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¿Cómo ven el conflicto Rusia-Ucrania en los países exsoviéticos?

Los países que Moscú considera de su zona de influencia observan con detenimiento la situación en Ucrania a la espera de las consecuencias que pueda tener para sus respectivos intereses.

Un cartel reza 'Viva Ucrania' en ucraniano en pleno centro de Tibilisi (Georgia)
Un cartel reza "Viva Ucrania" en ucraniano en pleno centro de Tibilisi (Georgia). Àlex Bustos

Lo que Moscú ha tildado de "operación militar especial", supuestamente para "desnazificar" Ucrania ha despertado todo tipo de sentimientos en los países vecinos de Rusia, especialmente en aquellos que formaron parte de la Unión Soviética. Mientras que algunos han apoyado a Rusia sin ningún pudor, como Bielorrusia, otros temen ser los siguientes en recibir la ira del Kremlin, como es el caso de Georgia o Kazajistán. Por otro lado, también hay países que se están viendo perjudicados de forma indirecta, como Armenia o los países de Asia Central.

El Gobierno bielorruso es el más pro-Kremlin de la zona. Especialmente desde el año 1994, año en el que Aleksandr Lukashenko llegó al poder, Minsk y Moscú se han ido acercando progresivamente. Ambos forman parte del llamado Estado de la Nación, una confederación que desde hace años se rumorea que puede acabar con una absorción de Bielorrusia dentro de la Federación Rusa.

Explica Oleg Ignatov, analista del think tank Crysis Group que "cuanto más dure este conflicto, menos probable es que Bielorrusia se una". Opina que "al principio Moscú no quería que participaran los bielorrusos porque creían que no sería una campaña militar larga. Cuando eso cambió, Rusia se interesó en que el ejército bielorruso se uniera".

Aunque Lukashenko ha evitado una mayor implicación militar por ahora, sí que ha demostrado que quiere tener un papel importante en las negociaciones de paz. Y el presidente bielorruso así lo dijo este mes de abril: "No puede haber acuerdos por separado a la espalda de Bielorrusia". Incluso llegó a usar la palabra "guerra", un término tabú en Rusia, que suele utilizar la expresión "operación militar especial". Utilizar este término está castigado por las autoridades en territorio ruso, medios que la utilizaron fueron advertidos o clausurados.

A pesar del apoyo del Gobierno bielorruso, una parte de los ciudadanos bielorrusos han boicoteado como han podido el avance o el transporte de tropas a través de su territorio, con acciones como el sabotaje de infraestructura ferroviaria a través de hackeos. También ha habido protestas en grandes ciudades de Bielorrusia, que fueron reprimidas con detenciones.

Y al suroeste de Ucrania se encuentra otro pequeño país de bagaje exsoviético, Moldavia. Desde su independencia en los años 90, sus gobiernos han oscilado entre acercarse a Moscú o a la Unión Europea. Actualmente, quien ostenta el poder es el PAS (Partido de Acción y Solidaridad) de Maia Sandu, de corte más pro-occidental. Desde finales de febrero al país han llegado miles de refugiados ucranianos y, en algunos momentos, cerca del 70% de ellos fueron alojados en domicilios particulares.

Teniendo en cuenta que Moldavia es uno de los países más pobres del viejo continente –la mayor parte de la población tiene serios problemas para pagar gastos como, por ejemplo, el gas para calentarse en invierno– la llegada de miles de refugiados ucranianos generó inestabilidad en el país. Explica el analista que "la ayuda de la UE [a Moldavia] está jugando un papel crucial" para ayudar a Chisinau. Remata afirmando que, "en conclusión, la situación en el país permanece estable". En el Estado sin reconocimiento de Transnistria –reconocido internacionalmente como parte de Moldavia– hay un tercio de ucranianos. "Las autoridades de Transnistria ya han dejado claro que quieren estar fuera de esta guerra", contextualiza Ignatov. Aunque algunas voces señalan que Moldavia podría ser un objetivo de Moscú, asevera el analista que "hay mucha especulación (...). Hay riesgos de que Rusia quiera expandir el conflicto, pero así Moscú tendría más caos que no puede gestionar".

