Opinión
Lo que Budapest nos enseñó

Por Paco Tomás
Periodista y escritor
Fue en abril cuando volvimos a ver las orejas al lobo. No sé cuántas veces van ya. El gobierno húngaro de Viktor Orbán, aliado y financiador de la extrema derecha española, prohibía las manifestaciones del Orgullo LGTBIQ+ llevaban celebrándose desde hace 30 años en nombre de una ley que vulnera los derechos humanos con la excusa de una falsa protección de la infancia y adolescencia. Creen que la homosexualidad es perniciosa y además, se contagia. Y lo único infeccioso aquí es una lgtbifobia miserable que utiliza a la infancia como escudo humano con el que resguardar su crueldad.
Hungría, un país de la UE, sigue la estela política de los últimos años: ser un matón de patio de colegio, ser el cabrón que amedrenta para imponer su fanatismo. Está de moda ser mala persona, que decía Gabriel Rufián. Sin embargo, las entidades activistas afirmaron que iban a salir a las calles igualmente, poniendo en riesgo su integridad física y mental, porque las autoridades, además de imponer multas a quienes participasen de la manifestación, utilizarían software de reconocimiento facial para identificar a las personas y enfrentarlas a cargos penales y hasta un año de cárcel. Y, por si eso fuera poco, permitieron dos concentraciones de ultraderecha con un recorrido similar al de la manifestación queer.
Y la respuesta a ese escenario desolador fue el verdadero espíritu de Stonewall: la unión que nos hace invencibles. El sábado pasado, Budapest nos dio una lección a todos esos países que celebramos una, dos, tres o cuatro manifestaciones libres del Orgullo LGTBIQ+ en las que parece que se estuviera compitiendo por saber quiénes son más auténticos y más válidas que las demás. Las casi 300.000 personas que recorrieron las calles de Budapest, desafiando al ultraderechista de Orbán, nos volvieron a recordar que solo conseguimos derechos cuando hacemos que nuestras diferencias luchen juntas.
Como le escuché el pasado jueves a la activista Sylvia Jaén, la norma es el privilegio. Y lo dijo en un acto dentro de un orgullo pequeñito, en la localidad de San Bartolomé, en Lanzarote. Es el privilegio lo que nos hace creer que una lucha no va con nosotros. Es el privilegio el que nos ciega. Y ahí estamos todes, en mayor o menor medida. Nadie está al otro lado del privilegio. Hay quien tiene más y quien tiene menos y sería ridículo ponernos a buscar en el planeta a la persona con cero privilegios para que lidere la revolución. La revolución somos nosotras, juntas. Y lo que somos capaces de hacer con nuestro privilegio. Acudir a manifestarse a Budapest, apoyar a las comunidades LGTBIQ+ húngaras, es un ejemplo de lo que podemos hacer con nuestro privilegio. Porque pagarse un billete y un alojamiento en Budapest solo se puede hacer desde el privilegio. Pero el resultado nos beneficia y hermana a todas. Yo no tenía dinero para ir pero sentí que estaba ahí. Y ojalá los Word Pride fuesen más reivindicativos y nos convocasen en países donde el Orgullo LGTBIQ+ está prohibido y es un riesgo. Porque ahí es donde hacemos falta.
Opino que el enemigo no es un chaval gay blanco de un pueblo de Extremadura que viene al Orgullo estatal a sentirse libre, a divertirse, a reivindicar y a follar. Él no es el responsable de la gentrificación y de que no podamos acceder a una vivienda digna. El enemigo no es la persona que se alquila un airbnb con cuatro amigas como tampoco lo es la persona precaria que compra comida procesada en el Carrefour porque es más barata. El enemigo es el sistema que permite que haya empresas lucrándose con la precariedad. Si confundimos al enemigo, estamos jodidas.
Creo que una disidencia es lo mejor que le puede pasar a cualquier movimiento por los derechos civiles. Hoy, cuando estamos celebrando los veinte años del matrimonio igualitario, recuerdo a los grupos queer que en aquellos años ya cuestionaban por qué había que invertir tanto esfuerzo y canalizar toda la lucha LGTBIQ+ en conseguir un derecho tan conservador como el matrimonio. Pero no porque estuvieran en contra de que cada uno decida el modelo de relación y de vínculo legal que quiere mantener con su o sus parejas sino porque pensaban que había otras urgencias más importantes, como la ley de identidad de género. El matrimonio no tiene nada que ver con el amor. Tiene que ver con la pensión de viudedad, con la enfermedad y con poder tener a la pareja a tu lado, en el hospital; con el reconocimiento legal de tu relación en el extranjero, con divorcios más justos. Y a todo eso, también teníamos derecho. Y está muy bien que las disidencias se quejen y reivindiquen sus postulados porque, si dejamos al margen nuestro privilegio, podremos escuchar que esas palabras solo pretenden ampliar los márgenes para que cada vez quepamos más personas en la calzada principal.
Siento que, como le leí al escritor y activista Ramón Martínez, ha llegado el momento de desterrar el ames a quien ames y el seas como seas. Ya no va de amor ni de esencia identitaria. Va del derecho a existir, a expresarnos, a desear y a disfrutar.
Pensad en cómo felicitó el PP el Orgullo en sus redes sociales. #OrgulloyPPunto era el hashtag. Solo orgullo. Sin LGTBIQ+. Y punto. Imponiendo. Negándonos la historia. Y con frases del tipo "frente a quien colectiviza, libertad". Nos quieren separadas porque así somos más vulnerables. Nuestra propia diversidad, nuestras diferencias, no pueden empujarnos hacia la fragmentación porque entonces rompemos ese espíritu de Stonewall, donde todos coincidían que aquel lugar, definido por su clientela como "un abrevadero de la sabana", donde iban a beber las cebras, los tigres, los elefantes y los ñus. Para Abascal, Ayuso, Milei, Trump, Orbán o Putin -y ojo, para todas aquellas personas que les votan- no hay distinción entre Orgullo Estatal, Orgullo Vallekano, Orgullo Crítico u Orgullo de San Bartolomé. Todes íbamos a correr la misma suerte.
La manifestación de Budapest demostró que unidas tenemos más fuerza. Que nuestro Orgullo no necesita carrozas, ni marcas haciendo pinkwashing, ni bloques no mixtos ni reglas. Solo necesita focalizar en el enemigo real y salir juntas, más mixtas que nunca, abriéndonos a las personas aliadas, para ocupar las calles, avenidas y plazas con nuestras reivindicaciones y nuestra alegría. Cuando asumamos eso, dará igual en qué orgullo nos visibilicemos o si asistimos a los tres, porque en los tres hay reivindicaciones que nos representan. Dará igual porque sabremos que cuando lleguen los malos, porque seguramente en algún momento llegarán, van a tener que enfrentarse a muchas unidas y no a unas cuantas dispersas.
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