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"El 15-M no fue un movimiento antisistema; su objetivo era hacerlo más eficaz"

La politóloga zaragozana Cristina Monge disecciona los orígenes y el desarrollo del movimiento de los indignados y sus impactos en la democratización de las instituciones y en sus actores, así como en la apertura de nuevos canales de participación ciudadana, en la primera tesis doctoral que estudia esos aspectos del 15M en España

La politóloga Cristina Monge, en la plaza del Pilar, que se convirtió en el espacio del 15M zaragozano durante la movilización de los indignados./E.B

EDUARDO BAYONA

@e_bayona

ZARAGOZA .- “El 15M elabora y practica una idea de participación que trasciende al concepto liberal de consentimiento, el momento electoral y el espacio institucional. La participación que defiende el 15M es un proceso de deliberación permanente, en todo momento y en todo lugar del espacio público, que incluye el consenso y el disenso, y propone una reapropiación de la política por el conjunto de la sociedad”. Esta es una de las principales conclusiones de Gobernanza, participación ciudadana y calidad democrática, la primera tesis doctoral centrada en este aspecto del movimiento de los indignados, con la que la politóloga aragonesa Cristina Monge acaba de obtener un sobresaliente cum laude en la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza.

Su trabajo, que analiza “la idea y la práctica de la participación” en el 15M, al que se refiere como “un movimiento político para democratizar la sociedad”, sitúa cronológicamente el origen del movimiento de los indignados españoles en la crisis financiera de 2008, que reveló que, en realidad, lo que se tambaleaba eran “los valores sobre los que habíamos asentado nuestro modelo de sociedad” y que generó un debate sobre “la desigualdad y su relación con la legitimidad política de las democracias representativas occidentales”.

El grito de 'no nos representan' denunciaba “el distanciamiento de las élites respecto de los problemas reales del día a día”

“La percepción de la incapacidad de la política para hacer frente a tal situación llevó a miles de personas a salir a las calles rompiendo los silencios que se habían instalado en una sociedad cada vez más individualizada, cuyo capital social se encontraba fuertemente erosionado y en la que se había instalado la máxima neoliberal de No hay alternativa”, señala. El grito de no nos representan denunciaba “el distanciamiento de las élites respecto de los problemas reales del día a día” y cuestionaba “la validez, eficacia y legitimidad de los procesos de toma de decisiones”, explica.

"Descubrieron que todo era un castillo de naipes"

El 15M puede verse, explica, “como una lucha por la democratización de la democracia y una recuperación del impulso democrático”, aunque no puede hablarse de ese movimiento “como algo unívoco, con contornos definidos y homogéneos. Más bien al contrario”. “Hay muchos 15M –añade-, aunque todos convergieron en las plazas”. El perfil de sus protagonistas, su trayectoria política, sus motivaciones su crítica y sus propuestas “son de una heterogeneidad manifiesta”, señala.

La Plaza de Sol en Madrid de noche llena de manifestantes del 15M./Público

El movimiento de los indignados, que llenó las plazas en la primavera de 2011, puso sobre la mesa el derrumbe del castillo de naipes social que comenzó con la crisis financiera./PÚBLICO

El movimiento de los indignados “descubre que todo era un castillo de naipes” que comienza a derrumbarse cuando le falla la pata financiera. “Eso hace que salga a la calle gente que nunca se había planteado hacerlo –anota-, y que coincidan personas que vienen de movimientos sociales con jóvenes, y con sus padres, que ven que lo que les ofrecía el sistema se ha desvanecido”.

“Tienen en común un nivel de formación medio-alto, su pertenencia a las clases medias y la percepción de que el futuro se ha truncado"

“Tienen en común –añade- un nivel de formación medio-alto, su pertenencia a las clases medias y la percepción de que el futuro se ha truncado, mientras los políticos se muestran incapaces de solucionar los problemas y prestan más atención a los grandes intereses económicos que a garantizar el bienestar de la ciudadanía”.

Para Monge, dos de las principales aportaciones del 15M son las propuestas de pasar “de una democracia intermitente y presente sólo en el momento electoral a una democracia permanente, y de una democracia de delegación a una de implicación”, planteamientos con los que esta “ya no es sólo un sistema político, sino una forma de articulación social”.

El agotamiento de los conceptos e instrumentos de la transición

“Si algo aporta el movimiento 15M de forma nítida –anota- es la necesidad de contar con una sociedad democrática que sostenga un Estado democrático” y con una política que “articule lo social, lo económico o lo laboral –entre otras áreas-, con espacios y dinámicas de deliberación y participación”. Se trata, explica, de “hacer de la democracia el elemento esencial del espacio público, en el que habrá que articular mecanismos de participación”.

En ese sentido, señala Monge, “la crisis, que se torna multidimensional, pone de manifiesto el agotamiento de los conceptos e instrumentos políticos que cristalizaron en la transición española a la democracia”, entre ellos la participación política, modelo que, “parece haberse agotado, a los ojos de los activistas”, y que “ya no sirve para dar respuesta a las demandas que la sociedad plantea”.

Algunos expertos y activistas entrevistados durante la investigación de la tesis ven ahí “lo que denominan el inicio de una segunda transición” por “la necesidad de repensar la idea y la práctica de participación de una forma más acorde a las demandas actuales”.

El potencial transformador de la acción colectiva

La investigadora zaragozana destaca varios rasgos característicos del 15M como “el desafío” que supuso “el descubrimiento del potencial transformador de la acción colectiva” al cuestionar “la máxima neoliberal según la cual no hay alternativa”, así como una idea de participación que trasciende la separación entre Estado y sociedad civil para encaminarse “a reducir esta separación y encontrar elementos de coproducción política”. También resulta relevante el “enfoque ofensivo que supone la reapropiación de la política mediante la repolitización de la sociedad” de manera que esta vaya reapropiándose “de espacios cedidos a la mediación de los poderes públicos” y, por otra parte, una dinámica de trabajo que “incluye tanto los consensos como los disensos”, sobre los que debe continuar el debate.

