Opinión
De la despoblación

La despoblación rural ni es nueva ni tiene posibilidades reales de revertir. Por el contrario, tiene todos los números para convertirse, lentamente eso sí, en causa de asunción colectiva de nuevas formas de explotación por razón de una asumida inexorabilidad. En esta inevitabilidad hay muchos factores entre los que el clientelismo social y político, construido durante los últimos 40-50 años, que vive el mundo rural no es el menor.
Hablar de revertir la tendencia a la despoblación es un ejercicio de cinismo que debería hacer saltar las alarmas de la racionalidad. Por contra, todo el mundo asume que el tren de alta velocidad es estupendo como modelo de movilidad sostenible. Y nadie, a excepción de algún grupo minoritario, habla del ferrocarril convencional que no hace tanto permitía, por ejemplo, viajar desde Monzón a cualquier parte de España.
Por mucho que nuestros representantes públicos se atraganten de tópicos, ferias de pueblo e idealismos pretéritos; la realidad de los hechos es que la despoblación es una estrategia del neoliberalismo y que como este no se admite a debate, aquella no se pone en discusión. Un poco de maquillaje será suficiente y, dada la inversión que hace el Gobierno aragonés en publicidad institucional, la apariencia quedará preciosa. Todo apariencia porque el espectáculo no puede parar.
La mentira es una planta tremendamente vivaz que crece en todo tipo de suelos —de secano o de regadío, tanto en las ciudades del centro en donde la libertad sale de los grifos de cerveza o en la, mal llamada, "España Vacía"— de la periferia en donde los vaciadores se ofrecen a resolver el grave problema que ellos mismos han generado y venden como solución al vacío la repetición de las fórmulas que lo crearon. Para eso repiten y vuelven a repetir las mismas ideas ariete contra la cansada población que, desgraciadamente, tira poco de hemeroteca y menos aun de historia.
Hablan y no dejan de hablar de la creación de puestos de trabajo en la globalizada agroganadería industrial, en uniones de estaciones de esquí, en la ampliación del regadío, a pesar de que hay menos agua disponible o en la organización de grandes eventos. No sería de extrañar que dentro de poco, se hable de otros Juegos Olímpicos que entretengan al personal y compongan titulares. Todo vale para que esa población, a la que cada vez le cuesta más discernir si el hecho de que las granjas sean cada vez más grandes aumenta el empleo o lo destruye, adopte el papel de “…Casca nueces vacías, Colón de cien vanidades, que vive de supercherías que vende como verdades”. Hace más de cien años el maestro Machado tipificó bien las actitudes que las gentes, también las del campo y de la aldea, adoptan ante el devenir diario.
Quien pretenda algo de originalidad, frescura y análisis a este ya manido mantra comunicativo de la despoblación, debería introducir un "previo" vital antes de atreverse a lanzar ninguna propuesta. Esta idea, ese previo, no es otro que la sencilla valoración de que la sociedad, toda la sociedad, la de la ciudad y la del campo, tiene que sufrir un cambio radical de acuerdo a las exigencias de un planeta que no consiente más demoras. Sin ese preámbulo estaríamos condenados, como Sisifo, a la repetición eterna.
La modernidad líquida de los límites planetarios y la previsible escasez de materias primas, corre el peligro de definir una sociedad de exclusiones e individualismos y en ese estado de cosas, mantener la dicotomía entre rural y urbano sería un grave error. Como sería un gran error que lo rural siga mirando a lo urbano como el pariente pobre que reclama el derecho al ascenso que, efectivamente, se le ha negado desde el invento del "progreso". Y aunque es cierto que aquel progreso vació los pueblos para construir una sociedad instable, estamos ante un tiempo nuevo en el que no valen añoranzas ni recetas fracasadas.
El momento no admite componendas ni repeticiones de formas de relación ni mantenimiento de modelos que saltan cada día por los aires. Reeditar las mismas forma de relación que nos han traído hasta aquí es fracaso asegurado, pero tristemente, no parece que haya suficiente sensibilidad ni voluntad colectiva para emprender la redacción del siguiente capítulo del futuro.
Para dialogar,
preguntad primero;
después...; escuchad.
Antonio Machado
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