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Los visados de EEUU generan violencia en la disidencia cubana

FERNANDO RAVSBERG

Con dos personas apuñaladas terminó una reunión de la disidencia. En un primer momento hubo mucha confusión porque Guillermo Fariñas declaró al Herald de Miami que fue atacado por “un agente provocador de la Seguridad del Estado, que irrumpió cuando se realizaba un encuentro opositor”. Posteriormente, cambió la versión afirmando a un periódico disidente de Cuba que “el agresor, José Alberto Botell Cárdenas, asistía a la reunión como miembro de la organización, cuando de forma inesperada esgrimió un cuchillo y comenzó a agredir a los asistentes”.

En tanto, varios blogs cubanos publicaron la fotocopia de una carta enviada por la Oficina de Migración de los EEUU a Fariñas en la que le dicen que, siguiendo sus recomendaciones, se les niega los visados a varios disidentes, entre ellos a José Alberto Botell Cárdenas. El prolongado silencio del norte me hace pensar que la carta que circula por internet es auténtica.

De serlo, representa un hecho sin precedentes: que las autoridades de migración estadounidense pregunten a políticos de otro país a quiénes se les debe extender los visados y a quienes no. El Nuevo Herald de Miami está preocupado por lo ocurrido y en un artículo de opinión les concede a los opositores el derecho de solucionar entre ellos sus problemas internos pero les advierte también sobre “la imagen que están dando al exterior algunas agrupaciones”.

Agrega el periódico que estas agresiones “forman parte de una situación alarmante” y que “en las últimas semanas se ha producido una escalada de denuncias y acusaciones, en algunos casos de recriminaciones mutuas, que perjudica la imagen de algunos miembros de la disidencia”. El propio Guillermo Fariñas reconoce que está “ejerciendo como mediador en un conflicto que surgió entre las Damas de Blanco y la UNPACU en la zona oriental”. Hace poco tiempo las Damas de Blanco del oriente rompieron su relación con las de La Habana por problemas financieros.

El problema con los visados para los EEUU está provocando más de un altercado entre los opositores. El doctor Darsi Ferrer, máximo dirigente de UNPACU, recientemente hizo pública una protesta contra la sede diplomática de EEUU en Cuba porque le negaron el visado a su hijo. Realmente durante los últimos años la disidencia está siendo más noticia por sus problemas y choques internos que por actividades opositoras.

Cuatro temas la golpean, el reparto del dinero, el otorgamiento de visados de EEUU, el personalismo de sus dirigentes y la infiltración. El exembajador de Washington en Cuba, Jonathan Farrar, reconocía en los mensajes secretos enviados al Departamento de Estado dos de estos problemas: el interés excesivo por el dinero estadounidense y el protagonismo extremo de muchos dirigentes de la oposición.

Lo que no reconoció fue que es el propio gobierno de los EEUU el que genera ese afán monetario cuando anuncia públicamente cada año la entrega de 20 millones de dólares. Y ahora, según parece, crea un nuevo problema poniendo en manos de los disidentes el otorgamiento de visados. El exceso de protagonismo de los diferentes líderes opositores no es nada nuevo, sin dudas ha sido y es el mayor obstáculo para la unidad de la disidencia, la cual continúa fragmentada en pequeños grupos incapaces de establecer una plataforma común que les dé una presencia real. Existe además la penetración de los servicios de seguridad pero estos no crean las debilidades de la oposición sino que se valen de ellas para combatirla. Seguramente a estos les sería más complicado dividir si hubiera menos personalismos y más transparencia con las finanzas y los visados.

Pocos grupos políticos en el mundo tuvieron tan buenas condiciones para crecer como la disidencia cubana durante la crisis económica de los años 90, cuando los apagones eran de ocho horas diarias, faltaban los alimentos básicos, escaseaban las medicinas y desapareció el transporte público. En aquellos años la gente estaba desencantada, la Iglesia Católica coqueteaba con la oposición y esta contaba además con un apoyo internacional generalizado, a tal punto casi ningún político extranjero visitante dejaba Cuba sin haberse entrevistado con los disidentes más destacados.

Tampoco la oposición tuvo la habilidad política para apoyar y empujar las reformas de Raúl Castro, a pesar de que algunas de ellas habían sido reclamos de la disidencia como la liberación de los presos políticos, la apertura migratoria o la multiplicación del trabajo por cuenta propia.

Levantando solo las banderas de los DDHH, el pluripartidismo y la economía de mercado, los opositores han terminado con muy poca influencia en la población de la isla, tal y como confesara el exembajador estadounidense Jonathan Farrar a sus jefes de Washington. Pero lo cierto es que son los propios EEUU los que generan las mayores debilidades de la disidencia, ofreciendo millones de dólares, visados selectivos y una agenda política muy abstracta que puede atraer votos en Miami pero ha demostrado ser poco atractiva para los cubanos de la isla.

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