Opinión
Torre Pacheco: cuando el odio se convierte en arma electoral

Las agresiones racistas de Torre Pacheco no pueden interpretarse como un acto aislado o fortuito. Son la expresión visible de una normalización inaceptable de los discursos de odio que se aprovechan del malestar social latente provocado por el modelo neoliberal, que está produciendo una profunda brecha y desigualdad social.
Son la expresión más cruel de un sistema que deshumaniza, excluye y justifica la violencia con discursos que se han ido construyendo desde hace tiempo en las tribunas políticas y mediáticas. Por eso duele, pero no sorprende.
La narrativa del odio se ha instaurado al permitir que Vox difunda discursos y bulos racistas desde los espacios públicos y las instituciones con impunidad. Se ha ido consolidando cuando el PP de Feijóo, en lugar de frenarla, se ha sumado a esta narrativa con fines electoralistas, reproduciendo sus mensajes y blanqueando a la ultraderecha.
Lo que antes eran líneas rojas, hoy es una estrategia electoral en la que la xenofobia ya no se oculta, sino que se exalta.
En ese clima de impunidad —social, institucional y política— crecen los estigmas: se utiliza un mensaje de criminalización que asocia migración con inseguridad, extranjería con amenaza y diferencia con conflicto. En ese terreno fértil prenden los discursos xenófobos, que colocan al "otro" como chivo expiatorio de todos los males.
Así, se ha inoculado un relato muy peligroso que culpabiliza a las personas migrantes de todos los males de la sociedad: de la falta de acceso a una vivienda digna, de los servicios públicos saturados, de los bajos salarios, de un futuro sin perspectivas.
Sin embargo, los verdaderos responsables están en el otro margen.
Lo que colapsa la sanidad y dificulta el acceso a la universidad pública de nuestros hijos son décadas de privatización y recortes. Lo que impide acceder a una vivienda digna es un modelo económico que especula con el derecho a tener un hogar.
Pero lo que está ocurriendo en Torre Pacheco no es solo un ataque a las personas migrantes. Es un ataque simbólico a nuestro modelo de sociedad, canalizado hacia las personas más vulnerables del sistema: las que trabajan sin derechos, las que viven con miedo por falta de documentación, las que sufren el racismo cotidiano y aquellas que carecen de voz y de representación política porque no tienen derecho al voto.
Es, en definitiva, la expresión estructural de cómo opera el neoliberalismo. La xenofobia es una herramienta que permite sostener un modelo que necesita mano de obra desechable, desprovista de derechos, y que canaliza el miedo y la pobreza contra los de abajo, mientras los de arriba, los de siempre, siguen acumulando poder y beneficios.
Se trata de un fracaso colectivo en donde las instituciones no garantizan la igualdad de oportunidades y prefieren mirar hacia otro lado en favor de quienes acumulan la riqueza.
Pero poner en el centro de la diana a la migración no es baladí, es toda una estrategia orquestada a nivel internacional por los poderosos.
Porque dirige la rabia hacia los de abajo, hacia los más débiles, y no hacia los verdaderos responsables que se enriquecen cada vez más a costa de la desigualdad social y el sufrimiento.
Porque convertir al migrante en enemigo distrae y protege a los verdaderos responsables que quieren despojarnos de nuestros derechos.
Porque dirigir la rabia hacia las personas más vulnerables es lo más fácil. Porque son el eslabón débil de la cadena, porque nadie les va a defender dado que no son rentables electoralmente. Porque, como decía Eduardo Galeano, "los nadie" son aquellos que no importan a nadie.
Esto interpela también a la izquierda. No basta con condenar la violencia y los ataques racistas; es necesario poner en marcha políticas antirracistas que combatan activamente una violencia que es estructural. Políticas que protejan a quienes se instrumentaliza políticamente por ser pobres, por haber tenido que dejar su país, por tener otro color y otra cultura.
Hay que decirlo claro: continuar gestionando la migración con vallas, CIES, redadas raciales, externalización de fronteras y devoluciones en caliente seguirá alimentando la desconfianza, el miedo y la criminalización de las personas migrantes. Hacen falta reformas profundas que den la espalda a las necropolíticas migratorias que se aplican en nuestras fronteras para deshumanizar y excluir. Frente a ello, es imperativo blindar los derechos humanos y perseguir legalmente los delitos y discursos de odio, más cuando proceden de partidos con representación parlamentaria.

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