Junto a ellos, Monge destaca “la noción de multitud en oposición a la de colectividad” y “el hecho de poner en el centro de su atención la defensa de la democracia, la participación o la equidad, entre otros aspectos”.

El 15M, indica, tiene un “carácter altamente autorreflexivo, de forma que continuamente se encuentran debates sobre cuestiones esenciales, tanto del movimiento como del diagnóstico que hace de la situación política española y las propuestas que plantea”. En este sentido, llega a “entender que el producto del movimiento es el propio proceso del mismo, haciendo del debate continuo una seña de identidad”, algo que, “terminó suponiendo un problema en su funcionamiento”.

La politóloga Cristina Monge, en la plaza del Pilar, que se convirtió en el espacio del 15M zaragozano durante la movilización de los indignados

"Para nada es un movimiento antisistema o antipolítico"

El 15M ofrece, según la politóloga, “una clara voluntad superadora de la participación como elemento de consentimiento, y de la elección de los representantes como momento álgido de la participación”. Sin embargo, anota, “para nada es un movimiento antisistema o antipolítico. Tiene una voluntad superadora, pero no negadora”, que pretende modificar el sistema reforzando su base ética y participativa, por ejemplo facilitando la práctica de figuras como el referéndum y las iniciativas legislativas populares. “Su objetivo no es invalidar el sistema representativo, sino hacerlo más eficaz para profundizar en democracia”, apunta.

“El 15M apuesta por más democracia y más política, de forma que ésta trascienda los límites de lo institucional”, también en otros campos como las relaciones laborales. Eso, añade, rompe con una de las tradiciones de la izquierda: los indignados “no piden más Estado sino más sociedad. Consideran que hemos delegado demasiado en la política y en su mediación, y quieren recuperar esos espacios”.

Esos rasgos conviven con otros como una desconfianza en los medios de comunicación tradicionales, por su vinculación con las entidades financieras y los emporios empresariales de los que en muchos casos depende su subsistencia económica, que coincide con la eclosión de las redes sociales en España y permite a los indignados crear sus propias redes de información”. “La gente descubre la potencia del teléfono y consiguen crear sus propios medios”, anota la politóloga, que añade que esa autonomía “acabó forzando a los medios de masas tradicionales a prestar atención al fenómeno”.

"El 15M puso de manifiesto las carencias de nuestro sistema político"

Monge anota que, casi cinco años después del 15M y en lo que puede considerarse “impactos” de su activación, “prácticamente todos” los actores sociales y políticos han tomado, “con más o menos sinceridad y eficacia”, medidas en materias como “el propio diseño institucional, en aras de avanzar en cuestiones relacionadas con la participación, la transparencia y la horizontalidad en la toma de decisiones”.

De hecho, todos los políticos a los que Monge entrevistó durante la preparación de su tesis, admiten que "el 15M ha puesto de manifiesto las carencias de nuestro sistema político”, señala un dirigente histórico del PSOE, quien anota que algunos de esos déficit se deben a “problemas relacionados con el diseño de la Transición, pero que se han visto luego, ya que no se pudieron constatar en su momento".

Para Carles Campuzano (CDC), tras la movilización de los indignados “todo lo que había quedado pendiente en España para una segunda transición, y que sigue pendiente, se hace inevitable: transparencia, buen gobierno, corrupción, sistema electoral, primarias… Hoy esos debates tienen más intensidad. Se han hecho algunas cosas, pero hay que hacer más”.

Un movimiento con hijos pero sin dueños ni herederos

Los cuatro años y medio transcurridos entre el 15M y el 20D han sido, también, los del lanzamiento de los llamados partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos, cuyas miradas sobre el movimiento de los indignados resultan contradictorias, aunque coinciden tanto en rechazar la patente de la movilización como en admitir que su origen se encuentra en ella.

“Entendimos que había que construir una formación política que ese vapor social lo metiera en una caldera y lo convirtiera en capacidad de mover la turbina, y por eso montamos Podemos, que se dice heredero del 15M, aunque siempre ha insistido que no es 15M”, señala Juan Carlos Monedero, fundador de los morados.

Carolina Punset, diputada autonómica de los naranjas en Valencia que califica el 15M como “un latigazo tremendo en la conciencia política y social de este país”, considera que “la respuesta a esta insatisfacción era la reforma de las estructuras básicas del Estado: un pacto por la educación, un pacto para reformar la Administración pública y eliminar infraestructuras innecesarias, un pacto para que haya de verdad una separación de poderes efectiva”.

Una generación con sus propias herramientas

No obstante, esas dos formaciones no son la única herencia del movimiento de los indignados, en el que la politóloga sitúa el origen de iniciativas como las candidaturas municipales de confluencia que hoy gobiernan las principales ciudades españolas y el impulso de movimientos ya existentes como la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca) o las entonces incipientes mareas.

¿Puede volver la indignación a las plazas? Monge no tiene la respuesta a esa pregunta, aunque sí ve claras sus posibilidades: “El 15M no fue un movimiento social como los anteriores a los años 70 del siglo pasado, con motivaciones económicas y tangibles como las reivindicaciones obreras o el sufraguismo, ni como los posteriores, caso del ecologismo o el pacifismo, que reclaman intangibles pero se encarnan en organizaciones concretas. Estamos hablando de una movilización de otro tipo, sin un grupo dirigente organizado, con heterogeneidad suficiente como para que mucha gente se sienta cómodo en él e integrado por una generación que ya tiene sus propias herramientas”.

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