Una de cal y una de arena en el Cáucaso

Georgia sabe lo que es luchar contra Rusia. Su gente sabe lo que es batallar contra Moscú y perder, pues lo hizo en dos ocasiones, en los años 90 y en el 2008. Por ello su implicación con Ucrania ha sido clara desde el principio de lo que el Gobierno ruso a día de hoy sigue llamando "operación militar especial".

En sus calles hay muchas banderas y otros símbolos de apoyo a Ucrania, y hay numerosas campañas de donativos al ejército y civiles de este país. Hay también muchos georgianos luchando del lado ucraniano en el frente. Explica Maximilian Hess en Eurasianet que, a pesar de las malas relaciones entre ambos países, el país transcaucásico depende más de Rusia de lo que desearía, principalmente por el turismo y el comercio entre ambos países.

El Gobierno georgiano y su primer ministro, Irakli Garibashvili, se han posicionado tímidamente a favor de Ucrania, pero sin aplicar sanciones a Rusia. Una parte significativa de la población y de la oposición consideran que este país caucásico debería hacer más y las protestas de apoyo a Ucrania pueden derivar en protestas antigubernamentales. De momento, ya ha generado tensión entre primer ministro y presidenta del país, dadas sus diferencias de opinión.

Uno de sus vecinos, Armenia, es quien se encuentra en una posición más difícil. Aunque su población siente perfectamente el dolor de los ucranianos (en 2020 tuvieron una guerra corta pero dura contra Azerbaiyán por el territorio disputado de Artsakh), recuerdan que Kiev apoyó a Bakú en dicho conflicto.

Argumenta la periodista armenia Beatriz Arslanián que la sociedad "percibe la guerra de Ucrania como un deja vú y, en consecuencia, repudia cualquier acto de violencia contra cualquier nación". Añade que "el haberlo vivido en carne propia aporta una gran cuota de solidaridad hacia los civiles, quienes son siempre las principales víctimas de los escenarios bélicos". A pesar de la simpatía entre pueblos, a Yereván no le gusta el apoyo que Kiev dio a Bakú en 2020. Sobre esto comenta la periodista que "el lazo que hay entre los Gobiernos ucraniano y azerbaiyano hace ruido en la sociedad armenia, quien no olvida que Ucrania suministró armamento, como el fósforo blanco, a Azerbaiyán en la última guerra de Artsaj (conflicto de 2020)".

Remarca que incluso "hace unas semanas, el Parlamento de Ucrania hizo una publicación en su cuenta de Twitter felicitando a Azerbaiyán por la ocupación de una aldea de Artsaj llamada Paruj, que luego fue eliminada bajo el argumento de un error técnico". Además, la situación ha provocado nuevas tensiones en el Estado sin reconocimiento de Artsakh, internacionalmente reconocido como parte de Azerbaiyán pero controlado por la comunidad armenia que vive en él. Explica además que "el grupo Minsk de la OSCE, que oficia de mediador del conflicto de Nagorno Karabaj desde 1992 y funciona con un sistema de copresidencia de Estados Unidos, Francia y Rusia, está al borde del colapso".

Desde Bakú esta situación se vive de forma distinta. Arzu Geybulla, periodista de Azerbaiyán, remarca que su país "ha perseguido una política más o menos multivectorial para tener un vínculo fuerte con Turquía y buscando una relación estable con Rusia". Eso sí, apunta que "eso no significa que las relaciones entre Azerbaiyán y Rusia sean buenas ahora. Las tensiones en el último mes entre Karabkah y Azerbaiyán para tener el control de un pueblo controlado por las fuerzas de paz rusas y las acusaciones mutuas pueden llevar a la perturbación de las relaciones diplomáticas". También apunta que "un parlamentario ruso en televisión acusó a Azerbaiyán de violar el alto al fuego y de ser un satélite de EEUU y amenazó con destruir el sector energético azerí".

Asia Central, entre el miedo y la preocupación

En los "stanes" la situación es compleja. Dependen en gran medida de Rusia, más que los países caucásicos, especialmente en términos de seguridad y economía. Pero, por otro lado, también se ven como un objetivo potencial de una ofensiva rusa, especialmente Kazajistán.

