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Elecciones en Venezuela El chavismo acaricia una victoria en las urnas ante la división del frente opositor

Maduro cohesiona al oficialismo de cara a unos comicios que podrían abrir un nuevo tiempo político en el país, con la reanudación del diálogo entre el gobierno y la oposición. Los sondeos prevén una alta abstención por el desinterés de una población angustiada por la crisis.

Partidarios del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) participan en el cierre de campaña en Caracas
Partidarios del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) participan en el cierre de campaña en Caracas. Miguel Gutiérrez / EFE

Cohesionado, el chavismo se prepara para festejar una victoria en las elecciones regionales y municipales que se celebran el domingo en Venezuela. La relevancia política de los comicios -con el regreso de la oposición al terreno electoral y la presencia de observadores internacionales- contrasta con la apatía generalizada de una población asfixiada por las duras condiciones de vida derivadas de la crisis sanitaria y económica que sufre el país. Las divisiones en el frente opositor alimentan las opciones del oficialismo. Si se cumplen los pronósticos de los sondeos, el presidente Nicolás Maduro verá reforzado su liderazgo. La incertidumbre, no obstante, mantiene en vilo al gobierno, temeroso de que el malestar social acabe trasladándose a las urnas.

El domingo se eligen en Venezuela 23 gobernadores, 335 alcaldes y varios cientos de concejales y parlamentarios locales. El oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y sus aliados podrían acaparar buena parte de los cargos institucionales, según los sondeos realizados por consultoras como Datanálisis y ORC Consultores, si bien la dispersión de candidaturas y la naturaleza local de los comicios no permiten mostrar un escenario global. La principal novedad de la cita electoral es la participación de casi todas las corrientes de la oposición, cuyo núcleo duro se alejó de las urnas en 2017.

Aunque todavía existen algunas fisuras en el oficialismo (especialmente en su ala izquierda, más chavista que madurista), sus líderes son conscientes, tras 23 años en el poder, de la necesidad de mantener la unidad en las urnas. Tanto Maduro como el número dos del régimen, Diosdado Cabello, han sabido repartirse los papeles. El gobierno es cosa de Maduro. Cabello controla el aparato partidista. El Gran Polo Patriótico (la coalición gubernamental en la que se agrupa el PSUV) es fruto de ese esfuerzo de cohesión. El chavismo ha buscado también la legitimidad internacional al impulsar una cierta apertura política y económica. El Consejo Nacional Electoral se ha renovado y dos de sus cinco miembros ya no responden al gobierno. Y por primera vez en 15 años participan en el proceso electoral observadores internacionales de la Unión Europea, Naciones Unidas y el Centro Carter. "Esos avances institucionales generan esperanzas en el sentido de que el madurismo trataría de recuperar una cierta normalidad, pero hay que ver hasta qué punto existe la voluntad por parte del gobierno de avanzar hacia una normalización política", explica a Público Anna Ayuso, investigadora senior para América Latina del CIDOB (el Centro de relaciones internacionales de Barcelona).

En contra del chavismo juega la reciente decisión de la Corte Penal Internacional de abrir una investigación a Venezuela por la comisión de presuntos delitos de lesa humanidad contra manifestantes opositores. Menos mella ha hecho en el régimen la extradición a Estados Unidos de Alex Saab, operador financiero de Maduro. Washington lo acusa de blanqueo de capitales. Su detención paralizó el proceso de diálogo mantenido por el gobierno y la oposición en México. Una negociación que el chavismo reactivará a buen seguro tras las elecciones si obtiene un buen resultado. En cualquier caso, desde que Hugo Chávez se instalara en el Palacio de Miraflores en 1999, el bloque bolivariano ha mostrado una enorme capacidad para perpetuarse en el poder.

Una oposición sin rumbo

La oposición, por su parte, parece ensimismada en su propia confusión. Ha perdido la iniciativa política que le brindó la victoria legislativa en 2015, cuando la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se hizo con la mayoría en la Asamblea Nacional. Las peleas de gallos han sido habituales desde entonces y los liderazgos que surgieron hace una década se apagan por las divisiones y el choque de egos. Mientras el oficialismo cerraba filas en torno a Maduro, la oposición, dubitativa, se apuntó tarde a la batalla electoral y todavía hoy sigue enfrascada en discusiones bizantinas sobre la idoneidad de acudir a las urnas. "La oposición se ha equivocado muchas veces y Maduro ha sido un maestro a la hora de enfrentar a unos contra otros, abriéndose al diálogo con algunos sectores mientras inhabilitaba a otros dirigentes", subraya Ayuso.

