Este artículo se publicó hace 3 años.
La reconstrucción de Gaza, otro brindis al sol
Las promesas de EEUU y sus aliados de contribuir a la reconstrucción de la Franja de Gaza acabarán como en otras ocasiones, es decir adelgazando en las cantidades comprometidas e ignorando el problema de la ocupación. La fracción de ayudas que finalmente llegará a Gaza no podrá gestionarse sin la aprobación de Hamás, a lo que se niegan los occidentales, de manera que apenas tendrá repercusión en la vida cotidiana de la población.
Eugenio García Gascón
Segovia-
Después de la última guerra de mayo entre Israel y Hamás, la administración Biden considera prioritaria la reconstrucción de la Franja de Gaza, pero es un plan que cuenta con numerosos obstáculos que con toda seguridad impedirán una vez más este objetivo, empezando por las condiciones que impone Israel, quien se encuentra cómoda con la situación de asfixia económica de sus más de dos millones de palestinos.
Está por verse si Washington consigue soslayar los problemas derivados de la política israelí contra los palestinos, incluso después de que a finales de mayo el secretario de Estado Antony Blinken prometiera una asistencia humanitaria a Gaza de 38 millones de dólares, que se añaden a los 250 millones anunciados este año por EEUU para desarrollo, economía y cuestiones humanitarias, la mayor parte a través de la UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados. A las ayudas de EEUU hay que añadir otros 500 millones de dólares comprometidos verbalmente por Qatar y Egipto, los 22,5 millones anunciados por la ONU, los 9,8 millones anticipados por la Unión Europea, los 49 millones de Alemania, los 4,5 millones del Reino Unido, el millón anunciado por China, y probablemente otras cantidades que están en camino.
Todo este dinero podría aliviar ligeramente la desesperada asistencia inmediata que necesita la población de Gaza, aunque en realidad es un parche que está destinado a ocultar la falta de intención política de resolver el conflicto con Israel, especialmente por parte de EEUU y Europa, que son los principales responsables de la crítica situación de los palestinos.
Washington ha dejado claro que la ayuda debería canalizarse a través de la Autoridad Palestina, un gobierno con sede en Ramala pero totalmente desacreditado por la sumisión y obediencia incondicional de su presidente, Mahmud Abás, a la voluntad de Israel. El propio Abás canceló in extremis hace solo unas semanas las elecciones cuando vio con claridad que Hamás iba a ganarlas con holgura.
Aunque la Autoridad Palestina no gobierna la Franja de Gaza desde 2007, los americanos insisten en que debe ser ese gobierno el que canalice la ayuda, puesto que a Hamás, que gobierna la Franja, se le considera una "organización terrorista". El problema es que Hamás persevera en que ellos deben ser los encargados de distribuir el dinero.
Todos son conscientes de que es tarea imposible gestionar la ayuda sin contar con el gobierno de Hamás, pero insisten en ello de una manera que solo satisface a Israel y que resultará inútil a medio y largo plazo, de ahí que algunos observadores califiquen esta cuestión de un brindis al sol sin el menor sentido para una economía que según la ONU está al borde del colapso.
En la última guerra murieron 242 palestinos y casi 2.000 resultaron heridos, 53 escuelas y 17 hospitales y centros de salud resultaron dañados y, sobre todo, 77.000 gazatíes fueron desplazados de sus hogares por los bombardeos israelíes. Esto sin contar que las bombas destruyeron dos tuberías de agua que servían a unos 200.000 palestinos.
De momento, ni una pequeña fracción de la ayuda ha llegado a su destino. Sin embargo, los dirigentes occidentales siguen a su bola, ignorando la realidad de la ocupación y la expansión colonial en los territorios ocupados. Para Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, y ex directora del Fondo Monetario Internacional, como para todos sus colegas europeos y americanos, el elefante de la ocupación ni siquiera existe.
No es extraño que Israel desee controlar la ayuda, puesto que al fin y al cabo puede presentar su comodín de que Hamás es una "organización terrorista", lo que le permite castigar a toda la población palestina con el consentimiento de Occidente. El exprimer ministro Benjamín Netanyahu ha dicho que a Israel le interesa tener una Autoridad Palestina débil y una Hamás fuerte, y en esa dirección va la política del estado judío, que impide acabar con la ocupación.
Esto se aprecia perfectamente en la ayuda que tiene su origen en Qatar, que desde 2018 llega regularmente a través del aeropuerto de Tel Aviv y es vigilada por las fuerzas israelíes en su trayecto desde ese aeropuerto a Gaza. Gran parte de esa ayuda se destina a pagar el combustible israelí que permite funcionar a la única planta de energía que hay en la Franja, a financiar infraestructuras y a las familias más pobres.
Dentro de Israel existe un debate acerca de la conveniencia o no de permitir que la ayuda qatarí llegue a la Franja, puesto que algunos militares sostienen que una parte de dinero sirve a Hamás para adquirir armas y expandir la red de túneles que tiene una extensión estimada de cientos de kilómetros.
La semana pasada Israel impidió que 30 millones de dólares qataríes entraran en Gaza. Rápidamente Hamás amenazó con reconsiderar el alto el fuego, y los israelíes están trabajando para replantear su posición con respecto a toda la ayuda que pueda llegar a partir de ahora, incluida la ayuda de reconstrucción mencionada más arriba.
Es muy difícil que la administración de Washington y los demás países y organizaciones que han prometido dinero eludan la nueva posición israelí, de manera que la ayuda está en el aire, sin ignorar que aunque llegue a su destino servirá de muy poco y no resolverá el viejo problema de la miseria.
En cualquier caso, para reparar las infraestructuras destruidas en los bombardeos de mayo se necesitarían miles de millones de dólares, y eso dinero nunca llegará a la Franja. De hecho, ya en la guerra de 2014 hubo 170.000 personas que perdieron sus viviendas y siete años después muchas familias siguen sin poder volver a sus hogares.
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