido decenas de miles de millones de dólares en armas estadounidenses y europeas en los últimos años. Algunos observadores han apuntado que la falta de una respuesta deja en evidencia sus limitaciones, como ha quedado de manifiesto en la guerra de Yemen: una clara ventaja militar no es capaz de resolver todos los conflictos.

En resumen, ha quedado claro que Arabia Saudí depende de Estados Unidos en todo lo que tiene que ver con la defensa de su territorio, y que el dineral que se ha gastado en armas no le sirve para enfrentarse exitosamente a sus rivales. La inminencia de las elecciones presidenciales en EEUU añade dramatismo a su dependencia.

Las maniobras de Trump para reunirse con su homólogo Hassan Rouhani en Nueva York han sido patéticas. Lo cierto es que no tiene sentido un encuentro de esta naturaleza mientras no se levanten las sanciones. ¿De qué podrían hablar los dos presidentes? ¿Qué podrían obtener los iraníes? Ellos creen que nada y no les faltan motivos para pensar así.

El mismo Trump que se cargó el acuerdo nuclear no quiere enmendar la plana, así que Teherán se lo va a poner difícil de cara a la reelección. De hecho, ya ha comenzado a trabajar en esa dirección. Lo gracioso es que Trump necesita reunirse con los iraníes más que los iraníes necesitan reunirse con él, y que los iraníes lo saben.

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