Opinión
El eslabón perdido
Por Ciencias
ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO
* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, Burgos.
Allá por los años 80 del siglo XIX, el científico holandés Eugène Dubois se enroló en el ejército como médico militar con el objetivo de cumplir su sueño de viajar a las islas de Indonesia. Allí podría buscar fósiles de un hipotético eslabón perdido entre los orangutanes y los seres humanos. Aquella idea de Dubois, que aún persiste en la imaginación popular, surgió de una interpretación errónea de la teoría de la evolución de Charles Darwin. Thomas Henry Huxley, el mejor paladín de la teoría evolutiva, no tuvo reparos en asociar a los seres humanos con chimpancés y gorilas y proponer por primera vez que compartimos un antecesor común con estos simios. Ese ancestro común tendría que encontrarse en África, donde gorilas y chimpancés viven en la actualidad
Pero Dubois no compartía esta teoría y fue incapaz de comprender la posibilidad de una evolución divergente de dos linajes distintos a partir de un origen común. Dubois proponía que nuestra evolución habría sido lineal, con un origen remoto a partir de una especie de simio, como los orangutanes y otras posibles formas intermedias verdaderos eslabones de la cadena evolutiva que conduce a la especie humana. Puesto que los orangutanes tienen su hábitat en el sureste asiático, las cuevas de las islas de Indonesia serían un buen lugar para encontrar su eslabón perdido.
En 1891, Dubois encontró en Trinil, un yacimiento de la Isla de Java, el fósil de una bóveda craneal de poca altura, hueso frontal inclinado y con una verdadera visera por encima de las órbitas. Para Dubois, este resto craneal habría pertenecido a un primate desconocido hasta entonces. Pero animado por este prometedor hallazgo continuó con sus excavaciones, y en 1892 encontró un fémur completo y prácticamente idéntico al de un ser humano moderno. Atónito con su descubrimiento, Dubois asoció los dos fósiles como pertenecientes a un mismo individuo, que no podrían ser más que los restos de su anhelado eslabón perdido. En 1893 anunció el descubrimiento de la especie Pithecanthropus erectus (hombre mono erguido).
Dubois no fue capaz de convencer a los paleo-antropólogos de su época de su teoría del eslabón perdido. El británico sir Arthur Keith estaba convencido de que aquella bóveda craneal había pertenecido a un ser humano primitivo y no a un hombre mono. La capacidad craneal de 940 centímetros cúbicos convenció a todos de la verdadera naturaleza de aquel fósil. Dubois falleció en 1940 sin haber aceptado su error, mientras que sus fósiles se fueron humanizando”y en 1940 acabaron por ser incluidos en el género Homo. En años posteriores, docenas de fósiles de yacimientos de Java se han añadido a la especie Homo erectus.