Opinión
Finanzas mundiales que invierten en el peor de los mundos posibles

Sangomar es una rica zona pesquera de la costa de Senegal. Conocida como “el granero” del país, es fundamental para la reproducción de especies pelágicas (jurel, merluza, sardinas…) y tiene 87.000 hectáreas como Área Marina Protegida. Justo es allí donde el gobierno senegalés ha llegado a un acuerdo con la empresa australiana Woodside, que ya explora un gigantesco yacimiento submarino de petróleo, cuya primera fase ha costado unos 5.000 millones de dólares. Entre los financiadores, la Corporacion Finnaciera Africana (AFC), entidad panafricana de origen nigeriano, y otras entidades a las que resulta difícil seguir la pista. Mientras la atmósfera planetaria alcanza, por vez primera en un año, una temperatura media 1,5ºC superior a la preindustrial, se siguen dando créditos para financiar “el peor de los mundos posibles”: el de un cambio climático que, de momento, avanza y requiere acciones urgentes ya.
En la región senegalesa de Sangomar habita Abdoulaye Ndiaye, representante de miles de pescadores locales que viven con el alma en vilo, no sólo porque la explotación petrolera les ha reducido su espacio de pesca artesanal, sino por el riesgo de que se vacíe de peces y un día tengan que coger una patera rumbo a Europa, como denuncia en un medio local. Este proyecto de Senegal, nuevo país petrolero y gasístico africano, es el de uno de tantos para los que se encuentra un dinero que no aparece cuando se trata de dotar de recursos a la mitigación (es decir, a evitar que vaya a más) y a la adaptación a lo que ya tenemos encima.
Y es que comienza este 2025 viendo arder mansiones en Los Ángeles cuando aún tenemos muy presente que 2024 fue el de la mortífera dana en Valencia, el del huracán Milton en Estados Unidos, el de los fuegos en Chile o el del verano que se secó durante unas semanas el río Amazonas. También fue el año de una Cumbre del Clima en Arzebaiyán en la que los líderes del mundo miraron a otro lado.
Cada día es más evidente que, además, estos impactos alcanzan un coste con cifras astronómicas: se calculan más de 500.000 millones solo en pérdidas por lluvias torrenciales el pasado año. Ya son más que los 300.000 millones anuales que se acordaron en Arzebaiyán para apoyar en los estragos del cambio climático a todos los países pobres del planeta, y no ahora sino dentro de diez años.
¿Parece mucho dinero? Pues depende. Por una exhaustiva investigación de Alianza por la Solidaridad-Action Aid, llamada “Así se mueve el mundo: los bancos echan leña al cambio climático”, sabemos que en 134 países del Sur Global las entidades financieras mundiales invierten hasta 20 veces en proyectos de gas y petróleo o en la agroindustria (culpable del 22% de las emisiones) que en acciones que impulsen su desarrollo y su adaptación al nuevo escenario climático. Solo en los siete años posteriores a la Cumbre de Paris, se financió a la industria de los combustibles fósiles mundial con 3,2 billones de dólares y hasta 370.000 millones fueron a la agroindustria. El informe pone nombre a quienes están detrás de estas operaciones, aunque sus directivos no duden en ponerse medallas de sostenibilidad en los muchos foros donde tienen voz. A nivel internacional, se menciona a los tres principales bancos chinos, Barclays, Bank of America, HSBC o JP Morgan; en España, a la cabeza de estas inversiones destaca el Banco de Santander, el BBVA, Caixanbank, Bankinter o el Banco Sabadell. Todos dicen tener compromisos para alcanzar las “emisiones cero” para 2050, pero ¿cómo piensan hacerlo si siguen facilitando dinero a negocios que van en la línea contraria?
En total, las entidades bancarias españolas, se asegura, destinaron en esos siete años un total de 33.600 millones destinados al petróleo, al gas y al carbón. Otros 9.000 millones se invirtieron en la agricultura industrial. Y entre las compañías beneficiadas, hay corporaciones como la brasileña Petrobras, que ha sido denunciada por su empeño en explotar pozos de petróleo en la Amazonía. De hecho, en abril pasado recibió licencia para abrir 20 nuevos en plena selva. Pero ninguna normativa regula hoy el impacto climático de esta financiación, algo especialmente cuestionable cuando ese dinero acaba en países donde se extraen los combustibles fósiles pero la población vive en la extrema pobreza. ¿Tan imposible sería los gobiernos donde estas compañías tienen sus sedes controlaran cómo afectan al calentamiento atmosférico global?
Está claro que dinero para gastar sí tienen, mientras escasea donde se necesita para paliar los daños que no cubren ni aseguradoras ni subvenciones de Estados con recursos disponibles. Tampoco se ven grandes inversiones para medidas preventivas que ayuden a adaptarnos al nuevo contexto que nos toca vivir, un mundo en el que nadie está a salvo, como estamos viendo. De hecho, con unas medidas previas se hubieran evitado gran parte de los impactos tanto en Valencia como en California.
Mientras haya fondos para seguir apostando por la expansión de los combustibles fósiles y un modelo agrario que están detrás de tanta catástrofe no será fácil poner freno a unos desastres cada vez más extremos, más frecuentes y más mortales.
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