La desunión opositora ha hecho aflorar cientos de candidaturas pertenecientes a tendencias diversas. La principal coalición es la Plataforma Unitaria, con el denominado G4 a la cabeza (Acción Democrática, Voluntad Popular, Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo). La Plataforma recoge el testigo de la MUD pero con dinámicas internas más verticales. Sus candidatos compiten en muchos estados con los de la Alianza Democrática, a la que pertenecen formaciones más moderadas que ya participaron en las elecciones parlamentarias de 2020, desestimadas por el núcleo duro de la oposición. Hay, además, un reguero de candidatos independientes y partidos emergentes, como Fuerza Vecinal. Un batiburrillo de siglas y aspirantes, en definitiva, que se restarán fuerza entre sí en favor del chavismo, como explica a Público desde Caracas el politólogo Carlos Romero: "Ese maremágnum no contribuye a minar al chavismo. De una manera algo cínica podría decirse que estas elecciones son una especie de primarias de la oposición para ver quién recoge lo que quede de ese espacio a partir del 22 de noviembre". En esas 'primarias' habrá que prestar atención a algunos dirigentes en ascenso, como Laidy Gómez, actual gobernadora del estado de Táchira, o David Uzcátegui, candidato de Fuerza Vecinal por el populoso estado de Miranda.

Descontado el triunfo de Maduro, el mapa electoral que arroje el 21N servirá para vislumbrar futuros liderazgos en las filas de la oposición. El autoproclamado 'presidente encargado' de Venezuela, Juan Guaidó, el excandidato presidencial Henrique Capriles y el dirigente exiliado Leopoldo López acumulan fracaso tras fracaso. Para Andrés Cañizález, académico venezolano y experto en Comunicación, estos líderes han vivido abrazados a la idea de una salida fácil, 'mágica', para Venezuela. "Hay un problema de fondo: pensar que en Venezuela iba a haber una solución externa para arreglar los problemas internos del país". Esa estrategia de involucrar a la comunidad internacional ha sido predominante durante los dos últimos años. "Es como si los venezolanos hubieran estado comiendo palomitas y esperando a que llegaran los marines, como si se tratara de una película", ironiza Cañizález en conversación telefónica desde Caracas. Pese a su juventud, Guaidó, Capriles y López han envejecido políticamente, advierte Romero: "Una de las pocas cosas positivas de este proceso electoral es la aparición de una nueva generación dispuesta a dirigir la política venezolana". Para Ayuso, la oposición "necesita relevos con liderazgos menos personalistas que los actuales, dirigentes que no se vean como rivales entre ellos y que generen entusiasmo entre la ciudadanía".

Centrado únicamente en el frente internacional, Guaidó continúa mirándose en el espejo como un presidente interino gracias al apoyo de Estados Unidos y otros países, pero Cañizález cree que ha perdido el contacto con la realidad: "El gobierno interino es una virtualidad". El poder lo ostenta el chavismo y su enésima reinvención lo ha llevado a la antesala de estas elecciones con ventaja frente a sus rivales. El pronóstico del académico venezolano es demoledor para la oposición: "El gobierno va a ganar abrumadoramente el domingo con un proceso electoral validado por observadores internacionales. Frente a esa unidad del chavismo, la oposición ha mostrado liderazgos infantiles, disputas en las redes sociales, enfrentamientos dialécticos entre candidatos. No ha logrado trazar una hoja de ruta que se conectara con el malestar de la sociedad, ni construir una fuerza esperanzadora".

Ese malestar social no parece que vaya a manifestarse en las urnas pese a que una mayoría (ocho de cada diez venezolanos) apuesta por un cambio de gobierno, según un estudio de la consultora Delphos. El PIB ha caído un 70% en los últimos años y la hiperinflación alcanza cotas estratosféricas. Pero la apatía política predomina entre una parte de la población que no considera que sus condiciones de vida vayan a cambiar a partir del lunes gane quien gane. La despolitización de la ciudadanía, traducida en una alta abstención según los sondeos, favorece al chavismo, que cuenta con recursos y militancia para movilizar a los suyos, más predispuestos a la votación que los opositores. "La paradoja es que ese ánimo de cambio que reflejan las encuestas no se expresa en una relación causa-efecto -señala Romero-, porque la oposición no ha sabido aprovechar esa tendencia generalizada de malestar social para convertirla en votos".

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