Este artículo se publicó hace 16 años.
«La educación es clave contra la esclavitud infantil»
Una mujer que estuvo sometida a esclavitud cuando era adolescente narra su experiencia y denuncia que el problema sigue existiendo
Pese a los años transcurridos, la sudanesa Mende Nazer no puede evitar emocionarse al recordar sus años de esclavitud, sirviendo primero a una familia de Jartum (Sudán), y después a otra de Londres. Había sido secuestrada una noche de 1994, junto con otros niños, de su pueblo natal en las montañas Nuba. Tras un calvario de ocho años viviendo como un auténtica esclava, Nazer consiguió escapar y obtuvo asilo en el Reino Unido. Ahora mira la vida con optimismo –se acaba de casar– y denuncia la esclavitud doméstica que, según los datos de un informe presentado ayer en Madrid por la ONG Save The Children, padecen en hogares de todo el mundo unos 10 millones de niños. Además, coincidiendo con el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, que se celebra hoy, reclama a gobiernos e instituciones que tomen conciencia de este problema, invisible para gran parte de la sociedad.
¿Cómo se convirtió en una esclava doméstica?
Unos hombres irrumpieron una noche en mi aldea natal, cuando estaba con mis padres y mis hermanos, incendiaron muchas casas y cuando tratábamos de huir me secuestraron junto con otros niños. Tenía entonces 13 ó 14 años. Luego nos llevaron a Jartum y nos separaron para mandarnos con diferentes familias. Una señora me eligió y me llevó a su casa, y en ese momento mi vida cambió para siempre.
¿Cuáles eran en esa casa sus condiciones de vida?
Dormía en un cobertizo frío y oscuro, donde sólo había una esterilla, y la mujer me obligaba a hacer todo el trabajo de la casa. Aunque al principio tenía prohibido hacer la comida y tocar a sus hijos porque consideraba que era sucia y podía estar enferma, al poco tiempo acabé ocupándome de todo, por supuesto sin cobrar nunca nada. Me pegaba por cualquier cosa, todo el tiempo.
¿Cuánto duró esa situación?
En la casa de Jartum estuve siete años, hasta que decidió mandarme a Londres a servir a la casa de su hermana, que estaba casada con un diplomático de la Embajada de Sudán. Fue allí donde, aprovechando la ausencia de esta mujer y su marido, que volvieron temporalmente a Sudán, logré contactar tras varios días con alguien que me entendió en árabe y me puso en contacto con un abogado.
¿Denunció a sus amos?
Les denuncié, pero tenían inmunidad diplomática y simplemente fueron deportados a Sudán. En cuanto a la familia de Sudán, allí nadie va a hacer nada porque es normal, al igual que en otros países africanos, donde muchos niños trabajan como esclavos domésticos y lo único que tienen a cambio es el sustento.
Tras su experiencia, ¿es optimista ante el futuro?
Ahora lo soy, aunque cuando logré escapar estaba completamente destruida, y tan traumatizada que ni siquiera podía comprender el hecho de ser libre. Pero ahora soy libre y puedo hablar por todos los que no tienen voz.
¿Cómo se puede luchar para acabar con la esclavitud infantil?
Uno de mis objetivos ahora es llevar a las montañas Nuba la educación para que los niños conozcan cuáles son sus derechos. La educación es lo más importante, porque es lo que va a proporcionar un futuro a los niños, y si tienen futuro tendrán una vida mejor.
¿Cuál es el principal obstáculo para solucionar el problema?
Es muy difícil cambiar la situación. Por ejemplo, en Sudán todos los dirigentes son árabes, y allí las personas de color no tienen ninguna oportunidad. Por eso creo que, si los niños negros se educan y conocen sus derechos, podrán enfrentarse mejor a los problemas.
Es sorprendente que en Europa existan casos como el suyo. ¿Qué hay que hacer si se sospecha de una de estas situaciones?
Hay que fijarse en si el niño es o no de esa familia, si va a la escuela... Pero si se sospecha hay que denunciarloa la policía.
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