Cuenta el especialista en Asia Central Fran Olmos que el principal impacto para Asia Central fue económico. Respecto a las divisas, explica que "el Banco Central kazajo ha inyectado 1.000 millones de dólares para evitar un colapso del tengue", aunque otras divisas como el som kirguís también sufrieron duros golpes. Las remesas son una fuente de ingresos muy importante para estos países. Depende en buena medida de los emigrados a Rusia, especialmente Kirguistán (31,3% de su PIB), Tayikistán (26,7%) y Uzbekistán (11,6%).

"En un primer momento, la devaluación del rublo – a principios de marzo- también significó que el dinero que llegaba a estos países era menos que antes, las remesas perdieron valor", argumenta. Además, "hay un número importante de migrantes centroasiáticos que han perdido el trabajo, otros han decidido regresar por desempleo y por los rumores de que va a haber una movilización, aquellos que tienen pasaporte ruso han decidido regresar".

Al final, apunta el analista que "esto – golpe económico y regreso de migrantes - puede acarrear problemas de índole social, la mayoría son hombres jóvenes". Desde un punto de vista social, "grosso modo, personas de 40 y 50 años para arriba consumen principalmente medios de comunicación rusos y se creen la narrativa oficial del Kremlin. Esto se ve en Uzbekistán y Kazajistán, por ejemplo". La generación más digital "tiene acceso a otros medios de información y no comparten la narrativa rusa", añade.

Políticamente, cuenta Olmos, "Kazajistán, Uzbekistán y Tayikistán están entre la espada y la pared, no pueden apoyar abiertamente a Rusia y no se pueden oponer, por los lazos políticos y económicos, no se pueden permitir enfadar a Moscú". Además de las preocupaciones económicas, también hay el temor a nuevas "operaciones especiales", tal y como las llama el Kremlin.

"Kazajistán y Rusia comparten la segunda frontera terrestre más grande del mundo, es un país cuya soberanía ya cuestionó Putin hace años, diciendo que el Estado kazajo no existió hasta Nursultán Nazarbayev –primer presidente del Kazajistán independiente– cada equis tiempo vemos a miembros de la Duma hacer declaraciones de tipo irredentista sobre Kazajistán", recuerda Olmos. Así lo expresó Sergei Savostyanov, diputado de la Duma local de Moscú, que pidió a finales de marzo extender la "operación" de Rusia para "desnazificar" Polonia, los países bálticos, Moldavia y Kazajistán. En la parte norte de este país viven importantes comunidades de poblaciones rusas.

Opina el experto que "si hay un país que tiene papeletas después de esto es Kazajistán. Sería la única opción para intervenir militarmente en Asia Central, con la misma excusa –proteger a los rusos étnicos- probablemente, no digo que vaya a pasar, pero allí sería más probable".

Bálticos, David contra Goliat

Los países bálticos, Estonia, Letonia y Lituania, son los que están, políticamente, más alejados de Rusia. Entraron en la OTAN y en la UE, y sus dirigentes llevan años advirtiendo de las intenciones belicosas del Kremlin.

Explica el politólogo estonio Tõnis Leht –ha trabajado durante muchos años como funcionario de la UE– que "los bálticos nunca tuvieron dudas sobre la verdadera naturaleza y objetivos a largo plazo del Estado ruso". Sentencia que "el objetivo en Moscú es restaurar su esfera de influencia y tener el control sobre los países exsoviéticos". Añade que lo que pasó en Georgia y lo que pasa en Ucrania ahora "prueba que esta idea no es una paranoia, es una realidad". Además, defiende que "con el régimen actual en Rusia es imposible tener buenas relaciones con Rusia. Para que eso sea posible, debería haber un cambio de régimen en Moscú y eso es muy improbable en el futuro próximo".

Estonia, Letonia y Lituania han sido los países (junto a Polonia) de la UE más partidarios de sancionar tanto a Rusia como a Bielorrusia. Ya lo fueron después de las elecciones presidenciales bielorrusas y la ola de protestas y represión de 2020 o la crisis migratoria provocada por Minsk de 2021.

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